En marzo de 1922, mismo año en que Mussolini llega al poder, nace en Bolonia el poeta, intelectual y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini. Pensador comprometido con un amor visceral por su pueblo, comunista de pensamiento crítico y eterno inconforme, escribe este curioso homenaje a Gramsci en el que expresa la contradicción de sus emociones y reflexiones con un profundo sentido poético.
Canto 1
No es de mayo este impuro aire
que el oscuro cementerio extranjero
hace aún más oscuro, o lo ilumina
con ciegas claridades… este cielo
de babas sobre techos amarillentos
que en semicírculos inmensos
velan las curvas del Tíber, los turquesas
montes del Lacio… Expande una mortal
paz, desamorada como nuestros destinos
entre las viejas murallas el otoñal
mayo. En él está el gris del mundo
el fin del decenio en el que nos aparece
entre las inmundicias concluido el profundo
e ingenuo esfuerzo de rehacer la vida,
el silencio, putrefacto e infecundo…
Tú joven, en aquel mayo en que el error
significaba aún la vida, en aquel mayo italiano
que a la vida agregaba al menos ardor,
por lo menos despreocupado e impuramente sano de nuestros padres-no padre, pero
humilde hermano- con tu flaca
mano dibujabas el ideal que ilumina
(pero no para nosotros: tú muerto, y nosotros
muertos igualmente, contigo, en el húmedo
jardín) este silencio. No puedes,
¿lo ves? que descansar en este lugar
extraño, aún confinado. Tedio
patricio te rodea. Y desteñido
solo te llega algún golpe de martillo
de los talleres del Testaccio aquietado
en el atardecer entre miserables techos, desnudos
montones de lata, hierros viejos, donde
canta inútilmente un muchachón que concluye
su jornada, mientras alrededor la lluvia cesa.
Canto 4
El escándalo de contradecirme, de estar
contigo y contra ti; contigo en el corazón
a la luz, contra ti en las oscuras vísceras;
de mi paterno estado traidor
en el pensamiento, en una sombra de acción
me sé a él aferrado en el calor
de los instintos, de la estética pasión;
atraído por una vida proletaria
anterior a ti, es para mí una religión
su alegría, no su milenaria
lucha; su naturaleza, no su
conciencia; es la fuerza originaria
del hombre que en el acto se ha perdido
que da a la ebriedad de la nostalgia
una luz poética; y más
no sé decir, que no sea
justo pero no sincero, abstracto
amor, no profunda simpatía…
Como los pobres, pobre, me aferro
como ellos a humillantes esperanzas,
como ellos por vivir lucho
cada día. Pero en la desolada
condición mía de desheredado
yo poseo: y es la más exultante
de las posesiones burguesas, el estado
más absoluto. Pero como yo poseo la historia
esta me posee: me ha iluminado
pero ¿para qué sirve la luz?
Canto 6
Me voy, te dejo en el atardecer
que aunque triste, tan dulcemente desciende
para nosotros los vivos, con la luz de vela
que al barrio en penumbra descubre.
Y lo desordena. Lo hace aún más grande, vacío
más amplio y lejano, lo enciende
de una vida inquieta, y del ronco
rodar del tranvía, de los gritos humanos
dialectales, conjuga un concierto sordo
y absoluto. Y sientes cómo en aquellos lejano
seres que en la vida gritan, ríen,
en aquellos sus vehículos, en aquellos tristes
caseríos donde se consume el infiel
y expansivo don de la existencia
esa vida no es más que un temblor,
corpóreo, colectiva presencia;
sientes la ausencia de toda religión
verdadera, no vida sino sobrevivencia
-quizás más dulce que la vida- como
de un pueblo de animales, en el que el misterioso
orgasmo no tenga otra pasión
que la del actuar cuotidiano:
humilde fervor a la que da sentido festivo
la humilde corrupción. Cuanto más vano es
en este vacío de la historia, en esta
ronroneante pausa en la que la vida calla
todo ideal, mejor se manifiesta
la estupenda, adusta sensualidad
casi alejandrina, que todo lima
e impúdicamente enciende, cuando acá
en el mundo algo se derrumba, y se arrastra
el mundo, en la penumbra al volver
a plazas vacías, a talleres sin entusiasmo…
Ya se encienden las luces, ribeteando
vía Zabaglia, vía Franklin, todo el
Teataccio, despojado de su gran
escuálido monte, los caminos a lo largo del Tíber, la negra profundidad, más allá del río, que Monteverde amasa o esfuma invisible sobre el cielo.
Diademas de luces que se pierden
brillantes y frías de tristeza
casi marina…Falta poco para la cena;
brillan los pocos ómnibus del barrio
con racimos de obreros en las puertas
y grupos de militares van, sin apuro
hacia el monte que cobija en medio de montones
sucios y muchos cestos de basura
a la sombra, subrepticias mujerzuelas
que esperan ansiosas sobre la basura
afrodisíaca; y no lejos, entre casillas
abusivas a los costados del monte, o en medio
de las casonas, como mundos, muchachones
livianos como jirones juegan en el aire
no ya frío, primaveral; ardientes
de desenfado juvenil su romana
tarde de mayo, oscuros adolescentes
silban por la calle, en la fiesta
vespertina; y estruenden las persianas
de los garages de golpe, alegremente
si la oscuridad vuelve sereno el atardecer,
y en medio de los plátanos de la plaza Testaccio
el viento que cae en lenguas de tempestad
es muy dulce, aunque afeite los sombreros
y los olores del matarife, se odorice
con sangre putrefacta, y por doquier
sacuda rechazos y olor de miseria.
Es un murmullo la vida, y estos perdidos
en ella, la pierden serenamente
si el corazón tienen colmo de ella: a gozar
he los miserables, el atardecer; y potente
en ellos, inerme para ellos, el mito
renace… Pero yo con el corazón consciente
de quien solamente en la historia tiene vida
podré alguna vez por pura pasión actuar
si sé que nuestra historia ha concluido.
(Traducción de Elena Tardonato http://horadelsur.wordpress.com)