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La poesía como reflejo alucinado del mundo

Paúl Benavides muestra muy naturalmente en las habituales tertulias de los poetas sus muchas lecturas realizadas.

Apuntes para un náufrago

Paúl Benavides

Poesía

Editorial Letra Maya

2017

Paúl Benavides muestra muy naturalmente en las habituales tertulias de los poetas sus muchas lecturas realizadas. Lo hace con intensidad, elegancia y  una pasión por los grandes temas de la vida cultural y política contemporánea, que él no intenta siquiera menguar. Su libro Apuntes para un náufrago, publicado recientemente por la Editorial Letra Maya, en su colección Kayab, da cuenta fehaciente de esa amplia vocación intelectual y artística.

Se trata de un conjunto de 57 textos escritos en prosa poética, dividido en tres partes. Cabe preguntarse de entrada porqué el autor ha elegido precisamente la prosa como medio de expresión. Como bien lo dice Jesse Fernández en su libro El poema en prosa en Hispanoamérica la elección de este tipo de vehículo expresivo responde siempre a un acto previo y voluntario. Es decir hay siempre una intencionalidad, una decisión sobre la forma literaria a utilizar que parte del tipo de contenido que el autor busca expresar. Ya lo decía Joaquín Gutiérrez en su permanente magisterio: “la forma debe ser al contenido como la llama al fuego”. En este caso la forma, en un sentido general,  es la prosa poética y el contenido abarca tanto la niñez del autor como la vivencia personal de los convulsionados años 80 del siglo anterior.

Es pues un texto que parte de una experiencia vital, en un contexto de crisis social y política. Precisamente, el mismo Fernández sugiere que este tipo de prosa es utilizada con frecuencia para reflejar literariamente ese tipo de coyunturas sociales porque da una amplia gama de posibilidades expresivas. La forma elegida es por lo tanto el primer gran acierto pues permite contar la historia, de una vida y una época, pero partiendo de una voluntad poética que permite integrar  armónicamente fondo y forma.

Esa intencionalidad estructura el libro como un poemario poco común en este medio donde a veces se tiende a ver la tensión entre prosa y poesía como una dicotomía y no en razón de su complementariedad. O bien se cae en un lirismo exacerbado que tiende a la abstracción, en mejor de los casos; cuando no en una especie de filosofía versificada.

Paúl Benavides opta por otro camino, el de la poesía como reflejo alucinado del mundo y nos lo advierte ya desde la primera parte del libro donde “Dios enciende un cigarrillo con la punta del otro” y la abuela “con luz entre los dedos y dolor en las palabras se levanta para cortar el pan salido del horno”. Es la mirada del poeta desdoblada en el niño que daría todo por sentir esos dedos despojándolo de la suciedad del día y así recuperar “la claridad del mundo”. Mirada que, armada de “una daga de luz y de memoria”, “pulveriza el tiempo” para que el hombre/poeta y el niño se encuentren.

El poemario, especialmente en la primera parte titulada Una botella lanzada al mar, es ese punto de encuentro, signado por el tiempo y la muerte, pero sobre todo por  las palabras que “salen de las sílabas como perros desnudos”. Ellas “suman hombres, distancias, recuerdos, lunes y muertos” en la memoria del náufrago que ve su infancia hundirse y se aferra a sus primeros poemas como troncos perdidos entre “los juncos del sueño y de la vida”.

Viaje, título de la segunda parte del libro, contiene una visión retrospectiva de la década de los 80. Como sabemos ese período histórico, crucial en la historia moderna, arranca para nosotros con el triunfo de la Revolución sandinista en 1979 y cierra con la caída del Muro de Berlín. Son textos que hurgan el amargo sabor del desencanto y la derrota de las utopías. En particular, la caída del muro permite visualizar lo que “había ya detrás del aire y de todos los poemas”: el final de un largo sueño generacional en todas las latitudes del mundo.

Pero el texto busca registrar la caída de la esperanza colectiva no en el plano frío de los datos sociológicos sino en la conciencia poética del escritor. Se trata de como toda una generación, y el autor dentro de ella, “izó las banderas del desencanto”. Y, más allá de esto, de cómo llevó al plano de la escritura el vacío que ese desencanto creó en el alma colectiva.  En este sentido, queda claro que la poesía le permitió, como a muchos otros creadores de la época, “resistir el fuego de la realidad”, convirtiéndose así en una “trinchera frente al desamparo” en esa tierra de nadie que deja la esperanza cuando es herida de muerte.

Otra clave de sentido del libro es la experiencia amorosa. A través de ella el autor busca apartarse de  lo que él llama la fatuidad de la militancia  para “entender la seductora verdad de la carne”. El cuerpo femenino se torna así en una vía para reencontrar el sendero perdido, “una iluminación caprichosa del alcohol, una carne errabunda”, que sin embargo, guía el retorno del náufrago.

Después del naufragio, parte final del poemario, cierra el ajuste de cuentas con todas las formas del pasado. En la contemplación del “pulso de mi padre agotándose como un moribundo río que se entrega al mar que es la noche”, parafraseando a Jorge Manrique, Paúl ve cerrarse para siempre los ojos claros de su padre, quien “no podrá verse más en el espejo, no oirá el sonido de la ciudad, los pájaros, no tocará la verdad profunda del árbol”. Esa muerte lo acerca a todas las otras muertes, “la que vi en los ojos tuyos y los míos”, la que se lleva también “a los que cambiaron su fe por un plato de lentejas”, la muerte diaria de los obreros que atraviesan la “ciudad por la tarde, hacia sus huesos heridos por máquinas que punzaban en el centro de la nada”.

“Fue eso lo que vi” dice al cierre del libro, “en la cara de algún viento profundo” al acercarse el final de la década de los 80. Fue eso lo que vio el náufrago ya desde entonces aferrado a los resplandores del lenguaje, el niño perdido en la luz que caía de las manos de la abuela; en un libro que funde prosa y lirismo, desencanto y belleza, intimidad e historia. Un libro escrito como quien conversa con elegancia de viajes y naufragios. Un libro que hay que leer para completar el panorama de la poesía actual costarricense.

 

 

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