Los Libros

Malanga o la disputa por la autoría de una novela polifónica, absurda, cínica y dudosa, pero siempre crítica

Malanga Adán Vivas Novela edición del autor 2022

“Malanga es el nombre de un tubérculo blanco por dentro, semejante a la yuca. En algunas latitudes, yuca se le llama vernáculamente a la mentira. Malanga podría serlo” (pág. 308). Esa es la definición que se nos da en el mismo texto (apartado “Malanga VII”) de la novela de Adán Vivas cuyo título tiene esa procedencia. Y allí está la principal pista acerca de la impostura literaria que se permite el autor para entregarnos una narración lúdica, ácida y sarcástica, tragicómica en todo caso, sobre un país imaginario que bien podría ser el mismo que habita el autor diluido en múltiples narradores, tiempos y espacios.

En El hombre sin atributos (1930), el gran escritor austriaco Robert Musil (1880-1942) utiliza el término “Kakania” para referirse al imperio austrohúngaro en franca decadencia inmediatamente antes de la primera guerra mundial. A dicha novela se la considera una de las obras narrativas más ambiciosas del siglo XX porque en ella se discuten miles de teorías sobre el poder, el arte, el crimen, el amor, la desigualdad social, el influjo del pensamiento en la acción, etc. Es un heterogéneo compendio de la crisis cultural europea del periodo de entreguerras, con la caída del racionalismo y la búsqueda de sentimientos que ofrecieran salida a las emociones cautivas en un sistema asfixiado por la ciencia utilitaria y la complejidad imperial del sistema capitalista. Es una verdadera tragicomedia.

Pues bien, guardando las distancias, Malanga vendría a ser una suerte de Kakania tropical. Claro que los personajes de Musil son burgueses y aristócratas, a cambio los de Vivas son proletarios y de clase media, franja donde pululan los arribistas, burócratas y trabajadores de diversos oficios, desempleados e informales, todo ello con el común denominador de la corrupción y la mascarada, mejor dicho, de la doble moral y de la chota —la agarrada de chancho— llevadas al extremo con la violencia en todos los ámbitos, la narcopolítica y la criminalidad. En otras palabras, es la puesta en palabras de una sociedad en crisis gracias a la contrarreforma neoliberal iniciada en los años 80 del siglo XX por las cúpulas del poder travestidas con diversos colores y operadoras electoreras:

“Ciudad Artificio, la capital tiene muchos bancos y procura estar a la moda. Grandes capitales evaden, sin que nadie los persiga, las cargas tributarias. La clase gobernante tiene muchos cuestionamientos por lo que no se espera que un gobierno gane dos elecciones de forma consecutiva. Merced a ello han creado un sistema de partido que ha crecido ficticiamente de forma exponencial. Del bipartidismo de los años sesenta se llegó en los ochenta a ocho partidos. Al presente, ya son más de setenta y casi todos profesan la misma ideología. Así acudimos a la falsa pluralidad de una aldea donde los caciques mueven los dedos para que las marionetas de turno ejerzan lo que llaman democracia, pero es el mecanismo con los que los poderosos mantienen el sistema a merced de sus intereses.

La huelga nacional estalla (…). Es por todo y por nada: no hay aumentos salariales hace rato, hay inflación, las escuelas carecen de pupitres, algunas no tienen ni siquiera techos en buen estado, los medicamentos están por las nubes y acaban de reestructurar —mejor dicho suspender— el derecho de huelga. La pluralidad de los nuevos legisladores no es mella para que se pongan de acuerdo ante las órdenes del empresariado.” (págs. 105/106)

“La constitución no le prohíbe ni a rumiantes, ni a primates la procura de la silla presidencial.” (pág. 245)

“País misógino, homófobo, clasista, fanfarrón, dizque blanco, aunque en realidad padecemos de la maldita cultura del incesto que nos depara algunos problemas de salud y también de la bendición del mestizaje, pretendemos cierto supremacismo pero disimulado, pacato.

Nos decimos blanquitos pero igualitos, cosa que nunca llevaremos a la práctica.

Esto se entiende porque también sabemos, pero se calla, que somos un remedo de democracia, un fracaso institucional y que nuestra voluntad política la maneja la embajada del imperio. Quizá por eso, hasta nuestra gente más sencilla puede ser radicalmente anticomunista y considerar válida la lapidación de líderes sociales. Curioso, para una sociedad que dice ser fundada por iguales obreros que supuestamente nunca ejercieron el sometimiento de los otros para ver crecer su patrimonio.

La violencia doméstica está a la orden del día, con o sin domingo de fútbol. El discurso macho suele no permitir que la exmujer decida reinventar su destino y donde ve la intención de alejarse, ataca.

Los valores morales de moda —católicos o protestantes— ayudan muchísimo a que la doble moral no se nos atraviese en el pescuezo y nos asfixie.” (págs. 270/271)

Mención aparte merece la compleja trama de la novela. Son múltiples y disímiles los narradores, entre los cuales aparece el mismo autor mimetizado en un juego dialógico y sarcástico sobre las diferencias entre narrador/autor y viceversa. El escamoteo o muerte del mismo no se realiza aunque se intente por todos los medios. Los señores Barthes y Foucault estarían encantados, u ofendidos. La narración se sostiene sobre dos columnas o andariveles: la primera es la que da nombre a la novela y nos va presentando al país/nación/Estado y su capital “Artificio” con todas sus particularidades geográficas, económicas, sociales, políticas y culturales. La segunda se asienta sobre una imposible editorial que busca salir de la bancarrota con ediciones piratas o con la explotación laboral de escritores a destajo —fantasmas—, es decir, diletantes con ansias de figurar. El editor y su pandilla (una muestra oscura y humorística del medio librero y literario), se deciden por Vivas, un escritor con necesidades de reconocimiento tanto simbólico (¡quiere premios!) como material, contante por supuesto. En este andarivel la sorna literaria no tiene desperdicio: lanza dardos envenenados a granel sobre el mundillo editorial, literario y académico. Es al duro y sin guantes.

La polifonía se amplía cuando ingresamos a la plaza pública, mejor dicho, cuando se le concede la palabra al otro, a los otros. La otredad es una ringlera de personajes de diversas procedencias: vendedores de toda estofa —y estafa—, burócratas, empleados de empresa, estudiantes, profesores, abogados, médicos, farmacéuticos, enfermeras, mecánicos, escritorzuelos, publicistas, policías, políticos, ladronzuelos, en fin, una muestra variopinta de la fauna sociocultural de una Malanga neoliberal, dolarizada y, por ende, sumamente desigual y violenta. Su dicción y prosodia son populares, sin llegar al costumbrismo folclorizante, aunque se deslizan por esa cuerda floja con retazos de palabras y giros procedentes de diversas formaciones discursivas donde el tuteo, el ustedeo y el voseo se encabalgan en síncopas arriesgadas, producto de la aculturación posmoderna y de la porosidad identitaria propia de los malangueños. Dicha fauna interactúa y sobrevive en una escenografía urbana caótica que alude a la ciudad desestructurada por la contrarreforma, la privatización del espacio público, la usura, la especulación inmobiliaria, todo ello con los efectos distorsionadores de los negocios offshore, la evasión y elusión fiscales, la narcopolítica y la legitimación de capitales.

Estamos ante una novela pastiche, un inmenso collage de tiempos, espacios, situaciones y conflictos singulares, risibles a veces, patéticos casi siempre, pero que aluden a un país colonial en crisis, a una civilización en franca descomposición, a un planeta en agonía. Por demás, coloca en entredicho a los instituyentes culturales, en especial a la actividad literaria y al mundillo editorial tercerizado por un subdesarrollo tropical dependiente y promiscuo. Así las cosas, si usted busca corrección literaria y política, no se la recomiendo.

 

 

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