Forja

Un canto a la mujer desde “la agonía”

La mujer como sujeto pivotal del amor, la belleza y la vida, es lo que he querido escenificar en este libro que he llamado novela, aunque algunos lo estimarán como ficticias memorias o reunión de cuentos. Ningún problema.

A diferencia de las corrientes ultrafeministas, que señalan a la mujer como una víctima histórica de los machos y, por tanto, la azuzan para convertirla en enemiga del varón, en estas Cosas de mujeres se pondera a la fémina como un ser equivalente al hombre, un complemento igual e ideal, además de encomiarla por su belleza, su capacidad de concepción y muchas otras virtudes que la historia no dejó crecer en el sexo opuesto.

La intención es que el relato sea un canto para ellas, pero no ese canto feminista de moda, sino la poesía que un hombre que, al final de sus días (82 años), quiere regalar a su amada y a todas las que lo enamoraron, lo engrandecieron, lo iluminaron o lo deslumbraron.

Esas damas, de lo más variopinto que se pueda imaginar, desfilan por su memoria, con virtudes y defectos, aunque mayoritariamente exhiben sus dones de belleza física, pues ese es el visor por el que lucubra o imagina el viejo electricista, integrante de una generación patriarcal que inicia en “el bucólico refugio espiritual de Europa” del siglo pasado, y culmina en la Alajuela medio campesina de nuestro tiempo.

Para poetizar eso, el personaje narrador, Juan Alberto Segovia, pergeña sus memorias en una poltrona del corredor de su casa, en “la Calle Ancha” de Alajuela, y allí recrea episodios de su vida, pero en función de algunas muchachas que conoció, que lo impactaron –para bien o para mal– y se le escapan del recuerdo, porque según él: todas volaron. Ellas son la esencia del libro, Segovia es solo el que hilvana.

Por supuesto que a ese personaje le he prestado algo de mi experiencia, pero sus memorias son una ficción acrisolada en su achacosa memoria, y sería iluso tratar de encontrarle otras cercanías con la realidad, que no sean las que dan verosimilitud –y, por eso mismo, verdad literaria– a todo lo que él inventa.

Ya he explicado, al inicio del libro, que el empleo de hechos y nombres reales, es solo un señuelo para lograr esa veracidad, y espero que las personas mencionadas así lo comprendan, pues no les he pedido permiso para citarlas. Y no lo hice, porque en el fondo del experimento está la muy sana intención de generar en el lector, emociones placenteras, a partir de la nostalgia, el romance y el lenguaje literario.

También comprendo que la obra se prestará para muchas y diversas interpretaciones, y eso me gusta, aunque debo aclarar que mi intención ha sido dotarla de una atmósfera dulce, espontánea, sensual, no erótica, como podrían pensar algunos. Lo cual tampoco me disgusta.

Repelo a la mujer que luce estridente, a la que semeja un árbol de cachivaches, un equeco. Compadezco a la mujer que se muestra atemorizada, a la que parece inmóvil, a la que asemeja un hombre. Abrazo y acompaño a la agredida, ya por machos o por la realidad injusta.

Amo a la mujer que exhibe toda su esencia femenina, su sex appeal, su valentía, su ternura, porque en esa diferencia está su superioridad.

Como Ingrid Bergman en Casablanca o Nicole Kidman en Eyes wide shut o Frances Mac Dormand en Three Billboards.  ¿Las recuerdan?

Pero, lo que más añoro es que todas las mujeres reciban este libro como un homenaje a su condición femenina, a esa “diferencia celestial” que, con buen ojo, les quiere retratar el narrador protagónico… aunque se le escapen.

Al acabar el libro lo único que me dolió fue su falta de totalidad, pues al iniciarlo creí que abarcaría una visión más completa del eterno femenino, y ahora observo que las ausencias son tan infinitas como mujeres existan. Así que tómenlo como un acercamiento: incompleto, pero reverente.

Con tan solo eso, quedaré satisfecho. Lo demás que se diga –a favor o en contra– será ganancia, y ojalá que sea mucho, porque no hay cosa peor, para un libro, que el silencio del público.

Adelanto a Cosas de mujeres, novela de próxima aparición en Editorial Prisma.

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