Los Libros William Faulkner

El amo del sur profundo

El 6 de julio de 1962, a un par de meses de cumplir 65 años, moría de un infarto en el Sanatorio Wright en Byhalia, a causa de una trombosis tras la caída de un caballo, el propietario único del condado (y de todas sus gentes) de Yoknapatawpha, Mississippi. Era el amo y señor de sus vidas, conocía al detalle cada aventura, anhelo, sentimiento de todos quienes habitaban ahí. Nadie como él habría podido contar aquellas historias intensas, nadie habría sido capaz de doblegar el idioma de esa manera.

La primera vez que tuvo contacto con ese lugar fue en voces difusas que se remontan hasta su infancia, cosas que contaba su abuela o la nana negra que lo había criado.

Tomó el nombre de uno de los ríos que corren en sus lindes. La capital del condado es Jefferson, el propietario, William Faulkner, quien incluso había dibujado un mapa de su territorio para hacer constar el desarrollo de las cosas que ahí sucedían.

Una población cercana a los 20 mil habitantes negros era dominada por menos de 7 mil blancos. Historias de familias blancas aristocráticas, dueñas de plantaciones, venidas a menos, con amores desesperados, mujeres heroicas y el espíritu de una sociedad sustentada en el fermento del racismo.

Ahí, él lo conocía bien, se habían irrespetado de la manera más brutal las sagradas escrituras.

Era un territorio de pasiones intensas. Faulkner sabía, porque se lo contaron muchas veces desde su niñez, que la vida en esos lugares era dura y directa, pero él le había encontrado un sentido poético: la describía con minuciosidad, como si fuera con la mirada de un niño que apunta a los detalles y salta de uno a otro abandonándolos con desdén en aras de no lentificar la acción que se cuenta.

Las primeras referencias que tuvo Faulkner de este lugar fueron a partir de historias cortas en que se hacía referencia a su existencia, pero fue hasta 1927, cuando la familia Sartoris y su trágico destino de heroísmos y culpas lo llevaron a Jefferson, capital del condado. En ese año, su novela Banderas en el polvo no fue bien recibida por su editor Horace Liveright, que ya le había publicado dos novelas anteriores. Tampoco sus amigos la aprobaron, pues la consideraban confusa tanto en su lenguaje como en la estructura de la trama.

Pero Faulkner ya se había adentrado en Yoknapatawpha, encantado con sus gentes, con las cientos de historias que se entrecruzaban, con las voces que le hablaban al mismo tiempo desde distintos lugares construyendo un mosaico de emociones, sentimientos y recuerdos. Como los Santoris, la familia Compson también era aristocrática venida a menos, afectada por la tragedia y la ruina. Contar su historia requería esta vez de un manejo aún más atrevido, de una estructura experimental en la que Faulkner se jugó todo; ya no importaba si como escritor fuera comprendido o no, lo que necesitaba era narrar la historia que tituló, a partir de nada menos que un verso de Macbeth de Shakespeare: El ruido y la furia.

En adelante se establecería definitivamente en Yoknapatawpha, ahí sucedería la mayoría de las historias literarias que lo consagraron como uno de los grandes escritores estadunidenses del siglo XX y por las que recibiría en 1949 el Premio Nobel de Literatura.

Muchas páginas gloriosas pasarían por ahí: Mientras agonizo, Luz de agosto, ¡Absalón, Absalón! Algunas veces, pocas, se apartaría de aquel lugar maravilloso que había encontrado para su obra literaria.

Aquel muchacho que inició su carrera literaria escribiendo poemas, algunos de los cuales incluso se editaron en el periódico escolar, y que hasta los 29 años publicó su primera novela, La paga de los soldados, había nacido el 25 de septiembre de 1897 en el estado de Mississippi. Ahora se sumergía en el sur profundo al que perteneció y para siempre le pertenecería.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido