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La diversidad es un tesoro

Este es el discurso que pronunció el 15 de junio de 2017 el escritor Nacer Wabeau al ser nombrado Caballero de las Palmas Académicas

Este es el discurso que pronunció el 15 de junio de 2017 el escritor Nacer Wabeau al ser nombrado Caballero de las Palmas Académicas que otorga Francia a distinguidos intelectuales y académicos en el mundo. También incluimos las palabras del embajador Thierry Vankerk-Hoven al momento de la distinción.

Mi gratitud es profunda al recibir las Palmas Académicas con que la República francesa ha querido honrarme. Es motivo de alegría acceder a tan prestigiosa distinción, establecida en 1808, de tinte violeta, un color símbolo del conocimiento, la sabiduría y la espiritualidad, es decir, el quehacer académico y cultural, al que me he dedicado con pasión. Nada es más hermoso que vivir haciendo lo que amamos.

Quisiera compartir este reconocimiento con mis seres queridos y mis maestros.

Empezando por mi primera educadora, que no sabía leer ni escribir, no hablaba árabe ni francés, solo hablaba kabile, solo sabía amar. Esta gran señora era mi madre. Sin ella, yo no sería nada.

Mi padre aprendió francés en la escuela fundada en 1895 en nuestra aldea. Por circunstancias de la vida, a menudo se ausentaba. Cuando emigró a Francia en pleno Plan Marshall (1947), pidió prestado un traje, decía: “París es chic, hay que vestirse como ha de ser”. Era un buen orador, insistía: “Tres cosas son innegociables, no se venden en el mercado ni se aprenden en la universidad: la honradez, la dignidad y la libertad”.

Sé que, a mis maestros de primaria, Mokrane Kermoud y Ferhat Chikhi, les gustaría ser recordados. Eran excelentes, nos enseñaban a ser buenas personas.

Tenía seis años cuando la mano de un francés me tocó por primera vez, era el único médico en la región (At-Djennad), venía para examinar a los escolares. Mientras me auscultaba, yo observaba sus ojos azules y sus dedos gordos, fascinado por su magia de curar las enfermedades.

Viví una infancia feliz, subiendo las higueras y los olivos, corriendo por los ríos, todo era juego con mis amigos, en una aldea apacible, perdida en las montañas. Deseo compartir esta distinción con los aldeanos de la Kabilia, patria de mi imaginación, de una cultura milenaria, cuyos habitantes se caracterizan por la generosidad, la solidaridad, la laicidad, la veneración de la naturaleza. En efecto, la mitología kabile inventó un guardián para cada rincón terrenal: si ensucias el agua, serás maldecido por el guardián de la fuente; si dañas un árbol, el guardián de la selva te vigila. Años después descubrí que eso se llama ecología.

Recuerdo al director del colegio de Azazga, Monsieur Rabia, en su impecable traje y corbata, era una combinación armoniosa de la cultura amazigh y la educación francesa. El día de la graduación nos dijo: “Sé que he sido muy severo. Algún día sabrán que es por su bien”.

Recibí la primera lección de intolerancia en el colegio, cuando un cooperante del Medio Oriente, cuyo lenguaje no entendíamos, afirmó: “el árabe es un idioma sagrado, los judíos son así, los cristianos son asá…” Me niego a repetir aquellas palabras de odio. Enfadado, mi padre me acompañó para quejarse: “¿Por qué traen a ese fanático acá?”. “Son imposiciones del ministerio”, aclaró el director. Mi madre, que era una de las personas más sabias que he conocido, recomendó: “Hijo, si no quieres ser un pastor de cabras, hay que aprender lo que dice ese loco para sacar buenas notas, luego, olvídate de sus tonteras”.

Del dicho al hecho. Así fue como mis padres me salvaron de la ideología islamo-fascista. Hoy, está haciendo desastres, tratando de provocar un choque de civilizaciones.

Mi adolescencia fue atormentada por una lucha existencial. ¿Quiénes somos? Es la pregunta. Nuestra lengua materna, tamazight, fue prohibida, el francés fue marginalizado, Camus fue declarado extranjero en su tierra natal que tanto amaba. La imposición de la arabización había empezado. Ha sido un genocidio cultural, un crimen de lesa humanidad. Nada es más desgarrador para un pueblo que prohibirle su lengua.

Y es en ese momento que van a sonar las voces de los cantantes comprometidos, Sliman Azem, Ait Menguellet, Ferhat Meheni e Idir, quienes supieron fomentar la resistencia a la opresión, mediante el arma más poderosa: el Verbo, con ritmo, melodía y belleza.

Han sido encarcelados, exiliados, algunos incluso asesinados. Pero la poesía es más poderosa que las balas criminales, cada vez que una tiranía mata a un Lorca, un Víctor Jara o un Matoub Lounès, los versos se fortalecen más y más en el alma del pueblo.

Para los escritores francófonos fue muy duro, lucharon contra el colonialismo, después de la independencia, ante el desastre de la arabización, se vieron obligados a defender el francés. Kateb Yacine dijo: “El francés es nuestro botín de guerra”. Mouloud Mammeri insistió: la cultura vive de la verdad. Pese a los obstáculos, mi pueblo irá en el sentido de la liberación.

¿Quién soy? ¿Quiénes somos? Preguntas universales que nos hacemos individual y colectivamente. Nadie se enojó con Carlos Fuentes cuando dijo: “España nos ha dado la mitad de nuestro ser”. ¿Podrá un norteafricano afirmar, sin ser denigrado: el francés forma parte de nosostros? En efecto, la lengua de la colonización ha sido también la de la liberación. Todos los documentos de la Revolución desde el Congreso de la Soummam hasta la independencia fueron redactados en francés. Nuestros mejores ensayos y novelas han sido escritos en francés. Es preciso cerrar las heridas históricas y mirar hacia un futuro mejor.

Después de la independencia surgieron otros demonios. Es el drama del continente africano. Nosotros los africanos, por desgracia estamos gobernados por viejos dictadores. Pero el día de África vendrá como lo ha querido Patrice Lumumba. Resulta indignante que haya tantos miserables en nuestra opulenta África, huyendo de las dictaduras y los conflictos, lanzándose a los mares, buscando una vida digna.

Nunca me he sentido extranjero en Francia, desde mi primer viaje (1979), me sentí en casa. En París descubrí la gracia de vivir libre, es decir, tomar un buen vino sin que nadie te mire de reojo, abrazar una chica sin que nadie te diga es un pecado. Mis años en Francia están entre los mejores de mi vida.

Mi visión de mundo hubiese sido distinta si yo no hubiese estudiado la Filosofía de la Escuela del Derecho Natural en la Sorbona. Me atrevería a decir que, sin los Filósofos de las Luces, la humanidad estaría aún en tinieblas. Nadie ha ahondado en el tema de la libertad como Rousseau. ¿Qué sería la democracia sin la teoría del equilibrio de poderes propuesta por Montesquieu y sin el aporte de Tocqueville?

Me fascinan los poetas malditos, Verlaine, Rimbaud y, el maestro supremo, Baudelaire, quien nos invita a descifrar los símbolos del Templo más vasto y hermoso: la Naturaleza.

Confieso la influencia de Victor Hugo, Flaubert, Zola, y sobre todo Balzac, cuya teoría de “tipos humanos representativos” es un modelo para crear los personajes de mis novelas.

Más cerca de nosotros, Sartre y Camus son mis maestros. Admiro a Simone de Beauvoir y a su hermana Assia Djebar, cuyas obras dignifican la humanidad. La sumisión femenina no es un destino, sino el resultado de la cultura patriarcal. Una sociedad que encadena su mitad, sin equidad de género, no puede ser libre ni feliz.

Algún día diré lo que debo a Costa Rica, que me ha acogido generosamente, otorgándome la nacionalidad de manera casi honorífica, gracias al apoyo de la vicepresidenta Victoria Garrón y la Magistrada Maruja Chacón. Es una bendición vivir en un país tan hermoso, que ha escogido la doctrina del pacifismo, cuya democracia centenaria es ejemplar.

Costa Rica ha acertado al integrar la Organización Internacional de la Francofonía, conformada por 84 Estados miembros. Juntos podemos poner en marcha una Francofonía nueva, una Francofonía fuerte y bella, cuyos principios fundamentales son la amistad, la solidaridad, y el respeto entre los pueblos.

Ha sido un honor haber participado en las Juntas Directivas del Liceo Franco-costarricense, y, sobre todo, en la Alianza Francesa, la ONG más grande del mundo dedicada, además de la enseñanza del idioma de Molière, a promover el diálogo entre culturas.

Y eso no habría sido posible si yo no tuviese el privilegio de desempeñarme en la Universidad de Costa Rica, dedicada a la ciencia, el arte y el bien, mediante la docencia, la investigación y la acción social, donde prevalece la libertad de cátedra.

La combinación de la docencia y la escritura resulta enriquecedora. Un escritor es un testigo de una época y de su propia experiencia. Mi deuda es grande con los autores de este continente, desde Sor Juana y Rulfo, Toni Morrison y Faulkner, Carpentier y José Martí, Yolanda Oreamuno y Asturias, hasta “los ríos profundos” de José María Arguedas.

Debemos poner un hasta aquí a los levantamuros y los extremismos de toda índole. Hoy más que nunca, necesitamos el arte y la literatura para recordarnos lo esencial. ¿Qué es la humanidad sino una suma de diferencias, una adición de minorías? El respeto de los derechos de las minorías evitaría muchos conflictos. Cuanto más diversas son las culturas, más confluencia de idiomas, más belleza enriquecedora. Si la literatura no puede cambiar las cosas, por lo menos permite soñar e imaginar un mundo mejor. La diversidad es nuestro tesoro común.

Según Le Clézio: grandes culturas que llamamos minorías han podido resistir y transmitir sus saberes y sus mitos de manera oral. Es indispensable reconocer el aporte de estas culturas.

Hasta aquí mi testimonio, que no es más que la confesión de un exiliado errante a través de tres continentes. He meditado la pregunta de mi coterráneo San Agustín: “¿Quién soy? Un hombre”, respondió. Puedo decir lo mismo: soy de aquí, soy de allá, orgulloso de ser ciudadano del mundo. Cada vez que me pierdo, vuelvo a mí mismo, recordando el ejercicio socrático, tratando de conocerme a mí mismo. He encontrado mi espiritualidad en mi corazón, símbolo del amor y de la bondad. Semejante a Antígona: no he nacido para odiar, sino para amar.

Espero haber estado a la altura de mis maestros, de lo contrario, les pido perdón.

Tanemmirt, Merci, Gracias.

 

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