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La poesía es materia artesanal

Una casa, unas ciruelas, un árbol de mangos, una fuente importada de Escocia en la que se bañan tres niños en Alajuela,

Nadie que esté feliz escribe

Gustavo Solórzano Alfaro

Poesía

Editorial Nadar

1917

Una casa, unas ciruelas, un árbol de mangos, una fuente importada de Escocia en la que se bañan tres niños en Alajuela, esa ciudad en la que está un aeropuerto que es el destino final de los viajeros que, en verdad, vuelan a San José; lo cotidiano, lo sensible, lo que surge del desasosiego de un hombre solo que espera a su esposa por unas horas que se le hacen insoportables; de cosas así está hecha la vida, de cosas así se puede hacer poesía.

El escritor y editor Gustavo Solórzano Alfaro acaba de publicar con la Editorial Nadar de Chile, Nadie que esté feliz escribe, un libro de poemas independientes entre sí, sencillos y honestos, escritos desde el vacío, desde la falta y tal vez, unidos por una idea: la poesía es materia artesanal; se hace con las manos, así como se ordenan los muebles o se recogen los frutos maduros que descansan en un patio lleno de hojas y de raíces. El del poeta es un oficio, como el del jardinero o como el del copero.

“Entre semana el copero de seguro no existe ni ocupa un espacio en el mundo. Pero, vamos, me doy cuenta de este egoísmo. O no. Ha de ser una forma común de la reciprocidad.

‘Copos, copos, granizados’, anuncia con voz algo quebrada, como un canto antiguo, como si supiera que la reiteración le permite completar un impecable octosílabo. ‘Este hombre entiende el ritmo gangoso del idioma’, me digo.”

El poeta imagina a ese copero que recorre las calles de una ciudad dormida, gritando al viento todo lo que lleva en su carrito, para detenerse a trabajar con sus manos y con sus herramientas, el hielo del que conoce sus secretos, el sirope y el calor que vuelve a la gente sedienta.

Así también, él sueña cosas maravillosas, como administrar por un tiempo corto, por unos meses, un hotel de provincia, un hotel que se llame Lautrémont, del que ama el sonido del nombre, su patio interior lleno de flores, las visitas de la gente importante a la que él atiende con unas cualidades de anfitrión que no tiene; los momentos para escribir y haber conocido en ese lugar de la imaginación, a una mujer que lo hizo temblar, a la que no le importa dejar, al igual que a todo lo demás, antes de que el banco llegue a tocar a su puerta para cobrarle el préstamo que le permitió ser hotelero por unos cuantos días.

Solórzano observa lo cotidiano, lo recorre con su mirada inteligente y también, de pronto lo hace saltar, le encuentra grietas por donde fugarse, de pronto, las cosas de todos los días, le llegan a cansar.

“¿Quién no añora la tercera guerra mundial?

  ¿Quién en su fuero interno no se emociona con la

adrenalina de imaginar un conflicto armado de gran escala?

Nuestras vidas son tan simples. Nuestros sueños tan escasos(…)

Queremos ser historia para salir de ella. Queremos

saber lo que se siente ser parte de algo más grande

que nosotros mismos.

¿Quién no añora una guerra? Cualquiera, cualquier guerra”.

Y esa guerra que él añora para hacer explotar en mil pedazos la vida simple y común de todos los días, el aburrimiento, nos lleva al título del poemario que nos remite a su vez a esa idea que Tolstoi expone en Ana Karenina: “de las familias felices no se escriben novelas”, que podemos extender y decir: “los países felices no escriben buena literatura” y es que es una idea que recorre  occidente tratando de explicar las fuentes primarias de la escritura y de la narración de historias, también está en Alonso Quijano que se sueña Quijote y caballero andante o en Madame Bovary que escapa de su marido, médico y mediocre, leyendo novelas y enredándose con amantes por las calles conservadoras de su ciudad; y en el  Decamerón de Bocaccio, donde los relatos que se cuentan los jóvenes en un castillo a salvo, sirven para evadir a la peste y a la muerte, en fin, es una idea importante que Solórzano liga con el Doctor Fausto y con Margarita; con la que le rinde, al final del libro, un homenaje al profesor Manuel Picado.

“El título del libro es una frase que solía repetir el teórico literario y psicoanalista costarricense Manuel Picado. A lo mejor el origen sea otro, pero lo que importa aquí es su gesto. Esa es mi forma de agradecerle por todo.”

Solórzano coquetea con la tristeza y con la pérdida como fuentes de la escritura y de su poesía y, sin embargo, como el poeta de su libro es un hombre práctico, que ama la seguridad y los oficios manuales, cuando las cosas llegan a sus límites, cuando se trata de escoger entre ser feliz o escribir, él se inclina por su esposa, por la que no tiene tiempo para el Facebook, la que ordena su vida, la que comparte con él la televisión y el vino, la que le hace creer que los vacíos se pueden llegar a llenar con algo. Esa mujer a quien él, le dedica sus poemas.

 

 

 

 

 

 

 

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