El motivo de la máscara se sustenta en su doble articulación para ocultar y mostrar. Amparada en el rostro, al que esconde o sustituye, toma de este su valor significante. La máscara puede mudar de rostro, pero sin uno que la soporte, queda reducida a su condición de artefacto.
Como objeto profiláctico, en fechas recientes, caretas, mascarillas, bozales, barbijos, protagonizaron la discusión y se impusieron como aditamento social, para “protegernos y proteger a los demás”. Pronto se convirtió en elemento indispensable de socialización, requisito, muestra de civilidad y obediencia.
La convención de la máscara es el pacto del carnaval y la mascarada, los es también del teatro para contar una historia, del chamán en el ritual.
En su aclamada novela Confesiones de una máscara, Yukio Mishima recurre a ella para contar una verdad que la realidad no soportaría. Exponerse, quitarse la máscara, confesar.
Javier Tapia nos propone en este poemario titulado Juego de máscaras una serie de aproximaciones a la máscara y sus funciones.
“Contienen las máscaras —su simbolismo y representación — una dimensión lúdica y dramática. La vida contiene ambas condiciones, inseparables aunque no se manifiestan siempre de la misma manera ni al mismo tiempo; las máscaras muestran y ocultan”, dice el autor.
Hay, en este libro, infinidad de miradas, que se multiplican como si la máscara se asomara al espejo, entonces, qué mira, quién mira.
Toda máscara aspira a ser un rostro, todo rostro, a ser una máscara.
Como el estanque a Narciso, nos hacen creer que es así como nos ven los demás.
La máscara nos protege y protege a los demás.
