“Quien intenta acercarse a su propio pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Ante todo, no debe temer volver una y otra vez a la misma circunstancia, esparcirla como se esparce la tierra, revolverla como se revuelve la tierra. Porque las “circunstancias” no son más que capas que solo después de una investigación minuciosa dan a luz aquello que hace que una excavación valga la pena, es decir, las imágenes que, arrancadas de todos sus contextos anteriores, aparecen como objetos de valor en los aposentos sobrios de nuestra comprensión tardía, como torsos en la galería del coleccionista.”
Walter Benjamin, Desenterrar y recordar
Según la lectura de Juan-Yves Jouannais de la Ruinenwerththeorie (Teoría del valor de las ruinas) elaborada en el siglo XIX por el arquitecto alemán Sigfried Semper, “Toda nueva construcción debía ser pensada y realizada con el único propósito de producir unas hermosas ruinas. El valor estético y también propagandístico de todo edificio resultaba exclusivamente dependiente de lo que prometía como vestigio…. Los escombros bloquean … el transcurrir del tiempo del que tiene necesidad el monumento para ganar paulatinamente su estado de ruina. Imponer los escombros al vencido es prohibirle sus propias ruinas, cortar de forma tajante la cronología paciente de su mitificación.” (2017: 27).
¿Dónde encontrar los vestigios de lo que ha sido Managua, esa ciudad una y otra vez destruida, tanto por la furia de la naturaleza (terremotos) como por la furia de sus gobernantes (revoluciones, guerras civiles y restauraciones)? ¿Es la Managua de hoy una ciudad en ruinas o “apenas” una ciudad de escombros acumulados a la manera de un túmulo fúnebre bajo el que reposan los restos del sueño de una “vida en el amor”? ¿Cómo hacer para que esos vestigios acumulados cual escombros insepultos pasen por un periodo de compostación que fertilice la esperanza de otra Managua posible? En fin, ¿renacerá Managua de sus ruinas? ¿Pagarán su culpa sus destructores? ¿Se podrá entonces llorar por los ausentes? ¿Volverán los niños a jugar en sus parques?
Estas son las preguntas que, como alguien que ha visitado y leído con curiosidad y afecto sobre esa ciudad, me motiva la lectura de Política y Memoria en Nicaragua. Resignificaciones y borraduras en el espacio público, de Margarita Vannini. Ese libro, inicialmente presentado como tesis en la Maestría en estudios culturales con énfasis Memoria, Cultura y Ciudadanía (UCA, Managua), incluye un extraordinario prólogo de quien fuera directora de ese fructífero y lamentablemente descontinuado programa académico, la Dra. Ileana Rodríguez, del cual continuo su paráfrasis a la conocida canción “Yo pisaré las calles nuevamente”, que Pablo Milanés dedicara a “Santiago ensangrentada”.
La autora de Política y memoria en Nicaragua se propone estudiar las luchas políticas por la memoria que libran en Nicaragua —más específicamente, en Managua— y que se materializan o inscriben en el espacio urbano. El estudio presta atención especial a las transiciones políticas y las transformaciones urbanas que marcan tres periodos históricos contemporáneos: la década revolucionaria iniciada en 1979; los 16 años de gobiernos neoliberales (1990-2006) y el periodo que abre con el retorno del FSLN al poder (2007- ). Se estudia, así, cómo se conforma una nueva identidad nacional [la Nueva Nicaragua] sustentada en los valores de la revolución sandinista; cómo el discurso de paz y reconciliación de Violeta Barrios de Chamorro y las acciones de la UNO pretenden borrar las memorias del sandinismo e inscribir nuevos sentidos en los espacios públicos; y, finalmente, se aborda la manera en que, con el retorno de Daniel Ortega, se establecen nuevas políticas públicas de la memoria y los discursos que resignifican la historia reciente.
Para alcanzar su propósito, la autora se hace de un denso aparato crítico, en el que destacan conceptos y categorías tales como: Memoria colectiva (Elizabeth Jelin), Políticas de memoria, Memorias dominantes y Memorias hegemónicas (Paloma Aguilar), Lugares de memoria (Pierre Nora), Memorias subterráneas (Michael Pollack), Memorias ejemplares (Tzvetan Todorov) y Cartografías conflictivas (Anne Huffshmid). Con esa robusta caja de herramientas, Vannini se sumerge en el archivo histórico y en su propia memoria, con el fin de —como diría Walter Benjamin— “desenterrar y recordar”, meticulosamente, los vestigios de un pasado reciente, conflictivo y doloroso, que se acumulan en cada una de las capas históricas que han sedimentado en el territorio urbano que, en ese proceso de acumulación y sobreposición, ha devenido palimpsesto.
El resultado de ese ejercicio es un ensayo en el que se enhebran casi sin solución de continuidad el informe académico y el relato testimonial. La autora elige, para la exposición de sus recuerdos y anhelos, así como de los datos y argumentos, un estilo de escritura que no es lineal ni está rígidamente estructurado, sino que muestra una urdimbre en cierto sentido circular. Esa prosa envolvente recuerda al método de exploración que propone Walter Benjamin para “quien quiera acercase a su propio pasado sepultado”: “excavar y que no teme volver una y otra vez a la misma circunstancia”. Ahora bien, ¿cuáles son las “circunstancias” que confronta la autora? Explícitamente, aquellas que tienen que ver con las transformaciones que sufren tres “lugares de memoria”: La Plaza de la Revolución/Plaza de la República; la Plaza de la Fe Juan Pablo II/Mausoleo de los Héroes; la Plazoleta del Estadio Nacional (estatua ecuestre de Somoza / estatua ecuestre de Sandino).
Cada uno de estos “lugares de memoria” es examinado en el libro, que realiza un recorrido que, en su ir y venir, va atravesando las distintas capas urbanísticas y los tiempos históricos, extrayendo los vestigios de cada momento, tirando pacientemente la punta de la madeja para reconstruir antecedentes históricos amplios y densos. Como resultado, nos ofrece una aproximación fragmentaria a la historia de Managua, que alterna entre sus momentos críticos y sus momentos “dorados”. En ese recuento, conocemos sobre los catastróficos terremotos de 1931 y 1972, pero sobre todo las inscripciones que dejan la pugnas políticas, la pretensión de imponer la propia posteridad y la furia iconoclasta que inflige a los “lugares de memoria”: la celebración del Centenario, la erección y el derribo de la estatua ecuestre de Somoza, el festejo multitudinario del triunfo revolucionario y la construcción de una fuente luminosa para borrar su recuerdo, el auge del muralismo urbano y la barbarie de su destrucción, las celebraciones anuales —como la del “37 veces 19” — del aniversario de la revolución, la construcción de un mausoleo y el atentado con bomba con el que se lo profana…
En este recorrido por sitios fantasmales, pobladas de espectros “que nunca mueren”, se va moldeando el paisaje urbano, que incluye otros lugares emblemáticos y fuertemente disputados, como la Loma de Tiscapa —a la que la autora califica de lugar con gran densidad histórica, merecedor de un estudio en profundidad—. Al paso, se recorren nuevos “lugares de memoria”, como las rotondas urbanas que emergen en los años 90 y van adquiriendo densidad como símbolos de alianzas de los gobernantes de turno con instituciones religiosas o “gobiernos amigos”. Asimismo, se enuncia la insurrección ciudadana de abril del 2018, cuando se derrumban “chayopalos” y se erigen nuevos lugares de memoria, como altares-barricadas y memoriales —inmediatamente destruidos— para recordar a los caídos en manos de la represión del gobierno actual.
Mediante esa reconstrucción de las políticas de la memoria —que bien podrían denominarse políticas de la (des)memoria y la enemistad— implementadas por los gobiernos de turno, la historia urbana gana densidad política y descorre el velo que oculta sus sustratos culturales profundos, en particular aquellos que remiten a la configuración del orden patriarcal, la política autoritaria y el uso patrimonial de los bienes públicos. En su planeo por esa arraigada cultura política, la autora profundiza particularmente en el proceso de construcción de masculinidades ejemplares de “hombres fuertes” que congregan erotizados círculos homosociales y pretenden concentrar el poder y, desde luego, aspiran a la inmortalidad del bronce, el mausoleo y, llegado el caso, de la gigantografía.
Con ese recorrido envolvente por los más importantes y disputados espacios de una urbe a la que bien podríamos calificar de “ciudad martirizada”, la autora arranca a las imágenes de sus contextos inmediatos y abona a nuestra comprensión profunda de la historia urbana contemporánea de Managua. Esa es una de las mayores virtudes de este logrado libro: aportar una cartografía política de la memoria urbana —que, por otro lado, se materializa gráficamente en la extraordinaria y colorida cartografía de cuño naif que conforma la portada, diseñada por Claudia Ochoa—, como las elaboradas en los últimos años para algunas ciudades con gran densidad histórica, como son las guías “París rebelde” o “Barcelona rebelde”. Solo queda recomendar la lectura profunda del libro de Margarita Vannini y, ciertamente, invitarles a recorrer nuevamente las calles y parques de Managua, una y otra vez, con Política y Memoria en Nicaragua bajo el brazo. Quizá así sea posible contribuir a conjurar la furia iconoclasta, germinar una memoria inclusiva y avanzar en la construcción de una sociedad democrática. ¡Renacerá Managua de sus ruinas!