La pasión del libro
Carlos Morales
Editorial Prisma
2020
120 págs.
El ego de Carlos Morales es el motor literario más activo del país, pues viene publicando libros con notable constancia, como francotirador en plena guerra. Además, va de un tema a otro dejando tras de sí retazos de su infancia, adolescencia y vida adulta, ya con cierta tendencia a título de memorias. Sus últimas publicaciones corren así: Noches de estreno con Hugo Díaz (2017), Aguas del Torres me llevan (2018), El ego me mata… (2019) y La pasión del libro (2020), todos ellos van armando un rompecabezas de uno de los escritores costarricenses más interesantes de las últimas décadas.
El primero se refiere a su labor profesional y sus vínculos con el teatro, el arte y el periodismo. El segundo está relacionado con sus años de infancia y adolescencia en Guadalupe, a orillas del río Torres. El tercero explora la trascendencia del ego en la generación de arte, literatura y otras expresiones del intelecto y, este último, un texto que nace de su pasión libresca. “El mundo existe para llegar a un libro”, dijo Mallarmé, y Carlos Morales ha llevado a la práctica esa sentencia.
En La pasión del libro el autor aborda uno de los temas más polémicos de los últimos años, relacionado con las amenazas de la tecnología sobre el libro duro, una problemática que atañe a escritores, lectores, editores, libreros y público en general. Ya un escritor prematuramente olvidado defendió con solvencia al libro duro y manifestó que “las computadoras personales amenazan al libro físico en la misma medida que los elevadores a las escaleras”. La esencia de esta apreciación está implícita en el libro de Carlos Morales, detallada con varios argumentos que auguran muy buena salud para el libro tradicional.
Hace unos años Umberto Eco celebraba que algunos objetos como el libro, la llave, la cuchara y el clavo son inventos definitivos, que quizás admiten complementos o competidores, pero nunca sustitutos. Morales destaca que en la primera fila de los defensores del libro están los escritores-lectores, esos individuos cuya actividad vital está condicionada por este producto de la cultura humana, primero pergeñada en paredes de cuevas inmemoriales, después escrita en papiros y tablillas de barro, hasta que la invención de la imprenta les dio carta de ciudadanía universal. Escribir, publicar, comprar y leer libros es el sentido de la vida de una secta misteriosa de seres humanos que no está en vías de extinción, pero siempre ha sido selecta, terca y militante.
De aquí surge inevitablemente el tema de las bibliotecas, un elemento que, en palabras del autor, decide no solo la calidad de vida del lector, sino también la de sus parientes más cercanos e incluso puede ser el factor decisivo de la prosperidad y felicidad de las siguientes generaciones. Suscribo con entusiasmo esta idea y lamento que la biblioteca sea atípica en los hogares. A veces se instala como un aditamento decorativo —que ya es algo— aunque la norma es la ausencia total. Las familias celebran la inauguración de una piscina, de un rancho, de una terraza, de un jardín o de un bar, pero nunca será motivo de fiesta la instalación de una biblioteca.
En su libro, Carlos Morales apunta hacia distintos factores que inciden sobre la circulación del libro físico en la sociedad moderna, con especial atención en tiempos de pandemia. Ante la amenaza global del COVID-19, las personas han mermado la compra de libros, tal vez por la expectativa de guardar recursos para situaciones de emergencia. Si ya la materialización de las costumbres golpeó la venta de los libros, la peste vino a complicar las cosas. No obstante, en un espléndido recuento de adversidades históricas, el autor hace una lista de batallas libradas por el texto duro y trae hasta nuestros días las sufridas victorias y los avatares de sobrevivencia del libro, porque a pesar de las desgracias sigue vivo en la cultura de todos los países.
Morales, lector empedernido, va hasta otras facetas del libro impreso, como la facilidad de ubicarlos en lugares estratégicos de la casa, para estimular la lectura simultánea de varios textos. Advierte también de la soberanía del lector para abandonar los libros deliberadamente oscuros o faltos de oficio, un abandono sin remordimientos, a pesar de que Alejo Carpentier decía que no hay escritores aburridos sino lectores aburridos. En estos tiempos en que la atención de las personas es reclamada por la pirotecnia de la tecnología, por la frivolidad de los medios de comunicación masiva, por el culto a las mascotas, por el ejercicio físico y mil actividades más, el libro breve y conciso, con un mensaje de altura, está en mejores condiciones de competir.
Para mi gusto, Carlos Morales aborda en La pasión del libro un tema central que fascina al lector, pero pone en guardia al escritor: “la deschingada literaria”, esto es la mayor o menor proporción autobiográfica que el autor vierte en las páginas de un libro. Es claro que toda obra, literaria o no, contiene cierta dosis autobiográfica, pero corresponde al lector detectar entre líneas cuánta “deschingada” está presente en las páginas que va leyendo. Hemingway ya había advertido que todo libro es tan solo la punta de un iceberg y que cada lector debe descifrar el segmento mayor que permanece sumergido.
Este libro me hizo reflexionar acerca de esa pasión que sentimos al merodear las estanterías de las tiendas de libros, una emoción que viene del aroma de la tinta y el papel, del peso de cada texto, del presentimiento de encontrar en ese sitio una pieza de colección o un libro largamente buscado. Quizás en esa búsqueda sin prisa de los hallazgos literarios, el tiempo se ralentiza o corre a una velocidad diferente, porque estamos ante el “Santo Grial” del conocimiento. Ningún otro objeto de la cultura universal produce en el sujeto diletante tal estado de gracia.
He llegado a la última página de esta obra con dos certezas; la primera alentada por Freud y la segunda por Borges: en esta vida hay algunas cosas mejor que un libro, pero no muchas y nada más estimulante en tiempos adversos que un libro breve y contundente. Me alegra profundamente que el ego de Carlos Morales siga produciendo literatura de la buena, ajena a tanto disparate que nos ofrece en nuestros días la industria del entretenimiento.