Un poema, un libro de poemas, muestra un mundo y, además, muestra aquel ojo por el que se percibe una manera de sentir, una manera de pensar, una manera de estar y una forma de vivir. En sus libros, Alfredo Trejos nos tiene acostumbrados a la honestidad y, con ella, logra que nosotros nos riamos con él, que nos riamos de él, consigue que suframos con él y, en ocasiones, nos hace desear que de una vez por todas que se logre resguardar a tiempo de las estridencias de las mujeres y de la luz del amanecer.
En el mejor sentido de esta palabra, sus poemas son prosaicos, en ellos, domina el reino de lo sucio, el reino de lo cotidiano, la fiesta de la carne en un mercado y el delirio de un solitario que le hace cariño a los cajeros automáticos añorando que, como un buen amigo o un gato o un amor, él le entregue con facilidad todo el dinero del mundo. Sí, sus poemas son prosaicos y su prosa es culta.
Omisión de lejía (Ediciones Perro Azul, 2022) es el nombre que le buscó Trejos a este libro sereno y dichoso, el nombre con el que quiso contarnos que las apariencias engañan, que lo más profundo es la piel, tal y como decía Paul Valery; porque en la vida de todos los días, en la intimidad de la casa en penumbras, en la rutina de los solterones encontramos verdades y filosofías, una sensibilidad, una insatisfacción y una desdicha luminosa.
Quien nos habla en estos poemas no es feliz, gruñe contra los malos políticos y se incomoda por la suciedad de un horno de microondas, se alimenta con comida chatarra y bebe baldes de gaseosa, el fútbol lo entristece en el momento exacto y él se queja de su incipiente barriga de búfalo en retirada, de búfalo que espera un taxi, a ver si logra dejar atrás para siempre su pradera de Dakota.
No es feliz el poeta, camina inseguro por la ciudad, teme ser herido, él percibe al mundo como amenazante y desierto, amenazante porque un tren se puede descarrilar en sus narices y desierto porque la mujer que ama ya no está para protegerlo, ella se ha ido y a él solo le quedan el whisky para malgastar su dinero y la poesía para intentar recuperarla. No es feliz el poeta y, sin embargo, él nos hace felices a nosotros, porque sus páginas nos ponen a salvo de nuestra propia soledad y de nuestras propias pérdidas.
Hace muchos años en Londres, un juego de la primera división del fútbol inglés se suspendió por neblina, una intensísima neblina que dejó solo en el campo, inconsciente de lo que ocurría, a Sam Bartram, el arquero del Charlton Athletic, quien por unos minutos se mantuvo en su puesto mientras los demás ya se encontraban a salvo del mal clima en las entrañas del estadio. Entre tinieblas Samuel Bartram pensaba, esperaba un disparo de larga distancia o un centro venenoso, entre tinieblas el poeta piensa, vigila mientras otros descansan, escribe como un roedor mientras otros se exhiben por las ventanas, imagina los barrios viejos de San José, sus casas tuertas, el comején de sus maderas. Ni a Bartram ni al poeta les intimida la soledad.
Omisión de lejía se une a una colección de libros que ya deja estela en la poesía costarricense contemporánea: Carta sin cuerpo (2001), Arrullo para la noche tóxica (2005), Vehículos pesados (2009), Cine en los sótanos (2011), Prefiero ver estática (2012), Riviera Paradise (2014), Crooner (2015), Prusia (2017), una colección de libros en la que se reconoce un estilo que se perfecciona y se repite, una voz que no se cansa de contarnos lo que le ocurre con las cosas que le rodean y también, con algunas personas, primero las cosas, porque parece que este poeta habla más con ellas que con la gente. Habla con ellas y después con nosotros, sus lectores, familiarizados a escucharlo comparar la ducha de la casa con una silla eléctrica o a relacionarse con estrellas de cine como si fueran sus compañeros de escuela o de tragos.
En la poesía de Alfredo Trejos todo es cercano, lo culto y lo popular se mezclan en un lenguaje en apariencia espontáneo, tras el cual está una mano que no cesa en su trabajo, una mano a la que no le tiembla el pulso para escribir sus dolores, sus frustraciones, sus fructíferas derrotas, de las cuales surge el material del que está hecho este libro, en el que, según su autor, cada poema es un vagón de hastío.
Nada detiene a la muerte, en algún lugar, en algún tiempo nos encontrará; mientras esto ocurre, Trejos escribe poemas, tal vez para no adelantar aquel encuentro fatal, para no ser “Pushkin a punto de salir de San Petersburgo a recibir un tiro en las tripas”, aquel día cuando cayó en la nieve como cualquier cosa, sin hacer el menor ruido. Pushkin “tumbado en el Palacio de San Miguel” y Trejos que espanta su muerte con poemas que nos hacen sentir bien, que nos hacen sentir muy cerca de un amigo con el que vale la pena conversar por largas horas y, en cualquier lugar, conversar sobre los trabajos y los días, sobre las heridas que dejan las mujeres y sobre el alma de las cosas, ese misterio que nadie sabe ver como él.
Álvaro Rojas Salazar