Los Libros

Una pensión burguesa

Honoré de Balzac intentó lo imposible, meter a la sociedad francesa de la primera mitad del siglo XIX en una serie de novelas conectadas entre sí, publicadas por entregas, cuyos personajes saltan de una a la otra aumentando con ello la impresión realista en los lectores, la sensación de continuidad de unas vidas casi iguales a aquellas otras que llevan las personas de carne y hueso, esas que interesan a los historiadores y a los periodistas. Este descomunal proyecto narrativo se llamó La comedia humana y, de las 87 novelas que lo conforman, una de las más reconocidas es Papá Goriot, publicada en 1835.

“Madame Vauquer, de Conflans de soltera, es una señora de edad que hace cuarenta años regenta en París una pensión burguesa establecida en la rue Neuve-Sainte-Genevieve, entre el barrio Latino y el faubourg Saint-Marceau. Dicha pensión, conocida con el nombre de Casa Vauquer, admite lo mismo hombres que mujeres, jóvenes que viejos, sin que jamás la maledicencia haya atacado las costumbres de esa respetable institución”.

Los novelistas del siglo XIX saquearon a conveniencia callejones y barrios, mansiones y plazas públicas de París para llevarlos a la ficción, para hacer de ellos los escenarios de sus historias. Cuando la capital francesa parecía ya explorada, Balzac se fue a uno de sus rincones más ocultos y descubrió que existen pequeñas geografías que pueden condensar en sí mismas la vida de la ciudad.

Así ocurre en Papá Goriot, el escenario principal de esta novela es una modesta pensión que alberga monstruosidades, que es otra manera de decir que es el lugar donde viven seres excéntricos, extraordinarios. La pensión como “cronotopo” es un descubrimiento maravilloso que le permitió a Balzac escribir una gran novela, en la que se entrelazan las historias de un exfabricante de fideos, la de un estudiante de Derecho y Letras y la de un temible criminal camuflado bajo un nombre falso y una mentirosa apariencia de burgués.

Las diferencias entre las distintas clases sociales de Francia, los temperamentos de la época, las aspiraciones de la pequeña burguesía, las bajezas de los ricos, se nos presentan con mucho humor y con un talento literario único y excepcional a la hora de realizar autopsias, de sacar muestras de aquella sociedad y de elaborar con ellas una obra de arte, una novela contada desde el punto de vista de un narrador omnisciente que se alterna con frecuentes y riquísimos diálogos que nos acercan a las perspectivas de cada uno de los personajes de la historia. Estos diálogos liberan a esos personajes del dominio de un narrador único que pretende objetividad y, además, abre su dimensión subjetiva, los sentimientos, los pensamientos, las angustias, los amores, los temores y las aspiraciones sociales de aquel señor desclasado, de aquel estudiante ambicioso y de aquel cínico delincuente, es decir, abre el alma de Papá Goriot, de Rastignac y de Vautrin.

El narrador de esta novela, poquito a poco, nos va mostrando las habitaciones de la pensión, las rutinas del día, de la tarde y de la noche, las costumbres de sus huéspedes y de su regenta, los encuentros entre ellos, los chismes que circulan por aquella casa de la rue (la calle) Neuve-Sainte-Geneviève, en la que destaca ese hombre bondadoso y viudo al que todos hacen bromas, ese señor apacible y solitario que se desvive por los demás. Sus compañeros de casa creen que todo lo hace para sus amantes cuando en realidad es para sus desalmadas hijas, dos mujeres egoístas y hermosas que ascendieron de clase casándose con hombres de la nobleza a costas de la fortuna de ese regordete y canoso exfabricante de fideos que ahora reside en un cuarto de pensión casi olvidado por ellas.

Eugenio Rastignac, al igual que el Julián Sorel de Rojo y negro, no pertenece a la alta burguesía y aspira a ser parte de ella, él es un estudiante que llega a París gracias a los muchos esfuerzos de su familia, así se matricula en Derecho y también estudia Letras. Esta combinación, según sus sueños, le permitirá acceder al gran mundo, frecuentar lujosos salones, incidir en la política y compartir cama con hermosísimas y seductoras mujeres, como esas que de vez en cuando ve en sus andanzas por París antes de volver por las noches a la pensión en la que siempre se mantiene encendida la luz de una de las habitaciones, la de Papá Goriot, a veces evaluando adornos de plata para venderlos y ayudar así a sus hijas, a veces recordándolas a ellas cuando eran niñas y lo único que sabían del mundo era lo que él les contaba.

Papá Goriot va acercándose a Rastignac o Rastignac a él, y entre ambos se establece una entrañable relación que le ayuda a los dos, al viejo lo hace sentir acompañado y al joven le da un respaldo y un conocimiento de primera mano de aquel gran mundo al que él desea ingresar. Papá Goriot había tenido considerables ingresos, vivió de manera cómoda en una buena casa, con una esposa que fue su único amor y con dos hijas, Anastasia y Delfina, a quienes él adoraba. Al morir su mujer solo le quedaron ellas, en quienes veía a su amada muerta y también en quienes habita aquel tiempo perdido cuando todos estaban juntos y todas dependían de él.

En sus aventuras por París, en sus deseos de escalar en las clases sociales, Rastignac conoce a dos mujeres de la nobleza, se enamora y se vuelve amante de una de ellas. Antes le había escrito una lacrimosa carta a su familia pidiendo dinero para sobrevivir en la gran ciudad y para concluir sus estudios. Su familia lo respaldó, él representaba su orgullo, el joven que progresa y se distingue así de sus antepasados, sería abogado y no obrero ni comerciante ni agricultor. Entonces, con ese dinero, Eugenio Rastignac se compra ropas y frecuenta salones, además, su buena apariencia y su cultura le facilitan la seducción de mujeres más ricas que él, como Delfina, la hija de Papá Goriot.

Rastignac y Vautrin se aventuran por París y es gracias a sus descubrimientos que los lectores vamos conociendo la triste historia del bueno de Papá Goriot y también los egoísmos de esas culebras que son sus hijas, quienes lo dejaron en la ruina para ser aceptadas por la alta sociedad, abusando para ello de la dependencia emocional desmedida que padecía su padre, dispuesto, según él, a convertirse hasta en un delincuente como Vautrin con tal de conseguir lo que ellas necesitaran. Así lo perdió todo, excepto el amor de Anastasia y de Delfina, y ese no lo perdió nunca porque nunca lo tuvo, ellas nunca se lo dieron, ocupadas siempre en amarse a sí mismas.

Entonces, distintos episodios se suceden en esta fascinante novela, duelos a muerte, seducciones entre personas hermosas, bailes de sociedad, ambiciones, traiciones, divorcios, el trasfondo político de París, donde todavía sangra la herida de la Revolución y están presentes los acomodos sociales posteriores. Una noche se descubre el pasado criminal de Vautrin, la policía ingresa a la pensión y aquello fue un escándalo que manchó para siempre el buen nombre de la Casa Vauquer, cambiando también la vida de sus huéspedes, de su regenta y de su servidumbre.

El realismo es una tendencia narrativa que alcanza altísimos niveles en la modernidad, Balzac es uno de sus mejores exponentes, él marcó la narrativa del siglo XIX y también parte de la literatura posterior, y lo hizo gracias a novelas como Papá Goriot, que nos hace reír, nos hace sentir compasión o desprecio por personajes tan cercanos a nosotros que dejan la impresión de que los estamos viendo, que conversamos con ellos, que nos intrigamos con la azarosa vida de Vautrin, que nos da lástima ese Papá Goriot enfermo, tirado en una cama, sufriendo por sus hijas que, según él, no son felices, muriendo como lo hacen las pobres gentes, sin lujos ni cortejos ni parientes. Acompañado solo de Rastignac, su hijo por elección, quien, gracias a la miseria y a la crueldad que padeció su amigo, descubrió los secretos de esa alta sociedad a la cual él admiraba y ahora, al final de la novela, desafía con toda la rebeldía de su corazón.

Al leer la última línea, se siente una gran satisfacción y también se tiene la sensación de haber leído muchos de sus pasajes en otros libros. La satisfacción estética que se experimenta es la que deja la lectura de una gran novela, una de esas que se parece a la vida. La otra sensación, la de recordar libros en sus episodios, es una muestra de la influencia de Balzac en la literatura moderna, es su marca realista y talentosa que hemos leído en novelas francesas, inglesas, rusas, norteamericanas y latinoamericanas que vinieron después. Es la huella de un gran novelista, es la marca de un clásico.

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