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La estrategia histórica del anticomunismo

“Los amigos de Lucifer”: la ideología anticomunista en Costa Rica (1948-1962)

“Los amigos de Lucifer”: la ideología anticomunista en Costa Rica (1948-1962)

Jorge Barrientos Valverde

Ensayo

Arlekín

2019

“En Costa Rica nunca ha existido un partido comunista fuerte, guerras ni revoluciones. Solo paz, democracia e igualdad”.

Si usted está de acuerdo con esa afirmación, es posible que su educación se basara en las políticas de olvido de los vencedores de la Guerra Civil de 1948, que costó centenares de vidas y fue seguida de décadas de represión en contra del “bando perdedor”.

“Los amigos de Lucifer”: la ideología anticomunista en Costa Rica (1948-1962) de Jorge Barrientos analiza la construcción del comunista como un enemigo político. Editado por Arlekín, la primera parte desarrolla aspectos teórico-metodológicos y en la segunda se presentan tres capítulos, basados en el estudio de documentos oficiales, discursos presidenciales, memorias ministeriales, leyes y decretos, el Eco Católico, Diario de Costa Rica y La Nación.

En el capítulo “Construir la cultura política con firmeza: anticomunismo persuasivo desde el Estado (1948-1962)”, Barrientos interpreta el discurso de las administraciones de la Junta Fundadora de la Segunda República (1948-1949): Otilio Ulate (1949-1953), José Figueres (1953-1958) y Mario Echandi (1958-1962), quienes defendieron “la moral costarricense con censura” y combatieron “con ideas y con armas”. La interlocución con Marielos Aguilar, visibiliza que en 1987 hubo 3.270 casos contra personas acusadas de subversión, al filo de los conflictos armados centroamericanos y las negociaciones de la paz.

El 17 de julio de 1948 se ilegalizó el Partido Vanguardia Popular (PVP), segunda fuerza electoral de la década de 1940. Para los fundadores de la Segunda República, los “malos” Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944) y Teodoro Picado (1944-1948) tenían al país secuestrado. Se creó el Tribunal de Probidad y de Sanciones Inmediatas y hubo persecución, tortura y saqueo a las y los perdedores. El monopolio del poder se justificó en “afianzar el triunfo militar y preparar el advenimiento de un nuevo orden”. Figueres se desvinculó de la Legión del Caribe y entre la Guerra Fría y las presiones estadounidenses, ideó una socialdemocracia distanciada del comunismo.

Al final de la guerra el aparato represivo apela a una “violencia justa y necesaria”. Se intentó sustituir el Código de Trabajo de 1943 por un Código Social que abrazara los intereses de los productores. Se prohibió la Confederación General de Trabajadores y se impulsó la Rerum Novarum. Fueron años de exilio para 7.000 personas, que migraron forzadamente hacia países como Venezuela, Panamá, México y Nicaragua. A Carmen Lyra, promotora del Partido Comunista, la educación preescolar, de las políticas de alimentación y saneamiento infantil y literata costarricense, se le negó el derecho de regresar a morir a su país en 1949. Monseñor Sanabria, el “Obispo Rojo”, hizo las intermediaciones a favor de la escritora.

En el capítulo “Ejercer la dominación ‘sin clase’: discursos religiosos, violencia simbólica y pánico moral” se establecen las posiciones eclesiales en contextos electorales, sus alianzas y la construcción del enemigo comunista. Tras “invasión” calderonista de 1955 se construye a la Virgen de los Ángeles como un símbolo de unidad nacional, en procura de la amnistía. Engrosar las agrupaciones comunistas, equiparadas con el ateísmo, fue prohibido. En la coyuntura y la conflictividad mundial de la época, la Declaración de los Obispos de la Iglesia Católica Romana de los Estados Unidos de 1951 proclamó como enemigos a Rusia, Ucrania, Rumania, Albania, China, Mongolia y demás.

Finalmente, en “Practicando la hegemonía ‘con clase’: prensa conservadora, violencia justificada y control social (1948-1962)” aborda el golpe contra Jacobo Arbenz (1954), en Guatemala, quien, tras impulsar la Reforma Agraria, pagó por gobernar en contra de los intereses de la UFCO. Su gobierno y el de Juan José Arévalo (1945-1950) se conocen como la década de la primavera democrática, pues sucedieron las dictaduras de Manuel Estrada Cabrera y Jorge Ubico, que sumaron 35 años de gobierno no consecutivo (1898 – 1944). El golpe fue respaldado con un silencio cómplice, cuando la paranoia marcaba el ritmo de la historia política y ser tachado de comunista costaba la vida o la libertad, especialmente tras la Revolución Cubana (1959). En Costa Rica pudo ser más importante la manipulación ideológica, pero en Guatemala fueron décadas de guerrillas, operaciones de tierra arrasada y exterminio.

La historia del siglo XX sería una muy distinta si se pudiera borrar de sus páginas el anticomunismo. Este sería un complejo ejercicio de historia contrafactual para una región, donde las utopías y la lucha revolucionaria se han visto mancilladas. El anticomunismo está presente la vida política nacional, cuando un favorito es desplazado por este concepto, cuyas significaciones deben explorarse. Queda pendiente estudiar sus implicaciones a escala regional, para analizar la violencia simbólica de la mano con la brutalidad represiva. Esta tarea iniciada por Barrientos, debe encontrar eco en la historia desde abajo y los estudios históricos de memoria.

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