Los Libros

Le Clézio: “El humanismo es lo único que puede salvar el mundo”

Bitna es una joven estudiante coreana que, para dejar de depender de una tía y una prima insoportables, acepta una particular oferta de trabajo

Bitna es una joven estudiante coreana que, para dejar de depender de una tía y una prima insoportables, acepta una particular oferta de trabajo: inventar historias para Salomé, una chica que padece una enfermedad paralizante y dolorosa. La imaginativa contadora de cuentos no cierra cada cuento antes de empezar otro sino que mantiene abiertos varios a la vez, con lo que las intrigas se acumulan hasta crear una fuerte adicción en Salomé. Y también en el lector de Bitna bajo el cielo de Seúl (Lumen), que es como se titula la novela de Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura en el 2008.

¿Las historias son convenientes para nuestra vida? ¿Necesarias? ¿Incluso nos permiten sobrevivir?

–Le respondo con dos referencias importantes en mi vida. Durante la Segunda Guerra Mundial, mi abuela materna era quien nos cuidaba a mi hermano y a mí. La ciudad del sur de Francia en que vivíamos era bombardeada por la aviación canadiense. Vivíamos en un sexto piso y teníamos que bajar a refugiarnos en el sótano. Ella, para vencer nuestro miedo, nos contaba un cuento. Así que para mí la guerra y los relatos están vinculados. Las historias no te permiten sobrevivir físicamente pero sí moral y mentalmente en situaciones como esa. La otra referencia se remonta al siglo XI. En aquel entonces, el rey de Cachemira tenía a su mujer enferma de depresión y pensó que la única forma de curarla sería contarle cuentos. Pero él no tenía imaginación y se lo encargó a su consejero, Somadeva. Así nació El océano de ríos de leyendas, germen de Las mil y una noches, donde a su vez Sherezade tiene que contar un cuento tras otro para ganar cada vez un día de vida. A mí me gusta más la versión de Cachemira, pero en el fondo es lo mismo. Sí, los relatos están ligados a la supervivencia. En mi novela, Salomé padece una especie de esclerosis y para seguir viva necesita que le cuenten historias.

Su libro mezcla realidad y fantasía. Pero todos los personajes, unos más tiernos y otros más crueles, tienen un lado oscuro y egoísta. ¿Es su visión de las personas?

–Quería que todas las historias fueran verdaderas. Y todos tienen una base real, de hechos que yo he oído que ocurrieron o de cuentos que ya se contaron. Y como en el mundo real, hay momentos crueles, dramáticos y cómicos. Todo está ahí para que Salomé tenga un sabor de la vida que no puede disfrutar.

Los personajes de la novela y sus problemas son muy diversos pero a la vez podrían encajar en cualquier parte del mundo. ¿La globalización nos ha hecho más iguales?

–Yo no creo que la globalización exista realmente. Cada uno, en nuestra individualidad, nos resistimos a someternos a un modelo único. Es una resistencia eficaz. Lo que sí es cierto es que gracias al Internet, al cine y los libros, somos más conscientes de lo que hacen los demás y estamos dispuestos a aceptar y aprender las cosas buenas de nuestros vecinos. De manera que soy optimista. Ante eso que llamamos globalización, nos resistimos a lo negativo pero valoramos las diferencias. Nos hacemos más resistentes.

Ya en el año 80, en su libro Desierto, usted se preocupó por los inmigrantes africanos y su acogida. La situación no tenía mucho que ver. ¿Europa se ha vuelto más temerosa y egoísta?

–Sí. Y con razón tienen más miedo. Porque su panorama es bastante difícil. Los que quieren mantener los privilegios económicos y culturales que conocieron en su infancia, es decir, el estilo de vida dominante, se van a dar cuenta de que no podrán conservarlo durante mucho tiempo. Medio mundo está a las puertas de Europa pidiendo cuentas. Y son cuentas justificadas porque nosotros hemos disfrutado de una enorme riqueza hasta ahora. Es normal que los hijos de los que han sido dominados vengan a reclamar. En este sentido no sería muy optimista.

Entre otros muchos lugares del mundo, usted vivió un tiempo en México. Un país en cuyo futuro solía confiar. ¿Mantiene esa confianza a la vista del proyecto de Trump para levantar un muro en aquella frontera?

–Los mexicanos no se muestran muy preocupados. Suelen decir: “Saltaremos el muro y ya”. Y así lo creo. Un muro no impide nada. Es una ilusión. Trump cuenta eso a los estadounidenses y convence a algunos de que así les protegerá del mundo real. Una vana ilusión.

¿Y sigue pensando que, como dijo hace años, el populismo es una enfermedad pasajera?

–El populismo es como el muro de Trump en la frontera: otra ilusión, en este caso para hacer creer a la gente que podemos tener un gobierno que va a hacer algo, cuando en realidad lo único que puede salvar al mundo es el humanismo, la generosidad, los valores sobre los que se construyó la democracia. Queremos frenar la emigración y no se pueden poner puertas al campo.

¿Cree que el arte, la literatura y la cultura pueden realmente salvar el mundo?

–Nos encantaría. La verdad es que el arte y la literatura no han impedido las guerras, las injusticias ni las persecuciones raciales y religiosas. Pero tras la suma de pequeños fracasos quizá podamos conseguir el logro de un éxito: el de una esperanza que ahora no tenemos.

Europa solía ser una esperanza. Hoy Macron ha llamado a reanimarla. ¿Cómo ve usted la idea de la Unión Europea ahora, en horas más bien bajas?

–Ojalá se mantengan sus valores y ventajas. Me parece maravilloso poder venir a Madrid con mi pasaporte francés y sin que nadie me pida ni me pregunte nada.

Por cierto, ¿de dónde es usted? Nació en Francia pero ha vivido en Asia, África, América del Norte y del Sur…

–Me gusta cambiar de lugar porque fui educado en la idea que no era de ningún lugar. Mis ancestros son bretones pero vivieron en Isla Mauricio. Mi mujer es del Sahara Occidental, de un territorio llamado Río de Oro, que ya no existe. Ella no puede volver allí, y yo no tengo nada en París ni en Mauricio. Solo poseo una chocita en la ciudad mexicana de Jacona de Plancarte, en Michoacán. Pero a esa pregunta, de dónde soy, puedo decirle que soy de mis libros, de la lectura y la escritura, de los encuentros con otra gente. Por eso me gusta la idea de Europa.

¿En qué sentido?

–Porque Europa es una oportunidad para que los jóvenes se encuentren y comuniquen, para que edifiquen algo nuevo y sean humanistas. Mi generación, la de la guerra, no lo fue. No vale nada, está podrida. Para lo que quiero decir vale el ejemplo de lo que intentan hacer en China, donde paso gran parte del año. Los jóvenes allí tratan de superar sus condiciones; salir de la tutela familiar y política; encontrar un nuevo equilibrio entre la realidad y los sueños; entre la literatura y las ciencias… Los mejores alumnos de Literatura que tengo allí son los astrofísicos. Han llegado al extremo de la ciencia y eso les ha desarrollado la capacidad de sentir lo que es la literatura. Y esa es una instrucción del presidente Xi Jinping: hacerse humanistas. Y los jóvenes chinos lo están intentando. Es importante.

Al revés que aquí, donde se han liquidado asignaturas de Humanidades.

–También en Francia. Es terrible.

Tomado de La vanguardia.

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