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De cómo un libro nos puede abrir los ojos

De Panamá casi nunca se escucha hablar en las noticias costarricenses, exceptuando los “Panama paper”. En contraste con nuestro otro vecino al norte,

De Panamá casi nunca se escucha hablar en las noticias costarricenses, exceptuando los “Panama paper”. En contraste con nuestro otro vecino al norte, Nicaragua, quien tiene fama por polémico e insufrible, Panamá viene a ser el tranquilo y amistoso país del sureste. Costa Rica, situada entre estos dos países, ha escrito ampliamente sobre las diferencias sociopolíticas que la destaca del resto de Centroamérica, ya sea por haber tenido una historia diferente y menos bélica, o porque somos un país con menor variedad étnica y religiosa.

Los ticos somos “igualiticos”, ha sido una afirmación repetida desde la creación de la ideología de la identidad del costarricense. Hasta hace poco tiempo habría dicho que no es cierto, que los ticos somos muy variados y que existen muchas diferencias sociales e ideológicas que nos separan. Sin embargo, el pasado mes de abril tuve la oportunidad de pasar una semana entera en la Ciudad de Panamá, majestuosa con sus rascacielos a las orillas del Pacífico, y este viaje cambió mi forma de pensar con respecto a nosotros los costarricenses.

El color de la piel importa en Panamá. El acento importa en Panamá. ¿Importan estos factores en Costa Rica? En toda mi vida, no recuerdo que el color de mi piel haya sido un obstáculo o una ventaja. Solo una vez me preguntaron si era gringa, porque hablaba inglés y porque mi cabello era castaño claro. Y esto sucedió en un instituto de lenguas, en donde daba clases a jóvenes impresionables. La situación solo me causó gracia, porque significaba que mi acento en mi segunda lengua había mejorado.

Por lo demás, que sea “macha” o que hable inglés, no ha afectado mi vida cotidiana en Costa Rica. Igual me atienden en restaurantes, sodas, pulperías, supermercados, etc. Excepto los taxistas, quienes siempre andan viendo cómo sacar más colones a quienes crean extranjeros. Esto último solo me ocurre en compañía de mi esposo, quien es estadounidense. Mi experiencia diaria no me ha demostrado que los ticos seamos segregacionistas. Xenofóbicos, sin duda, principalmente con Nicaragua, a quien, lamentablemente, se le achacan más culpas de las que tiene responsabilidad.

Sé que muchos grupos indígenas nacionales estarán en desacuerdo con mis afirmaciones. Estoy consciente de que Costa Rica tiene sus defectos y, por supuesto, hay grupos segregacionistas que pretenden blanquear el país con absurdas generalizaciones de color de piel y superioridad “racial”. Pero, ¿a qué viene toda esta exposición de ideas? Bien, aclararé mis razones. Como mencioné anteriormente, visité Panamá durante una semana en abril de 2016. Por las pocas noticias (o casi nulas) que durante mi vida he recibido de este país, iba completamente a ciegas de lo que podría esperar.

Lo poco que sabía era sobre el Canal de Panamá y los Estados Unidos ejerciendo poderío por muchísimos años. No tenía idea de cómo este país llegó a ser independiente de Colombia y de qué tipo de reformas sociales habían tenido que pelear sus ciudadanos. Lo cierto es que iba como una turista desinformada, pero con ganas de conocer y aprender de su cultura. Así que en el Aeropuerto Internacional de Tocumen, en el puesto de aduanas, mi esposo y yo fuimos recibidos por un joven alegre, bromista y relajado. Fue nuestro primer encuentro con la cultura en tierra panameña. Luego, el taxista que nos transportó hasta el hotel, fue amable y conversón.

Una vez en el Hotel Plaza Paitilla, la recepción y los botones fueron solo cortesía y atenciones. No obstante, en la noche comenzamos a notar los cambios. En el restaurante del mismo hotel, los meseros nos atendieron con indiferencia, aunque la cena estuvo deliciosa. Al día siguiente, salimos a conocer la ciudad, fuimos a Multiplaza, un elegante centro comercial de la misma familia de los que tenemos en Curridabat y Escazú. A la hora de almuerzo, buscamos una tienda de productos orgánicos que habíamos visto en Internet. Las dependientes fueron frías e indiferentes también. Caso raro, pensamos mi esposo y yo. Pasamos luego a un supermercado y la situación fue similar.

Las mismas circunstancias nos acompañaron el resto de la semana. A cualquier tienda que entráramos, sin importar el mall, los dependientes nos miraban sospechosos y con mala cara. Solamente en un restaurante de sándwiches y batidos naturales nos trataron amablemente, lo que nos causó sorpresa, pues ya pensábamos que la tenían contra nosotros. Casi al final de la estadía, cuando conocimos a una venezolana, entendimos lo que nos estaba ocurriendo. Ella nos contó que en Panamá existe un serio “racismo” hacia quienes tienen el color de piel clara y, peor aún, si hablan inglés. Mi esposo con sangre vikinga, blanco, y esta mujer de piel clara y con cabello castaño claro hablando inglés… Éramos su peor pesadilla.

Pero había otro factor que afectaba: cuando hablaba en español, algunos creían notar semejanzas con el acento de la variante de ciertas zonas de Colombia, lo cual empeoraba también el problema. Por su historia de guerras y de revoluciones para conseguir su independencia de Colombia, los panameños aún guardan resentimientos en contra de ese país y de su gente. Una misma antipatía existe por los estadounidenses, a quienes tuvieron que pelear con enfrentamientos y sangre por los derechos de la zona del canal. Poco sabía yo de estas desventuras. En Panamá, a pesar de haber una notable variedad étnica y religiosa (muchos judíos ortodoxos, musulmanes), hay una marcada diferencia en el color de la piel, allá no son “igualiticos” y la tolerancia hacia ese “otro” más blanco es mínima.

Por mi afición a la lectura, compré allá El caballo de oro, escrito por Juan David Morgan (2006). Esta novela narra las adversidades y desgracias que el pueblo panameño experimentó con la llegada de estadounidenses a su zona, rumbo hacia la fiebre del oro en California: destrucción, perversión, explotación y apoderamiento de la franja que compondría las zonas aledañas a la ruta del ferrocarril (luego del canal), que comunicaba la costa caribe con la pacífica. Asimismo, incluye la indiferencia con que Nueva Granada enfrentó los problemas que estos extranjeros trajeron a la región. Lectura recomendada, no por sus méritos literarios, sino por sus méritos históricos.

Este enriquecimiento del “otro” extranjero y no el de los panameños, derramamiento de sangre en defensa de su tierra: con razón los panameños tienen este comportamiento segregacionista hacia quienes consideran sus históricos enemigos. No es que esté de acuerdo con esta forma de actuar, pero ahora comprendo su actitud. Es interesante anotar que, una vez que les decía a quienes tenía el placer de compartir un rato en Panamá, que yo era costarricense, su modo y semblante cambiaban totalmente, incluso nos llamaban “nuestros buenos vecinos”. Aunque la impresión a primera vista es la que siempre peca.

Terminé de leer la novela (muy puntual, históricamente) en Costa Rica, a días de nuestro regreso. Pasando las páginas comprendí que los panameños han sufrido mucho por defender lo que es suyo, y esto es algo que solo la magia de la literatura me ha mostrado. No, en las clases de Estudios Sociales en las aulas ticas no nos enseñan sobre la historia centroamericana; no nos dicen más que del tratado Cañas-Jerez, y porque benefició a Costa Rica con la anexión del partido de Nicoya. No nos enseñan nada sobre las guerrillas y revoluciones en nuestra área. Parece que los docentes extienden la creencia de que vivimos en una burbuja en donde no nos afecta lo que le ocurra a nuestros hermanos vecinos.

No, no sabemos nada de los sufrimientos y de los conflictos del “otro” centroamericano. Luego es muy fácil juzgar a los nicaragüenses, salvadoreños y hondureños por venir a buscar sustento en Costa Rica, o de generalizar a los panameños y llamarlos descorteses. Si supiéramos más del otro, en definitiva, sabríamos cómo comportarnos ante su realidad, la cual, tal parece, difiere mucho de la nuestra. Es por esto que apunto a que debemos leer más, porque si los medios de comunicación o los sistemas educativos nos lo niegan, nosotros somos los únicos responsables por nuestra ignorancia. Sí, las bibliotecas están llenas de libros, pero están escasas en lectores.

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