Los Libros

La extensa verdad sobre Ricardo Piglia

Los diarios de Emilio Renzi Ricardo Piglia Memorias Random house 2019

Un diario no es lo mismo que una autobiografía. La primera es una relación histórica que recoge las vivencias de cada día, gota a gota, a través del tiempo, mientras que la segunda es producto del reposo que dan los años, la evocación de las vivencias, a veces lejanas, ya con una vida o una obra consolidada. Son las evocaciones, tal como se pueden o se quieren retrotraer a la mente en un momento determinado. Al igual que en los escritores, sucede en todas las personas. En los escritores se tiene la particularidad de que una autobiografía o un diario contribuye a ofrecer claves fundamentales para el estudio del universo literario de un autor.

Este es el caso del escritor Ricardo Piglia (1941-2017), quien heredó sus memorias bajo el título de Los diarios de Emilio Renzi, que comenzó a escribir siendo un adolescente, de 17 años, sin rumbo claro para su vida, y culminó poco antes de su muerte. Los tres tomos, el último publicado de manera póstuma, están recogidos ahora en un solo volumen por Randon House, en edición de bolsillo (2019). Los tres tomos: Años de formación, Los años felices y Un día en la vida, suman más de 1.250 páginas.

Emilio Renzi, segundo nombre y segundo apellido, viene siendo el alter ego de Ricardo Piglia, personajes en muchos de sus relatos y en su primera novela, Respiración Artificial (1980). Esta última, una especie de crónica de varias generaciones que se remonta hasta la década de 1850, durante la época del dictador argentino Juan Manuel de Rosas, uno de los tantos caudillos que han asolado a América Latina.

Como es entendible, en Los diarios de Emilio Renzi es posible que algunas de las entradas sean prescindibles salvo para los más acuciosos estudiosos de la obra del escritor argentino, pero en otras desnuda los más intrincados y angustiosos pasajes de su vida. Con desgarradora crudeza habla de los traumas, las insatisfacciones, los sinsabores, los amores y desamores, los gustos y los pensamientos suicidas que atormentaron al narrador y lo llevaron al borde de la muerte. No solo está presente la vida del autor, sino que en Los diarios corre paralela, con pocas pero firmes pinceladas, la historia de aquellos años convulsos de su país, con sus profundas heridas, sus exiliados, sus muertos y sus desaparecidos, algunos amigos suyos.

Las relaciones con su padre siempre fueron complejas, admite. Su progenitor soñaba con el prestigio del éxito económico para su hijo, como suele suceder a todo padre, generalmente con las más sanas intenciones, pero que pueden conducir a truncar un sueño que podría parecer imposible o de escasa importancia. Tampoco es que el otro camino conduzca a algo tan relativo como el éxito o tan esquivo como es la felicidad. En este caso, lo único claro que tenía el joven Piglia es que no seguiría la carrera de médico, como su progenitor.

“Durante un par de años –dice– mi padre y sus secuaces comenzaron una campaña para convencerme de que tenía que tomar decisiones sensatas, y eso fue lo que terminó por arrinconarme en una defensa suicida de un futuro del que tenía ideas muy confusas”.  Desoyendo a su padre, un peronista que incluso sufrió cárcel, se inclinó por la historia como carrera universitaria, pero su vocación y su tenacidad terminaron lanzándolo a la literatura.

Esta es finalmente una de las muchas facetas de Piglia, quien al final de su vida padeció Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular que le diagnosticaron solo tres años antes de su muerte, a los 75 años, poco después de que terminara su carrera como docente en la Universidad de Princeton (Nueva York). Fue profesor, ensayista y editor, que heredó una vasta obra literaria, en la que destacan novelas como Respiración artificial y La ciudad ausente (1992). Dos años antes de su muerte, terminó de editor sus diarios.

Legó estudios sobre autores como Bertolt Brecht, Walter Benjamin, Georg Lukács y Mijail Bajtin, lo mismo que de sus compatriotas Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández y Domingo Faustino Sarmiento. No están ausentes sus lecturas y sus opiniones sobre William Faulkner, un autor que tuvo gran impacto estético en autores latinoamericanos de mediados del siglo XX, como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Curiosamente, como crítico literario, pasa por alto (al menos no los cita en sus diarios), a renombrados escritores latinoamericanos del boom. De García Márquez apenas cita, muy ligeramente, su obra cumbre, Cien años de soledad (1967), mientras que, a Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, por ejemplo, los ignora en su totalidad. Hace algunas referencias de Julio Cortázar, pero con escasa valoración crítica de su obra.

En los tres tomos están recogidos los 327 cuadernos en los que narró paso a paso el acontecer de su existencia, escritos en tercera persona. El autor recuerda que algunos episodios los tenía en el completo olvido. Los había borrado de su memoria, mientras de que otros conservaban la nitidez de una fotografía, según explica en la presentación del volumen.

Fracasó y se levantó, no sin sufrir raspaduras emocionales. La invasión (1967), su primer libro de cuentos, recibió el premio Casa de las América, de Cuba. Fue el primer disparo cuando comenzaba su vida de escritor, editor y traductor, cuando comenzaba también a desarrollar un estrecho vínculo con la intelectualidad argentina del momento.

En Años de formación recoge su afición al cine, sus primeras lecturas y su sueño de llegar a ser un escritor de renombre. En el segundo, Los años felices, asistimos al desarrollo de su carrera como editor, ensayista, escritor y profesor universitario. No podrían estar ausentes sus opiniones sobre los muchos dramas políticos que ha padecido su país, entre ellos la brutal dictadura militar de 1976 a 1984, pero en los que parece no involucrarse de lleno, como activista, como si lo hacen otros jóvenes de su generación, amigos suyos. En Un día en la vida se presenta como escritor consagrado, profesor en las universidades de Harvard y Princeton.

Una dictadura agonizante que se juega una última y dolorosa carta:  la Guerra las Malvinas (1982). Todo un pueblo embarcado en una aventura militar de consecuencias desastrosas para Argentina, pero que logró el cometido del régimen, como fue levantar la pasión nacionalista cuando el régimen se hundía en la más pavorosa ignominia.

Lamenta el nacionalismo más insensato que despertaron los militares con esa guerra, en la disputa de una porción insular a Inglaterra, en el Atlántico Sur, y en el que murieron más de 600 jóvenes argentinos. Denuncia la represión y el desastre económico bajo la dictadura, con una inflación del 1.354 por ciento, y la consecuente estrepitosa caída en el ingreso de los trabajadores. La guerra de las Malvinas tan solo valió como pretexto para tratar de levantar un “nacionalismo turbio” cuando los militares se hundían en el oprobio. Una acción desesperada que incluso recibió el aplauso de aquellos que eran sus jurados enemigos, incluso víctimas de la crueldad de los militares.

“Los exiliados argentinos –añade– en su gran mayoría, apoyaron la posición de la dictadura genocida. Los militares fueron a la guerra buscando una salida política, la derrota debe ser saludada como un triunfo político, denuncia en una de sus entradas de El diario. En tres años en el poder, “han destruido lo mejor de este país”, asegura cuando los militares arribaban a la mitad de su mandato.

Uno de sus mayores desencantos políticos los recibe con la revolución cubana, de la que fue entusiasta admirador en un comienzo, en su juventud. El primero sucedió cuando el presidente cubano, Fidel Castro, apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia, en 1968, para detener un proceso reformista. Siguió con el “Caso Padilla”, que, al igual que él, distanció a muchos intelectuales de la política cubana. Este caso se refiere a Heberto Padilla (1932-2000), detenido en 1971 luego de ser acusado de contrarrevolucionario por un poemario recientemente publicado, y luego obligado a retractarse públicamente. Un caso de mucha resonancia política por aquellos años.

Los diarios de Emilio Renzi, aunque extenso, es una lectura inspiradora, sobre todo para aquellos que sueñan con adentrarse en el difícil, y cada vez menos importante, mundo de las letras. O tal vez para alertarlos de que ese no debe ser el camino a seguir. Un camino que exige mucha lectura, mucha pasión, mucha disciplina, mucha paciencia y perseverancia, generalmente al margen del éxito económico, que se da en contados casos.

No está mal tampoco tener presente este pensamiento de Renzi-Piglia: “La ficción está cada vez más devaluada (…). Las mentiras crecen en el mundo, pero los lectores son cada vez más incrédulos y piden historias que sean iguales a la vida, como si no les alcanzara con su pobre realidad y la vida en la que existen.”  Una sentencia de algunos lustros atrás que sigue cobrando vigencia, que sigue sonando con fuerza.

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