En 1977 Mario Vargas Llosa publica La tía Julia y el escribidor, para entonces sus primeras novelas ya han sorprendido al mundo entero y, sin embargo, él continúa entregándose a la literatura en cuerpo y alma como si estuviera empezando de cero; lo hace con disciplina, talento y también con humor, porque al igual que ocurre en Pantaleón y las visitadoras, en La tía Julia y el escribidor la ficción está contaminada de risa, de burla. El tono serio del existencialismo ha dejado lugar ahora al melodrama, a la autoficción, al cruce de caminos entre la literatura y la vida cotidiana y, desde luego, a la carcajada.
Una ilusión y un pavor residen en el alma del joven Vargas Llosa, el sueño de triunfar en Europa como novelista, el pánico de quedarse en el Perú y fracasar como escritor o convertirse en uno de fines de semana, absorbido por trabajos alimenticios y por un ambiente de mediocridad y estupidez que van poco a poco debilitando la vocación literaria de cualquiera. Esos sentimientos se encarnan en dos de los personajes protagónicos de La tía Julia y el escribidor: Varguitas, el joven de clase media que anhela París, una buhardilla y una vida de escritor y Pedro Camacho, un boliviano que ha llegado a Lima y escribe radioteatros para vivir y malvivir, un hombre de 50 años con miedo a envejecer, quien ha sido martirizado por una argentina, su exmujer, lo cual desata en él un odio obsesivo contra los rioplatenses, un rencor visceral que vuelca en sus exitosos radioteatros junto a su fanatismo mental y a su desaforada imaginación.
El tercer personaje principal de esta novela es la tía Julia, ¡faltaba más!, una boliviana de 30 años, divorciada y guapísima, hermana de la esposa del tío Lucho, un tío de Varguitas. Ella también llega a Lima tras un fracaso amoroso y encontrará en la capital peruana no solo la admiración de los señores y el resguardo familiar, sino también una tremenda aventura que cambiará su vida para siempre. Dice el crítico literario Efraín Cristal, en La tentación de la palabra, su excelente ensayo dedicado a Vargas Llosa, que algunas novelas de Flaubert y tal vez el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, resuenan en el motivo de la mujer prohibida que acompaña la relación entre Varguitas y la tía Julia.
Varguitas estudia Derecho en la Universidad de San Marcos, por lo menos está matriculado en esa carrera, a la que desprecia y considera una obligación adquirida para complacer las expectativas de su familia. Como se sabe, su verdadera vocación es la literatura, él tiene 18 años, escribe cuentos y trabaja como periodista en Radio Panamericana, donde la estrella, gracias a los radioteatros, es Pedro Camacho, con quien comparte saliditas a los cafés de Lima para intercambiar ideas mientras el boliviano se toma su consuetudinario té de yerbaluisa y menta. Pedro Camacho es lo más parecido a un escritor que Varguitas conoce, alguien que vive para escribir y quien llega al extremo de disfrazarse de sus propios personajes mientras le da vida a esos pasionales radioteatros que sigue con furor la ciudad entera, desde el presidente de Perú hasta las criadas, desde las señoras de clase alta hasta los choferes.
El melodrama corre por las venas de la cultura latinoamericana, dice Alejo Carpentier, y Vargas Llosa lo sabe y lo trabaja a la perfección en esta novela compuesta por 20 capítulos, en los cuales se alternan las vivencias de Varguitas en su vida cotidiana, con casi una decena de radioteatros, los escritos por Pedro Camacho, que son melodramas simpatiquísimos en los que se exponen los temores, las locuras, las falsas apariencias y los terribles secretos de familia de la ciudad de Lima, capital cuyos barrios bajos, su vida popular y también sus barrios altos, Vargas Llosa es un maestro en mostrar como vistosos escenarios en los que transcurren sus historias. En La tía Julia y el escribidor lo hace tanto en los radioteatros como en los capítulos realistas, los del romance prohibido.
Amores imposibles, seres contrahechos, esperpénticos o locos, espantosos criminales, relaciones incestuosas, obsesiones, rencores familiares, delitos, recorren las ficciones inverosímiles de Pedro Camacho, quien parece sacado de una de ellas y conforme avanza la novela va perdiendo el juicio hasta quedar convertido en una ruina de hombre, lo cual tiene efectos en sus radioteatros, entonces el odio contra los argentinos sube de tono, sus personajes saltan sin ninguna lógica de un radioteatro a otro, las historias pierden coherencia, sus tramas se confunden. Pedro Camacho enloquece y es llevado a un manicomio, lo cual angustia a los dueños de Radio Panamericana, quienes ven cómo se extravía entre las telarañas de la locura su gallina de los huevos de oro.
Autoficción y realismo
Todo empezó como comienzan esas cosas, miraditas sostenidas, sonrisas correspondidas, agarraditas de mano, acercamientos durante el baile, un beso indecoroso dado en la clandestinidad de uno de los barcitos subterráneos que está en una de las orillas de la Plaza San Martín. Varguitas y la tía Julia se fueron enamorando a escondidas de su familia (es la misma para los dos), poco a poco la pasión fue subiendo en intensidad, las salidas al cine y los paseos por Miraflores se volvieron más frecuentes, besos, abrazos, sueños compartidos, París, una buhardilla llena de libros y de amor, de amor romántico y de ilusión. Él, escritor, ella, su pasional amada, la mujer mayor, la mujer prohibida, quien lo seduce y lo enceguece.
Julia Urquidis es el nombre de la primera esposa de Vargas Llosa, a ella está dedicada La tía Julia y el escribidor; de alguna forma, esa relación le brinda al novelista la materia prima para este libro en el que se entrelazan dos formas de contar historias, una, los melodramas de Pedro Camacho que, tal y como ocurre en el Quijote, son ficciones dentro de una ficción, porque la otra forma de contar historias, la ficción que contiene a los radioteatros, es el realismo, la autoficción, algunos años de la vida de Vargas Llosa convertidos en novela realista: Lima, la Universidad de San Marcos, sus trabajos como periodista, sus aspiraciones literarias, sus amigos, su familia y el escándalo que supuso su primer matrimonio. Es mentira que la autoficción o las llamadas “literaturas del yo” sean tendencias literarias nuevas, de alguna manera ellas están en el Quijote, en Tolstói, en Borges y, desde luego, también en Vargas Llosa, para mencionar solo a cuatro escritores que fingen contar fragmentos de su vida valiéndose de las técnicas narrativas de los cuentos y de las novelas. Escritores que elaboran aquello de sus propias vidas que se puede contar y desechan lo que no sirve para los fines de la ficción.
La relación entre Varguitas y la tía Julia se hace de dominio público, la moral católica dirige su odio contra la divorciada, contra la corruptora de menores, según la legislación peruana de los años cincuenta, un muchacho de 18 años es menor de edad, por lo que no está habilitado para casarse sin autorización de sus padres. El papá de Varguitas le advierte en una carta que lo va a matar si no deja a esa mujer, quien según él debe salir del Perú. Los amantes clandestinos deciden casarse, entonces, esta aventura, también melodramática, que emprenden por remotísimos pueblos del Perú en busca de alcaldes corruptibles que validen la unión ilícita, nos lleva al final de la novela y corre en paralelo con los últimos radioteatros de Pedro Camacho, historias incoherentes frutos de una mente exhausta, pronta a ser recluida en un manicomio.
En La tía Julia y el escribidor son maravillosos la forma mediante la cual los capítulos realistas se entrelazan con los capítulos melodramáticos y el cuidado con el que Vargas Llosa nos va presentando a Pedro Camacho en su relación de amistad con Varguitas, la manera en la que se nos informa que él es el autor de los radioteatros que leemos, cómo nos hace creer, mediante un extraordinario dominio de los mecanismos del realismo, que unos capítulos son verdaderos y otros inventados, cuando lo cierto es que los 20 capítulos son una invención, una gran ficción que junta en sus entrañas la fingida vida cotidiana del autor con las historias de la imaginación de un boliviano demente y, tras todo esto, una profunda reflexión sobre lo que es la literatura, resultado de una vida, la de Vargas Llosa, dedicada a estudiarla y a crearla.
12 años después de estos acontecimientos Varguitas regresa a Perú convertido en don Mario, ha triunfado como novelista en Europa, se ha divorciado de la tía Julia y ahora está casado con su prima Patricia e investiga en la Biblioteca Nacional de Lima, para una novela en la que trabaja, los discursos del dictador Manuel Apolinario Odría, en un guiño que nos hace pensar de inmediato en Conversación en la Catedral. Entonces Varguitas, mejor dicho, don Mario, camina por el centro de Lima donde se encuentra con Pascual, con el Gran Pablito, sus amigos del pasado quienes ahora trabajan en un periodiquito mediocre y ruinoso y, gracias a ellos, da con un irreconocible Pedro Camacho, hecho una miseria y un deshonor. El boliviano es un asistente de último nivel en el periodiquito mediocre, regresó con su exmujer, la argentina decadente, que lo cuidó después de su crisis de locura y quien vive de la prostitución en burdeles de mala muerte a los que asisten a buscar sus servicios los propios amigos del escribidor de radioteatros caído ahora en desgracia.
Los destinos de Pedro Camacho y de Varguitas nos confrontan con la disyuntiva por la que pasa cualquier persona que se dedica a la literatura en América Latina: quedarse en Lima y vivir como el boliviano o irse a Europa, por decir algo, para poder dedicarse a la literatura sin trabajos alimenticios, libres ya de un ambiente mediocre que debilita y es casi indiferente a los escritores. Cada quien encontrará su respuesta ajustada a su personalidad, sus posibilidades y a los vientos que soplan para la literatura en cada uno de nuestros países.
La tía Julia y el escribidor cumple 45 años, sus personajes todavía nos hacen reír, su estructura sigue sorprendiéndonos, es brillante la reflexión implícita que esta novela conlleva sobre el realismo. Ella recrea los años cincuenta en Lima, previos a la Revolución Cubana, y también deja ver, en algunos rasgos de Pedro Camacho, el interés de su autor por las personalidades fanáticas, lo cual abordará en novelas posteriores como La guerra del fin del mundo o Historia de Mayta y en sus reconocidos ensayos y artículos en favor de la libertad de pensamiento y la tolerancia política. Celebramos mucho esta literatura por lo rica que es para la crítica formal sobre la ficción y para la reflexión social y, también, por lo divertida que resulta para la lectura espontánea.