Quien ya nos había entregado su primer volumen de cuentos Puentes propone en esta novela minuciosa y de narrativa barroca, pormenorizada, involucrar al lector en el proceso dramático de la narradora protagonista.
Karina Valladares es una mujer de 37 años, funcionaria y profesora universitaria. “Catorce meses habían transcurrido desde que defendí mi tesis doctoral, y mis aspiraciones académicas encontraban pastos verdes para alimentarse. Continuaba con mis labores como psicopedagoga en la Vicerrectoría de Vida Estudiantil, acompañando en su aventura universitaria a chicos con diversidad de necesidades”.
Suficientemente exitosa para llevar una vida agradable que vive con la intensidad que le dictan sus propias emociones. “Yo, Karina Valladares, tenía la certeza de estar haciendo las cosas bien, en todos los ámbitos. Disfrutaba de mi pequeña pero cómoda casa construida hacía escasos cinco años, diseñada y levantada a mi gusto, financiada por un banco estatal para que me convertí en “sujeto de crédito” luego de obtener mi plaza en propiedad”.
“Mi salario me daba la posibilidad de vivir sin angustias financieras, alternando austeridades e indulgencias. La hipoteca de mi casa constituía el principal drenaje de mi capital, no tenía otras deudas, y podía permitirme un gustito de vez en cuando. Léase: comía afuera e iba al cine una vez perdida, escogía concienzudamente los conciertos, y ahorraba todo lo posible para emprender una travesía aventurera un año sí y otro quizás”.
Le gusta sentirse protagonista de sus días, andar a su ritmo, amar su trabajo, su familia y una sociedad costarricense de inicios del siglo XXI que aún huele a su ruralidad originaria.
De la mano del monólogo interior de este personaje central, vamos descubriendo con alto grado de detalle rasgos de la sociedad costarricense de la clase media.
Pero en la narración puntual de su cotidianidad empiezan a aparecer pequeñas alteraciones, leves fallos físicos que se convertirán en signos de un evolutivo daño en su salud que dará un giro completo a su vida.
El relato sincero en primera persona acerca al drama interno que vive la protagonista:
“Yo sé hacer que las cosas sucedan, yo resuelvo, yo consigo, yo logro, yo esquivo. Eso se convierte repentinamente un espero, descanso, tengo paciencia. No es fácil, no”. A la vez que lleva al lector por una inmersión en el sistema de salud costarricense en los meses previos a que inicie la pandemia de COVID-19.
“Yo no supe cuándo pasó, pero al igual que en Machado, mi mundo sutil tembló súbitamente y se quebró. Quedé expuesta, en crudo, fría. Aliento había. Alguna hebra color mañana, también”.
El lento aprendizaje de este personaje ante un proceso que le muestra la fragilidad de la vida, pero a la vez el valor de la entereza y de la solidaridad humana y el afecto, lo presenta la autora en un monólogo interior lleno de giros poéticos.
“Viviana peinó a la muñeca de trapo, le cosió un botón a su dignidad, la asomó a una ventana y le mostró un retoño de ilusión”.
La voz honesta de la protagonista es la misma que la de la autora que en su libro anterior ya había dado muestra de esa prosa fresca, directa y de su afán por transmitir su amor por un ámbito eminentemente costarricense.