Antes de abrir el libro, con solo mirar la portada, una primera vez, se da uno cuenta de que se está ante la obra de un apasionado de la literatura, en el sentido etimológico y mucho más. En efecto, a lo largo de su vida, Carlos Morales ha recorrido, con gran entrega y éxito, todas las etapas de la construcción de un libro: crítico, escritor, diseñador, corrector, impresor, promotor, vendedor y hasta cobrador. La primera mirada sobre el libro es como mirar un mango maduro: esa insuperable combinación de colores y transiciones genera un apetito incontrolable. El título es una trampa cautivante… estás acercándote a arenas movedizas… puedes, pero no quieres escapar… es el imán mágico de atracción… es la abeja cautivada por el colorido de la flor. Ese es el efecto que producen el solo título y portada del libro.
En resumen, Carlos sabe cómo se publica un libro exitoso, en forma y contenido: un best seller. Debo aquí opinar que un best seller no tiene, per se, nada de malo. Puede ser de calidad que oscile de un extremo al opuesto, dependiendo del autor y del público al que se dirige. Hace muchos años un gran escritor costarricense, Alberto Cañas, se jactaba de que él nunca había escrito un best seller. Primero: en este aspecto, don Alberto se equivocó, tal vez adrede, tal vez fingió equivocarse. Es ampliamente reconocido que él fue un escritor muy exitoso en nuestro medio tico, es decir, escribió best sellers. Segundo: La Biblia, El Quijote, Los Miserables y Cien Años de Soledad son y serán siempre super best sellers.
El objetivo de Cosas de Mujeres: la belleza de muchas mujeres recordada a lo largo de la vida de un observador sesgado por el amor. La idea es tan nítida, natural y biológica que lleva a la inevitable pregunta: ¿Cómo no se me ocurrió a mí antes? ¿Cómo diablos no me le adelanté a Carlos? ¿Cómo es que no vi ese mango exquisito expuesto permanentemente ante la miopía extrema de mi pluma? Como castigo me toca acompañar como grumete al capitán Carlos en su navegación por este archipiélago de beldades, cada una superior a todas las demás e inferior a ninguna.
La travesía se realiza rasgando delicadamente con bisturí cirujano una atmósfera saturada de sensualidad, a veces tangencial a la sexualidad, sofisticada, que es sacudida, incluso violentada, exactamente, a la mitad del viaje por la historia de la asesina María Ima. Si yo hubiera controlado el timón, esa única isla hubiera sido evitada, pero no lo controlo, de modo que me toca soportar ese indigesto mal marítimo.
Toda obra literaria es, en mayor o menor medida, autobiográfica, sobre todo si es una novela de amor. Y eso, creo yo, es bueno. El amor no se inventa, para conocerlo hay que vivirlo. El grado de autobiografía del escritor es un asunto personal, casi escribo “íntimo”. Lo cierto es que el mayor atractivo, incluso beneficio, para el lector, reside en que a lo largo de esta travesía resucitan, como lirios sobre la superficie serena del agua, las bellas imágenes de los recuerdos de los propios amores, necesariamente en intercambio y confusión del platonismo y la realidad.