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Daniel Gallegos, dramaturgo, novelista

El reciente fallecimiento de quien considero ha sido el mayor dramaturgo de la historia literaria de Costa Rica, como es nuestro colega de la Academia,

El  reciente fallecimiento de quien considero ha sido el mayor dramaturgo de la historia literaria de Costa Rica, como es nuestro colega de la Academia, Daniel Gallegos Troyo, viene lamentablemente a unirse a la también desaparición física no hace mucho de los otros grandes dramaturgos de nuestro país, como fueron sus entrañables amigos Samuel Rovinski y Alberto Cañas, todos miembros ilustres de nuestra Academia. Los tres constituyen la cúspide de un movimiento teatral que llegó a su máxima expresión en la década de los setentas del siglo pasado; esta época que fue sin duda la mejor del teatro en nuestro medio cultural, tanto en lo que se refiere a la producción original de obras, como a sus puestas en escena y asistencia de público, y espacio en los medios de comunicación; todo un fenómeno cultural que no tenía antecedentes en el pasado ni, por desgracia, logró mantenerse en las décadas siguientes. Cada uno de estos dramaturgos fue grande, pero lo fue de diversa manera. Alberto Cañas cultivó la comedia costumbrista; inspirándose en Pirandello, fue conservador en sus concepciones estéticas y políticas, por lo que fue fiel a la tradición localista inspirada en el folclor. Por su parte, Samuel sobresalió en el drama con una fuerte inclinación a la crítica política, haciéndose eco de la situación imperante, tanto en el país como en la región; de ahí su preferencia por el realismo estético en la forma y, en el fondo, por los temas de actualidad de fuerte denuncia política en defensa de los derechos humanos y de los valores democráticos. En cuanto a Daniel Gallegos, mostró una fuerte y original personalidad, que lo llevó a plantearse la problemática en torno al destino de la humanidad; todo lo cual lo hizo siempre con tonos y enfoques marcados por la filosofía y la literatura existencialistas, que impregnaron la atmósfera filosófica y literaria de la última posguerra, pero sin abandonar por ello la dimensión humanista; para Daniel, el arte en general y el teatro en particular tienen un compromiso con los destinos de la humanidad, pero no mediante la prédica ideológica sino invitando, a veces vehementemente, a la reflexión y a la toma de posición personal frente a los grandes desafíos que el hombre contemporáneo enfrenta de manera ineludible; un arte, comprometido con los mejores valores pero con un tono lúcido y provocador. Los más profundos temas de la metafísica, como la existencia de Dios y su sentido para el hombre en la época actual. Nadie en Costa Rica ha llevado tan lejos y con tanta hondura la dramaturgia como Daniel Gallegos. Lo cual no ha de extrañarnos dado que nadie en nuestro medio tuvo la formación académica en los mejores ambientes de las metrópolis culturales más connotadas, como Nueva York y Londres. Fiel a la tradición familiar de origen  y cultura burguesa, de joven siguió en la Universidad de Costa Rica la carrera de derecho como lo había hecho, y por las mismas razones, Alberto Cañas; pero sus posiciones ideológicas y su militancia política, si bien nunca ocupó una posición destacada en una organización electoral, se inspiraron siempre en los principios socialdemócratas, hasta tal punto que, junto a los dramaturgos ya mencionados y a otros hombres y mujeres de letras, adhirió al Partido Liberación mientras este fue fiel a los postulados ideológicos propios de un socialismo democrático. Pero se apartó de esa agrupación política cuando esta se desvió hacia posiciones neoliberales; como sus colegas, esta fue su posición política hasta el fin de sus días. Pasó su infancia y adolescencia en una Costa Rica predominantemente agrícola y de mentalidad aldeana, donde era imposible cultivar una vocación por las artes sin tener otros medios de subsistencia y un intercambio fructífero que lo mantuviera activo y al día frente a lo que se desarrollaba más allá de nuestras estrechas fronteras. Buscando esos horizontes, Daniel tuvo la oportunidad, gracias a los recursos de su medio familiar, de continuar su formación académica en California y luego conectarse con los medios culturales de Nueva York, donde el teatro lo atrapó en forma definitiva permitiéndole descubrir que allí estaba su verdadera vocación; aprendió con pasión el oficio del teatro a la sombra de grandes maestros como Peter Brook, Peter Weiss y Gudobski; también frecuentó en Londres a consagrados maestros y actores  especializados, como es natural, en la obra de Shakespeare; para el cual Daniel profesó, al igual que lo hiciera nuestro gran escritor Joaquín Gutiérrez, una admiración rayana en la idolatría. Eso hizo que Daniel pudiese cultivar con gran maestría todas las facetas del arte dramatúrgico, excepto ser actor. Daniel fue director, destacdo por su exigencia y fidelidad a la idea del autor; sus puestas en escena marcaron época. Daniel fue maestro y profesor durante toda su vida activa; fue organizador y administrador, pues fundó la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica, de la que fue director por muchos años; igualmente fue director del Teatro Universitario por muchos años; fue crítico y comentarista de la actividad teatral en nuestro medio; pero, insisto, nadie en Costa Rica llevó tan lejos y tan profundamente la creación teatral como Daniel Gallegos, sin olvidar que en la última fase de su vida cultivó con notable talento y éxito de la crítica la creación literaria en la novelística, produciendo obras que le merecieron premios al igual que sus puestas en escena y sus obras teatrales originales. Sus novelas, que llenaron su creatividad en la última etapa de su fecunda trayectoria, se destacan por el carácter autobiográfico, en contraposición con sus obras de teatro que se caracterizan por su dimensión universal y su hondura metafísica. Su producción novelística, que comprende tres obras, abarca tres generaciones de su familia, pero teniendo como personaje central, en el caso de las dos primeras, a figuras femeninas: la abuela y la madre, dentro de una atmósfera de un Cartago provincial, descritos en una envolvente nostalgia; todo lo cual constituye una especie de conmovedor homenaje a las generaciones que conforman su propio árbol genealógico. Esa nostalgia, tierna y lacerante a la vez como la bruma que envuelve las solitarias y oscuras calles de un Cartago de principios de siglo, lo es no solo por la añoranza de los tiempos idos, sino también como tierna evocación de las raíces familiares, sobre todo magistralmente lograda en su primera y mejor novela titulada El pasado es un extraño país, en donde la palabra “extraño” merece destacarse no porque denota lejanía sino por su carácter de irrecuperable, lo cual le da una dimensión trágica a la existencia humana. En concreto, esa bella obra constituye un lindo homenaje a la abuela materna, que el autor evoca imbuido de tierno afecto; todo expresado en un lenguaje claro y  de tono realista, sin adjetivación romántica pero con una fuerza desgarradoramente emotiva. Pero Daniel va más allá, pues todas sus obras novelísticas  constituyen igualmente una evocación de ese Cartago colonial que fue destruido por el implacable terremoto de 1910, que redujo a ruinas y polvo las  calles y casas que daban un perfil propio a nuestra capital colonial. Sus obras tienen  como personaje central a su madre en la segunda novela; en la tercera y última novela publicada, en vida y titulada La marquesa y su tiempo, alude de manera indirecta pero claramente discernible a aspectos autobiográficos. Su prosa se mantuvo siempre limpia con una clara la influencia del realismo anglosajón debido al medio en el que fue educado.

Se comprende por todo lo dicho anteriormente que Daniel Gallegos constituye un capítulo de los más brillantes y destacados de la actividad cultural, especialmente teatral, de nuestra historia cultural. Pero, sobre todo, Daniel Gallegos será recordado en esos anales históricos como el gran creador del teatro trágico en nuestro medio. Pero esto no se dio en Daniel de golpe; hay en su producción dramatúrgica una evidente evolución, hasta el punto de que podemos distinguir un Daniel tempranero y un Daniel maduro. En sus obras teatrales Daniel Gallegos fue evolucionando de una concepción de corte intimista y envuelta en un universo subjetivo y solitario, rayando en el solipsismo, que lo lleva a mostrar una trágica sensibilidad por los problemas de comunicación e incapacidad de una plenitud existencial en el amor. A pesar del acento marcadamente romántico, se trata de una dramaturgia postromántica donde la huella de Strinberg se hace notar; pues se contrapone a la visión del romanticismo que postula el amor como un absoluto, porque solo allí encuentra el ser humano el sentido pleno de su vida y su plenitud existencial. Esto lo llevará en su madurez al plantearse como interrogante supremo del arte la temática en torno al destino último de la humanidad y a cuestionarse por el sentido metafísico de la vida, sin por ello dejar de lado incursionar en el teatro histórico adaptando célebres novelas de otros autores al teatro en su faceta de comedia… Pero todo comenzó con temas más cotidianos, como asumir el entorno familiar y nacional. En una de sus obras primerizas titulada La casa ve de soslayo a su patria como si fuera una especie de hogar paterno y a nuestros problemas políticos como intrigas domésticas; con ello Daniel rinde tributo a aquella metáfora, que se ha vuelto tradición entre historiadores y críticos de la literatura costarricense, de ver a nuestro país como una casa solariega, donde la literatura no es más que el eco de voces familiares que resuenan entre las paredes de nuestra vetusta pero adorada y única morada. En Ese algo de Dávalos, la problemática existencial se enfoca en la creación  literaria y las limitaciones de un lenguaje tan indispensable en su uso como limitante en sus exigencias formales; por lo que sobrepasa a la capacidad humana de formular en los moldes del lenguaje teatral la intuición primigenia que le dio origen; esta desborda a la expresión propia del discurso humano. El arte será por ello más una angustiante y angustiosa revelación del insondable misterio de la existencia humana que, como una aureola, envuelve el misterio de la existencia, que revelación iluminada de sus meandros filosóficos. Quizás todo ello se deba a la óntica condición de seres finitos, que convierte el humano existir en paradoja lógica y no en pensamiento racional, haciendo  que las capacidades reales del ser humano sean siempre finitas en contraste con la dimensión infinita de sus exigencias existenciales. Tal es el meollo del drama humano del que el arte teatral no es más que balbuceo hermoso pero siempre inconcluso. Aquí se destaca el Daniel Gallegos reflexivo e introspectivo pero intensamente dramático. El universo subjetivo agota su visión del mundo, de modo que su experiencia existencial y rigurosamente personal marca su visión de mundo y su sensibilidad  estética como respuesta a la problemática del mundo externo que lo rodea. Es lo que podríamos llamar la “circunstancia” para recurrir a la célebre y manida expresión del filósofo José Ortega y Gasset.

Tal es el universo humano y estético que caracteriza la primera fase de la producción de Daniel Gallegos. Su madurez llegará con obras que van más allá del ambiente intimista, si bien merece destacarse la obra que inicia el período de madurez titulada Punto de referencia, fuertemente influenciada por el teatro de Strinberg. La imposibilidad de la comunicación y, por ende, del amor, le da un tono marcadamente trágico a esta obra; en mi opinión, esta es la obra maestra de Daniel Gallegos. En lo sucesivo, el enfoque temático y el lenguaje teatral de la producción de Gallegos cambiará, desbordará ampliamente los estrechos límites de las fronteras políticas y culturales nacionales y las intimistas que tipifican la problemática existencial, para asumir audazmente los más bastos espacios de los desafíos que rozan los destinos de la humanidad como especie; pero no sin antes abordar  temas metafísicos que sitúan al ser humano frente a las grandes incógnitas de la humana existencia. Tal incursión en los ámbitos de la especulación metafísica la lleva a cabo Daniel Gallegos en su obra La colina, de 1968. En el momento de su estreno, dicha puesta en escena provocó una controversia, por no decir un escándalo, de dimensiones nacionales, en nuestro aún aldeano entorno político, mediático y cultural. Recurriendo a un ámbito y entorno marcadamente existencial, como siempre caracterizó su creación teatral, Daniel se plantea el tema de la muerte de Dios, como lo había hecho a finales del siglo XIX el filósofo alemán Federico Nietzsche, para finalmente darle una respuesta más acorde a lo planteado por la teología latinoamericana de la liberación: a Dios no se encuentra tanto en la soledad del claustro, ni en el cumplimiento, tan implacable como estéril de los votos sagrados, sino mezclándose en el tumultuoso fragor de las lucha por la plena dignidad humana; la monja, personaje central de la obra, que se siente viuda de Dios al convencerse de que efectivamente Dios ha muerto, termina por encontrar en el amor humano, no solo su liberación personal, sino también el reencuentro de los valores que dignifican la humana existencia. Valga la pena notar que el escándalo suscitado en torno a su estreno no hizo sino darle notoriedad, tanto a la obra como a su autor. En El séptimo círculo Daniel, inspirado en el director de teatro y cine sueco Ingmar Bergman, se plantea el drama  de una eventual y apocalíptica pero no lejana destrucción de la civilización humana y del fin de toda especie viviente por causa de una catástrofe nuclear. Es la manera cómo Daniel asume su compromiso con los grandes y dramáticos temas de nuestro tiempo, viendo en el teatro no una opción ideológica o la exposición de una tesis doctrinal, sino un testimonio personal y un espacio onírico en que el público se ve inducido a tomar posición de manera ineludible porque allí está en juego su propia sobrevivencia y no solo la de la humanidad en su conjunto, frente a los grandes desafíos del hombre actual. Tal temática es asumida de una manera ostensiblemente existencial, que evoca el ambiente imperante en los países europeos a inicios de la más reciente postguerra acaecida al terminar la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, Daniel Gallegos da muestras de su indiscutible maestría en todos los dominios del arte escénico, al incursionar en un terreno como hasta entonces no lo había hecho en su ya larga y fecunda producción dramatúrgica, en el teatro de tema histórico pero hecho en forma de comedia no exenta de lúdica ironía. Con ocasión de su incorporación como miembro de número en la Academia Costarricense de la Lengua, Daniel Gallegos presenta su obra Una auroela para cristobal, inspirada en El arpa y la sombra, novela del gran escritor cubano Alejo Carpentier. Pícaro y filosamente sarcástico, Daniel hace allí gala de unas cualidades que nos revelan una personalidad versátil y original, para la cual el lenguaje histriónico no tiene ningún secreto.

A guisa de conclusión, podríamos decir que la producción teatral de Daniel Gallegos denota una evolución que va de par con su madurez creadora en el campo estético y filosófico que alcanza una dimensión trágica, cosa que no es de extrañar. Desde Aristóteles, para los filósofos la más alta expresión del arte es la tragedia, pues combina de manera dramática la suprema búsqueda que a todo ser humano ocupa y preocupa, como son la filosofía en su dimensión humana y trascendente, la religión desde sus orígenes helenos con Esquilo, la dimensión metafísica y, por supuesto, el arte como expresión estética que combina la reflexión con el impacto emocional, el espectáculo visual y el diálogo poético, sin por ello ocultar sus derivaciones políticas, como lo señala Hegel a propósito de la Antígona de Sófocles.

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