¿Qué es lo que nos pertenece? Lo que me crea como persona, eso que nos habita y nos alimenta cada día con los ecos internos del Río que nunca, sabemos, se devuelve.
Si la historia, sus hechos, de los hombres y mujeres que desenvainaron sus mentes y utopías y ambiciones, nos hace ver en fragmentos tergiversados, la literatura se une desde su balcón privilegiado y nos abre a distintas visiones donde urgir el pasado y escuchamos ese Río, indetenible que cada una lleva en su sangre, una barahúnda nueva de rostros de gentes, de sueños, de sexo, de temores, miedos, muertos, mercenarios, envidias, celos, esa barahúnda de olores humanos anteriores a nosotros.
El narrador, que no es Álvaro, como insiste en separarse, vaga ilusión literaria de estas magias de las palabras; ve esa cabeza de agua venir, la escucha, la presiente. El narrador se aleja en su confortable neutralidad, en la ambigüedad de la moral, nos deja solos con sus miserias, envueltos de sarcasmos, envidias, miedos, penas, que al parecer vacíos de historia real, o son ficción irreal; nos sirve entonces, a cucharadas grandes, esa cabeza de agua, la de los otros hasta anegarnos de desconciertos.
Los temas confluyen en Ambos mares, en el río desbordado de las historias nuestras, de la patria chica, de la familia grande, de una Costa Rica que los más jóvenes se empeñan en negar y los demás, en olvidar.
Desde el cuento de mar a mar, que acaso muchos lectores lo hallan vivido en la posibilidad que nos da el pequeño iris o de este país, de Costa a Costa, una bocanada de alegria que es amanecer en el Caribe y atardecer en el Pacífico, a las deudas de machos, lo pendiente de sanar, los arrebatos del ego masculino herido y buscar la atemperanza, las carencias de una madre huidiza y un padre indiferente.
Estos cuentos sitian una masculinidad solitaria, que se hace alejada de lo femenino, casi, dolido de lo femenino. Porque lo macho, parece, es lo rudo, lo solitario, con dolor. Lo masculino es el reto, es un siempre estar pendiente, el ejercicio de demostrar, entre machos, en bares, calles, puertos y salas de hospital; es una masculinidad llevada a lo casi heroico, pero burlada también por ese balcón de narrador, con desaliento, porque la heroicidad masculina ya no forma parte del cañón de esta época.
Este libro de cuentos Ambos mares, se inicia con el homenaje a Horacio Quiroga y en especial a su cuento “A la deriva”, y a una lancha con un moribundo guiada por dos hermosas guacamayas en un viaje de la eterna ago o a por el Río Paraná. De la magia de la palabra, la lancha está en las sombras de nuestro propio viaje, una eterna agonía que nos convoca el umbral de la mimetizada realidad, así, una mítica ciudad de Buenos Aires, de San Juan del Norte, de San José, Puntarenas, La Habana.
Cuentos urbanos, melancólicos, de duelos y pérdidas, adolescencia ruinosa, soledades masculinas que se transforman en adicciones, bajar las escaleras del infierno de la mano de las rupturas de amor filial y asumirse en el nido de la adúltera y sus equívocos de libertades y responsabilidades.
Esa voz del que se sitúa en la silla de una frialdad con el respaldar del cinismo cultural burgués, del que no se ensucia las manos, porque duele mucho, como si al propio cuento se le hubiera metido un alcohol y droga lo suficiente, para que no nos conmueva tanto y ya no nos duela.
Así el amor de hijo, de joven, de revolucionario, el pasado familiar que anega en la heredad de las personas penas y las pérdidas de otros. Los sueños que persiguen otros, y como en un único cuento, Álvaro echa cuentas, esparce en su barcaza sobre el Río Paraná que viaja hasta el Caribe en cuentos hechos de sus dolores, sus miedos, sus mentiras, así disecciona sus penas y aligera sus secretos.
Crece, Álvaro Rojas Salazar, como ser humano y como escritor, mirando lo hermoso de sus guacamayas caribeñas y acercándose a este nuestro umbral de la literatura en la penumbra de la historia.
Esta es la clave para leer Ambos mares, la barcaza llena de historias de humanos, las suyas y las de otros, cuentos que viajan, nos habitan, nos alimentan, nos conmueven, en el Río interno de las palabras.
Macarena Barahona Riera
