Los Libros

Una novela de posrevolución

La trama de esta novela vertiginosa, Ángeles, expone, en cierta forma, cuán inmigrantes somos los centroamericanos y cómo nos hemos convertido en aventureros movidos por las circunstancias en un contexto de guerras y militarismos fracasados.

Ángeles

Américo Ochoa

Novela

Editorial Arboleda

2018

La trama de esta novela vertiginosa, Ángeles, expone, en cierta forma, cuán inmigrantes somos los centroamericanos y cómo nos hemos convertido en aventureros movidos por las circunstancias en un contexto de guerras y militarismos fracasados.

Los Ángeles es una ciudad norteamericana, un fin mágico e hipnotizante, pero también se confunde con el carácter de los antihérores de esta novela: ángeles erráticos y sin escrúpulos, que solo buscan el éxito en el puro desarraigo, no importa a costa de lo que sea, y que son los sueños de muchos de los que habitan por estas tierras conmovidas por toda suerte de inestabilidad social y política.

La historia, escrita con un estilo desenfado, farragoso, decanta sin preámbulos la fisonomía moral de los personajes, muchos de ellos tan reales que se deja poco al idealismo, del cual no encontramos un solo gramo de condescendencia, a pesar de que el autor es fiel a su designio de poeta y colorea con poesía las estancias amatorias y los episodios nostálgicos. Américo ha estudiado, imaginamos, la vida del centroamericano y no ha querido legarnos una lucubración romántica de cuán mártires somos. Aquí desfilan los hijos e hijas de la posrevolución, del militarismo delirante de nuestros países, ahora en un escenario de sobrevivencia que nos parece la única posibilidad temeraria de sus vidas.

La frase de Efraín, “La mejor cobertura de ilegalidad es la legalidad”, nos sugiere el leitmotiv de la obra, y es exactamente lo que le sucede a cada antihéroe en un sistema que ha convertido el desarraigo en un modo de vivir, un desarraigo que fue el resultado de años y años de desestructuración social en nuestras repúblicas. Los personajes son de diverso origen centroamericano, pero todos parecen hablar el mismo lenguaje de la traición, el ventajismo y la ilegalidad, todos aspiran a poseer, por decirlo así, a Los Ángeles, no los del cielo, sino la ciudad donde circulan los dólares y se pueden realizar los grandes negocios.

Las descripciones de Américo son acertadas y feroces, tanto cuando hay pasión sexual como violencia militar, esta última es expuesta en los recuerdos y los traumas. Cuando le corresponde dibujar a Claren, la bella y calculadora amante del Octavio, no puede sino brindarnos la imagen de una mujer que podría ser la antinomia de la indefensión y la debilidad, como muestra la acción siguiente: “Desperté porque ella me había tapado la nariz para que abriera la boca y meterme el gran cañón de un pistolón como de este tamaño que ella no tenía ni idea de lo que significaba. Era una Magnum 44 sacada del arsenal que su hermano había dejado escondido en la bodega de allá atrás”.

Es una dama que sostiene una empresa al margen de la ley y sabe siempre lo que quiere. Aquí no hay cosmetología. El mismo día del entierro de su marido ya tiene un nuevo novio, Octavio, quien es la voz narradora, un exnovio que pasa por arte de magia a ser su amante y administrador. Quiere decir que en esta novela solo es personaje principal el realismo grueso de seres humanos con ambiciones e impulsos demasiado concretos.

Efraín o Pedro el Malo, el hermano de la mujer, arrastra un fantasma que lo hace fuerte en la decadencia y la degradación. Nos ha parecido uno de los trazos más acabados de un personaje que puede ser cualquiera de los hombres que uno encuentra en los límites de la astucia delincuencial, pero que, de alguna manera responde a causas muy escabrosas, como suponemos cada delincuente responde a una herida, a un ultraje, a un vejamen que lo sigue persiguiendo. Así se explica Efraín: “Puedo ser hijo de medusas, ¿sabes?; mi sangre puede tener alacranes o huevos de serpientes. Yo mismo soy ahora una sabandija mayor. Soy un arácnido punzante, ¿sabes? Escorpión acorralado por el fuego de la vida —decía con su voz oblonga y ensanchando el pecho como pavo, o como antiguo soldado—. Nací del mismísimo huevo basilisco un día enturbiado y propicio para un origen siniestro. Las profecías para el día fueron cielo plomizo y oscurantino por la mañana, viento desmoderado del norte, luna menguante, día domingo, año bisiesto, nubosidad total por la tarde, cielo rojizo y quebrantado para la hora del ángelus”.

Sabemos que esta descripción que hace Efraín de sí mismo no solo le corresponde a él, sino a un tipo de hombre que se cuela en nuestras nacionalidades centroamericanas, casi siempre sin raíz, náufrago, aventurero, migrante, tenaz y sin detenimientos para obrar como le parezca.

En general, precisamos que el rasgo principal de los personajes de esta novela es su falta de sueños como seres de un mundo que han saboreado como competidor y peligroso. Ninguno es capaz de ofrecernos una explicación de lo que piensan en su fuero más íntimo. Todos viven en la turbulencia de un caldero materialista donde de vez en cuando se preguntan si tanto afán por los negocios vale la pena. Tal es lo que le dice Octavio a Claren en su momento: “—No, querida, lo más importante no es tu dinero. Te estás enfermando. —Nuevamente abrió camino rumbo al bar—. Tomémoslo con calma —dije mientras ella deslizaba los vasos por la plataforma del bar.”

La historia está sujeta a un mar de interpretaciones, porque los personajes se van traicionando conforme avancemos con la lectura, y decimos que se van traicionando, porque se precipitan a cambios vertiginosos y hacia un vislumbre redentor, con lo cual las apariencias nuevamente engañan.

Finalmente, podemos considerar que el estilo narrativo de Américo es eficaz en retratarnos un mundo muy conocido por nosotros, los centroamericanos, y que nos parece un repunte de una narrativa que ya no trata de suavizar los destinos humanos con una idealización falsa o tristemente reivindicativa, lo cual solo acontece en el panfleto y la literatura de un realismo mágico obsoleto. Encontramos momentos de intensa verdad humana con transparencia y franqueza. Y ciertamente no se descarta nunca la poesía, en sus momentos, con lo cual el retrato de la época cobra un realce de calidad literaria que hacen de este libro un aporte a nuestra visión de nuestro mundo.

Ángeles es un mural con nuestros nombres y apellidos, pues se trata de presentar a la gente que somos o que acostumbramos mirar todos los días en nuestras ciudades y pueblos.

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