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Judas

Amos Oz es uno de los escritores israelíes que cuenta con más reconocimiento internacional; cuando tenía 14 años se cambió su apellido paterno Klausner

Judas

Amos Oz

Novela

Ed. Siruela

2015

Amos Oz es uno de los escritores israelíes que cuenta con más reconocimiento internacional; cuando tenía 14 años se cambió su apellido paterno Klausner y se puso OZ, que en hebreo significa coraje; dos años antes su madre se suicidó y él quedó solo con su padre, con quien nunca tuvo una relación expresiva o rica en afectos amorosos a pesar de lo poderosa que fue. Oz lo dejó y se fue a vivir al kibbutz Hulda, donde hizo su vida en un Estado, en un país marcado desde siempre por el desierto, por la palabra y por múltiples tensiones políticas. Todo esto, es decir, su vida, lo cuenta él en su sobrecogedora autobiografía novelada a la que llamó Una historia de amor y oscuridad; que su última novela antes de que el año anterior se publicara Judas, en la que narra con su maestría habitual, la historia de tres personajes solitarios y enigmáticos que viven en una casa llena de misterios, ubicada en un viejo callejón de la antigua Jerusalén.

Amos Oz es frecuente candidato a recibir el premio Nobel de literatura, siempre está escribiendo ensayos y artículos periodísticos en los que combina la literatura con sus ideas políticas frente a los principales acontecimientos que ocurren de tiempo en tiempo en su país, posición que ha generado que algunos extremistas israelíes le llamen traidor, como a Judas.

En relación con el conflicto entre Israel y Palestina, Oz dice:

“Israel es un campo de refugiados. Palestina es un campo de refugiados. El conflicto entre israelíes y palestinos es un choque trágico entre dos derechos, entre dos antiguas víctimas de Europa. Los árabes fueron víctimas del imperialismo europeo, del colonialismo, la opresión y la humillación. Los judíos fueron víctimas de la persecución europea, de la discriminación, los pogromos y, al final, una matanza de dimensiones nunca vistas. Es una tragedia que esas dos antiguas víctimas de Europa tiendan a ver, cada una en la otra, la imagen de su pasada opresión.” (Israel, árboles en la nieve, periódico El País)

Frente a este conflicto, Oz defiende la creación de dos estados, uno para cada una de estas naciones, a las que compara con un matrimonio que no se tolera, que no soporta su convivencia, pero que puede llegar a un buen acuerdo de divorcio.

El hombre de Cariot

Ya en el cuento Las tres versiones de Judas de Jorge Luis Borges, estaba la idea de que Judas Iscariote entregó a Jesús para forzarlo a probar su divinidad, para encender una revuelta contra Roma. Pero no es la de Borges la tradición de la que se alimenta Shmuel Ash, el personaje de Judas.

Él bebe de las fuentes judías que han estudiado el cristianismo, empieza con la intención de escribir un ensayo sobre Jesús visto por los judíos y a partir de ello es que se consume en la atracción que le genera ese hombre de la tierra de Cariot, adinerado, más culto que los otros once apóstoles, con el que la tradición cristiana europea ha identificado al pueblo judío, como si el mismo Jesús y todos sus discípulos no hubieran sido también judíos en cuerpo y alma.

A Shmuel Ash le parece que treinta monedas de plata era muy poco dinero para un hombre de recursos, Shmuel sospecha de ese Judas que han construido: traidor, envidioso, culpable. Para Shmuel, nadie ha amado tanto a Jesús como Judas, quien quiso que su maestro dejara de ser un milagrero rural como tantos otros, y en cambio, llegara a la gran Jerusalén a demostrar sus poderes, su divinidad, frente a sacerdotes y reyes. Lo amó tanto que no soportó verlo clamando en la cruz, reclamándole a Dios por su abandono. Por eso, aquel viernes triste, unas horas después de la crucifixión más renombrada de la historia, solitario caminó por un campo árido y con una soga se amarró el cuello para colgarse de una higuera. Si José Saramago escribió El evangelio según Jesucristo, Shmuel Ash quiere escribir El evangelio según Judas, a quien él considera el primero, el último y el único de los cristianos, el que más amó a su maestro.

Pero esa historia de Judas es sólo un trabajo, un ensayo que le roba las madrugadas a ese personaje desamparado y que no quiere a sus padres que es Shmuel Ash.

 

La casa de Shaltiel Abravanel

Shaltiel Abravanel está muerto, en la ciudad le llamaban traidor por ser amigo de los árabes y por oponerse a Ben Gurión en su idea de impulsar la creación del Estado de Israel. Abravanel defendía la convivencia pacífica entre israelíes y árabes en una región sin fronteras. Para él, un Estado israelí desencadenaría una batalla sangrienta que no terminaría nunca. Abravanel murió en su casa ubicada en el callejón Rabbi Elbaz de la vieja Jerusalén, murió en su cocina una mañana mientras leía el periódico y tomaba café.

En la casa quedaron viviendo su hija Atalia y el viejo Gershom Wald, ese erudito inválido que fue el padre de Mija, el esposo de Atalia, quien murió degollado por los árabes en una ladera seca durante la guerra de 1948, también llamada por los israelíes Guerra de liberación. Ellos dos, a finales de la década de los cincuentas, deciden contratar a un joven universitario, preferiblemente humanista, para que entretenga de cinco de la tarde a diez de la noche al viejo erudito, para que conversen y discutan, para que lo contradiga y estimule su dialéctica. Shmuel Ash, el defensor de Judas, lee el anuncio pegado en una pared y decide irse a buscar el trabajo. Su situación no puede ser peor, su padre cayó en la ruina, no lo puede mantener más ni costear los gastos de su universidad, además, su novia lo dejó para casarse con un antiguo novio de ella. Shmuel, finalmente, se vio obligado a dejar la universidad y decidió aceptar el trabajo que se ofrecía en un papel pegado a un viejo paredón. Entonces, en esa casa del viejo callejón jerosolimitano planea pasar el invierno y terminar su ensayo, que en principio, iba a ser sobre Jesús.

Una casa antigua en una ciudad mítica recorrida por los vientos del invierno, una buhardilla con afiches de la revolución cubana, la erudición judía tradicional mezclada con la modernidad europea, una mujer atractiva, un joven idealista, un viejo que no cree en revoluciones. Todo hace pensar en un tiempo de retiro y conversación, una pausa para Shmuel. Pero Amos Oz no es de ese estilo ni Jerusalén tampoco.

La inquietud, la historia violenta de la ciudad, los fantasmas de la casa, la frustración, la ansiedad, la sexualidad contenida y manipulada por la seducción perversa de Atalia, todo ello explota en esta extraordinaria novela que mezcla, como es usual en Oz, los conflictos de la historia política de Israel con los complejos universos individuales de unos personajes profundos y bien logrados. Ellos, que mucho parecen deberle a la tradición literaria rusa, son los que, junto a Judas Iscariote, escoge Amos Oz para contar esta novela de tensiones íntimas y pasados violentos. Claro, también habla de Jerusalén:

“…toda esa ciudad que se encoge siempre sobre sí misma como esperando un golpe en cualquier momento, esa Jerusalén con sus deprimentes bóvedas de piedra, con los mendigos ciegos y las viejas devotas consumidas que se pasan horas y horas sentadas sin moverse y secándose al sol sobre pequeños taburetes en la entrada de oscuros sótanos. Los hombres envueltos en los mantos de oración pasando casi a la carrera como sombras encorvadas, yendo y viniendo de callejuela en callejuela de camino a la penumbra de las sinagogas. El espeso humo del tabaco en los cafés de techo bajo llenos de estudiantes con jerséis gordos de cuello alto siempre arreglando el mundo y quitándose sin cesar la palabra de la boca. Los montones de basura y de trastos que llenan a rebosar los descampados entre los edificios de piedra. Las altas murallas de piedra que encierran monasterios e iglesias. La línea de barricadas, las alambradas de espino y los campos de minas que rodean por tres partes la Jerusalén israelí y la separan de la Jerusalén jordana. Las ráfagas de disparos por las noches. Esa ahogada desesperación siempre inmóvil y opresiva. Le resultaba agradable abandonar Jerusalén y sentir que a cada instante se iba alejando de ella”.

El invierno termina y con él la experiencia de Shmuel Ash en la casa de Abravanel. Solitario, como Judas, se aleja de la ciudad y del callejón Rabbi Elbaz, donde se queda el anciano erudito y la viuda seductora esperando la llegada de otro sustituto para el muerto, para el hijo muerto, para el marido muerto; ese mismo que degollaron los árabes en la Guerra de liberación. Así, con esta historia, Amos Oz demuestra una vez más su coraje, su talento; y que la literatura ganaría mucho si a él se le diera el Nobel, aunque también suela decir que seguiría viviendo igual de satisfecho sin ese premio.

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