El siguiente artículo diserta sobre lo que se ha constituido en un nuevo género literario: la novela gráfica, cuyas propias características narrativas le reclaman un espacio en el canon.
Alejandro García Abreu
A Salvador Dalí se le atribuye la frase: “Los cómics serán la cultura del año 3794. Así que tienen 1,827 años de aviso… Ese será el nacimiento del Arte-Cómic, y en esa ocasión celebraremos una gran apertura con mi presencia divina el 4 de marzo de 3794, exactamente a las 19:00 horas”. Aunque los mil 827 años de aviso del artista resultaron excesivos, recuerda la escritora y editora quebequense Caroline Prévost-Levac en Defining Graphic Novels (Université Laval, 2018), Dalí predijo, en 1967, con gran sentido del humor, el ascenso de los cómics en los mundos del arte, la literatura y la academia.
Half Holiday: origen (decimonónico) y devenir del cómic
Según el investigador Mark Nixon, coautor de Cambridge History of the Book in Britain, Volume 7: the Twentieth Century and Beyond, los cómics –los relatos de historias por medio de una secuencia de imágenes y, por lo general, palabras– nacieron en Gran Bretaña a finales del siglo XIX, con Half-Holiday de Ally Sloper (Gilbert Dalziel, 1884) e imitadores posteriores. Estas publicaciones eran de pocas páginas, baratas y sin encuadernación. Estaban destinadas a lectores adultos de la clase trabajadora. Durante el siglo XX, los libros encuadernados de historias ilustradas se desarrollaron en Europa y Estados Unidos, y para finales de siglo se habían convertido en un factor trascendente en la cultura pop.
Entonces ocurre un trepidante intercambio entre literatura y cómics. En la década de 1980, una ola de novelas gráficas aclamadas por la crítica y el público –entre ellas Batman: The Dark Knight Returns (1986), de Frank Miller (Maryland, 1957), una obra maestra de los cómics que reinventa la leyenda de Batman: indiscutible clásico y libro en el que se inspiran las películas más recientes del personaje, presenta a un viejo Batman retirado y a una Ciudad Gótica sumida en la decadencia y la anarquía, y cuando su ciudad más lo necesita, el Caballero de la Noche vuelve en un resplandor glorioso. Otra es Maus: A Survivor’s Tale (1986) de Art Spiegelman (Estocolmo, 1948), que trata las experiencias del padre de Spiegelman durante el Holocausto en Europa y que obtuvo el primer y único Premio Pulitzer otorgado a un cómic. También destaca Watchmen (1986) de Alan Moore (Northampton, Reino Unido, 1953), quien dijo sobre su obra, una distopía donde la presencia de superhéroes con traumas secretos y psicologías retorcidas cambia la Historia (Estados Unidos gana la Guerra de Vietnam, Richard Nixon es presidente y la Guerra fría está vigente): “exploro las áreas en las que los cómics tienen éxito, donde ningún otro medio es capaz de operar” –provocó un impacto en la escena literaria, demostrando que los cómics pueden ser serios y sofisticados, características que prevalecen en las creaciones del siglo XXI.
Batman, Maus y Watchmen: el cambio de paradigma
Con Batman: The Dark Knight Returns, Maus: A Survivor’s Tale y Watchmen se habló de un fenómeno que arrasó el mundo editorial. Hubo un cambio paradigmático en la posición cultural de los cómics: las librerías y las bibliotecas públicas empezaron a presentar estantes de “Novelas gráficas”. Hubo una serie de nuevas publicaciones, también se reimprimieron cómics estadounidenses (particularmente a través de Titan Books) y cómics europeos y asiáticos. La decisión de Penguin Books de involucrarse en el creciente campo fue un factor crucial, ya que puso a disposición recursos y medios de comercialización de libros tradicionales para Maus y Barefoot Gen, de Keiji Nakazawa; Penguin también compró los derechos de Raw, relanzándolo en el formato de un libro de bolsillo, aseveró Mark Nixon.
Durante la primera década del siglo XXI, los cómics recibieron mayor atención fuera de los mercados especializados. Junto con el éxito continuo de los grandes consorcios y los creadores, nuevos editores entraron en el mercado: los cómics y libros estadounidenses son importados, al igual que en Estados Unidos se traducen cómics asiáticos, europeos y algunos de África. Los temas se amplían: hay un auge de cómics de no ficción, como los que abordan el periodismo, las memorias y el diario de viaje.
Al ganar el The Guardian First Book Award, Jimmy Corrigan, el niño más inteligente del mundo (2001) –de Chris Ware– se convirtió en el primer cómic en ganar un importante premio literario en el Reino Unido. Y, concluye Mark Nixon, actualmente los cómics aparecen con regularidad en las secciones de reseñas de periódicos y revistas.
Herencia, apropiación y nostalgia
Jan Baetens –catedrático de la Universidad de Leuven– y Hugo Frey –investigador en la Universidad de Chichester– conciben la novela gráfica en oposición a, por un lado, la caricatura y, por otro, al cómic “tradicional”. Los coautores de The Graphic Novel. An Introduction (Cambridge University Press, 2015) muestran cómo las novelas gráficas enriquecen el lenguaje y la cultura de los cómics con temas, modos y métodos literarios, y explican cómo el medio se apropia del patrimonio de los cómics, afirma la especialista en novela gráfica Charlotte Pylyser. La doctora por la Universidad de Leuven ahonda en el tema de la nostalgia, siguiendo a Baetens y a Frey, y sitúa la apropiación de la herencia de los cómics en las novelas gráficas.
El fenómeno mexicano: Bef, González Rodríguez et al.
En México se trata de una historia que comienza una década después del auge de la novela gráfica en Estados Unidos, en la década de 1980. Operación Bolívar (Planeta, 1995) de Édgar Clement (Ciudad de México, 1967), es reconocida como la primera novela gráfica mexicana porque “es un trabajo de largo aliento, de autoría, guion y dibujo del propio Clement –afirma el periodista Mario Alberto Medrano González en Escribir imágenes, ilustrar palabras: la novela gráfica en México–, con la intención narrativa de transformar a los personajes a lo largo de la historia, generando así un universo temático y simbólico”.
Medrano González recurre a Luis Gantús, experto en cómic y novela gráfica. Descarta que exista una diferencia entre ambos: “El término novela gráfica se utiliza como una diferenciación, pero en realidad es cómic. Por ejemplo, las historias de Will Eisner eran temáticas adultas, pero las librerías no las vendían en la sección de novelas porque tenían dibujos, pero tampoco las podían poner en la sección de cómic porque no eran para niños, tampoco eran temáticas de superhéroes. Fue entonces que Eisner utilizó el término.” Patricio Betteo, ilustrador y narrador gráfico, autor de Mundo invisible, le expresó: “La novela gráfica es un cómic de largo aliento, tiene un funcionamiento parecido a la novela, empieza y termina en un mismo volumen.” Y Augusto Mora, autor de Grito de Victoria y La caída, le dijo al periodista que se puede definir a la novela gráfica como “una obra que contiene una travesía compuesta por un inicio, un nudo y un desenlace en un mismo volumen; la idea es que, a diferencia del cómic, la novela gráfica sea una historia autocontenida en un solo tomo”.
El Fondo de Cultura Económica lanza la colección Resonancias, especializada en narrativa gráfica, concluye Medrano González. Socorro Venegas, editora del proyecto, asevera: “Resonancias abre el camino a la novela gráfica.”
Bernardo Fernández, Bef (Ciudad de México, 1972) –autor de novelas gráficas como Uncle Bill (Sexto Piso, 2014), sobre el paso de William s. Burroughs por México; y Sensus. El universo en sus ojos (Nacional Monte de Piedad, 2014), el primer cómic en América Latina escrito en braille, realizado con Jorge Grajales–, ha manifestado que la riqueza de la novela gráfica en México está en su gran diversidad. “Las diferencias son muy sanas. Los creadores japoneses son muy parecidos entre sí, los estadunidenses conservan un sello nacional. En México somos todos distintos.”
Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) utilizó el concepto del cómic para titular y desarrollar su última novela de ficción. En El artista adolescente que confundía el mundo con un cómic (Random House Mondadori, 2013) narra la historia de un muchacho que en el camino perdió su pasado, su sentido del presente, y eligió un futuro incierto. La novela condensa diversas obsesiones: la ultracontemporaneidad, el posthumanismo y la hiperconexión.
Sobre las posibilidades creativas aludidas en el título, González Rodríguez me dijo en una entrevista realizada en 2013: “Tengo la impresión de que tenemos que flexibilizar más la narrativa. Desde hace muchos años, de hecho desde la publicación de mis primeros libros, como Los bajos fondos, yo introducía relatos dentro del ensayo. Y cuando hice libros de no ficción traté de poner ensayo dentro de una crónica, crónica dentro de un relato cinematográfico, impresiones mías, voces, testimonios, documentos, un tejido de diversos registros narrativos. En alguna otra novela ya he incursionado en la introducción del ensayo dentro de una narración. Y en este caso yo quería introducir, como hice antes, cuentos dentro de El artista adolescente que confundía el mundo con un cómic. Comencé a sentirme un personaje de cómic, como aquellos que cautivaban a Dano”, advierte el narrador.
Luego confiesa: “Me dolió el contagio: mi vida entera, mi pasado de revolucionario, el escalón más alto de la especie humana, decíamos entonces, comenzaban a parecerse a una historieta de cómic también.” El escritor percibe a la novela gráfica y al cómic como vehículos de exploración. En la entrevista, González Rodríguez me dijo: “Los personajes charlan sobre la validez de la novela gráfica. El tema del cómic y de la novela gráfica es algo consustancial en mi formación, como en la de cualquier persona que desde la infancia ha leído cómics o novelas gráficas. No soy un experto en el tema, no pretendo serlo, pero sí me ha interesado mucho la aplicación del lenguaje de la novela gráfica como un género que, de ser considerado menor, poco a poco ha ascendido a una dignidad mayor en la expresión literaria. Me interesa mucho el trayecto porque hay formulaciones muy brillantes, muy inteligentes de la novela gráfica, con una gran destreza visual. Y fui lector, obviamente, de cómics tradicionales, desde los de Walt Disney hasta los de Batman o de grandes personajes históricos. El cómic de heavy metal que en los años ochenta del siglo anterior se volvió muy famoso, me encantaba, y después el cómic posterior. Quería que el cómic apareciera en mi novela como una aplicación digna de ser tomada en serio. No solamente es un pretexto para darle un color a un personaje, sino que la complejidad que hay de por medio en una novela gráfica, cuando es buena, es algo que vale la pena tomar en cuenta. Y en este caso El artista adolescente que confundía el mundo con un cómic es la confrontación entre la aspiración de poner un relato de gran riqueza con el enfrentamiento respecto a la realidad. Creo que no es un uso que haya sido estrictamente ornamental; es un uso consustancial, en términos formales de contenido, frente a la exigencia de la propia novela. Cada libro para mí tiene una formulación específica. En este sentido, la novela demandaba esto. En el título conjunté dos ya bastante conocidos, clásicos se pudiera decir: Retrato del artista adolescente, de James Joyce, que es una novela de aprendizaje extraordinaria, con El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks, que retrata enfermedades neurológicas. Para la formulación contemporánea, el personaje Dano tiene mucho que ver con ese desgarramiento de la personalidad en la ultracontemporaneidad.”
Etgar Keret: leer cómics para sanar
En la introducción de Keret en su tinta (Sexto Piso, 2013, compilación de Bef), que incluye adaptaciones al cómic de sus relatos, Etgar Keret (Tel Aviv, 1967) –uno de los escritores contemporáneos más importantes de Israel, reconocido internacionalmente por sus cuentos cortos y guiones para cine– escribió acerca de su fascinación por Maus, de Art Spiegelman, y Watchmen, de Alan Moore. Sobre la influencia de los cómics en su vida y obra, contestó: “Cuando yo era niño sufría de un problema llamado disgrafía. Sabía leer con fluidez desde que tenía tres años, pero si leía un párrafo a veces cortaba el texto de una manera diferente a como estaba escrito originalmente. Fui al médico y me dijo que lo mejor para mí era leer cómics porque las porciones de texto eran muy cortas. Me dijo que si ensayaba leyendo cómics entonces sería más fácil para mí no perder la posición al leer un libro, por lo que empecé a leerlos. Todavía tengo una colección muy grande de cómics, creo que tengo más de mil. Descubrí que este tipo de lenguaje es a la vez literario y gráfico y me sorprendió la idea de que una palabra y una imagen pudieran cohabitar en un mismo espacio. Conocía los libros y las películas, pero la conjunción de ambos fue increíble. Creo que los cómics son un medio asombroso que sufre por el hecho de que el noventa y cinco por ciento de lo que está en el medio es pura mierda. Imagina un mundo lleno de malos poemas. Eso no significa que la poesía no sea un medio admirable. Al recordar los libros que me han influido, siempre incluyo el trabajo de Chris Ware o Watchmen, que me marcaron cuando era adolescente, o Maus, que es muy cercano a mí porque también soy un hijo del Holocausto, un sobreviviente. En mi canon tengo libros, obras de teatro, películas y cómics que se encuentran en el mismo nivel, porque cuando alguien dice la verdad en su propia manera única y original, no creo que cierto medio sea menos importante o fuerte que otro.”
La desaparición de las palabras
Ocurre también un fenómeno de desvanecimiento textual. En Defining Graphic Novels, Caroline Prévost-Levac incorpora a la categoría a las novelas gráficas sin palabras. Refuta las suposiciones de que el texto sea pródigamente aceptado como el elemento definitorio. The Arrival (Emigrantes, Barbara Fiore Editora, 2007) de Shaun Tan (Perth, Australia, 1974) –una historia de migración narrada con una serie de imágenes sin palabras que parecen provenir de un tiempo olvidado; un hombre deja a su familia en una ciudad empobrecida, buscando mejores perspectivas en un país desconocido al otro lado de un océano; finalmente se encuentra en una ciudad desconcertante de costumbres extranjeras, animales peculiares, objetos flotantes e idiomas indescifrables– y El sistema (Sexto Piso, 2014), de Peter Kuper (Summit, Nueva Jersey, 1958) –novela gráfica “muda” que aborda las estructuras del poder, cuyo escenario es Nueva York–, ambas novelas gráficas sin palabras, demuestran una naturaleza superflua del texto cuando se trata de la narrativa en este medio.
Prévost-Levac reflexiona sobre la contribución de la imagen a la complejidad de las novelas gráficas con y sin texto: las representaciones y narraciones pictóricas no son de naturaleza más simplista que las palabras.
Colijo que las novelas gráficas sin palabras son indicios de la ultracontemporaneidad, claves de un nuevo cambio de paradigma y ejemplo preciso de una nueva narrativa que subvierte el concepto de literatura.
Tomado de La Jornada