Forja

La militancia juvenil de la Iglesia católica

¿De dónde venía ese interés por las juventudes?, ¿por qué el papa se reunió únicamente con la juventud de Costa Rica y por qué la imaginó como portadora del futuro de la región?

Cuando Juan Pablo II llegó a Costa Rica en marzo de 1983, Centroamérica estaba envuelta en un conflicto armado y la región era el escenario más importante de la Guerra Fría. En las montañas y las ciudades de Nicaragua, Guatemala y El Salvador, en las discusiones sobre esos países y en las disputas políticas, se sintetizaban cuatro décadas de polarización ideológica que habían caracterizado al mundo entero.

El papa era una reconocida figura anticomunista y su visita intensificó el interés global de los medios por Centroamérica. El papa visitó cada país y se reunió con políticos y obispos, ofreció misas y discursos y, cuando tuvo la oportunidad, usó su autoridad para reprender en público a los religiosos que apoyaban a los sectores más desfavorecidos de la región.

Como quien busca un remanso de paz entre el caos, después de visitar países pobres y en guerra Juan Pablo II regresó a la mítica Costa Rica en tres ocasiones para pasar la noche y, mientras estaba en San José, planeó únicamente tres reuniones. Entre el 2 y el 3 de marzo, habló con los obispos por algunas horas, dedicó otras a rezar con las comunidades religiosas del país e hizo una gran reunión en el Estadio Nacional dedicada a la juventud.

Futuro

L’Observatore Romano, el periódico del Vaticano, publicó una edición especial con la visita del papa y en ella narró lo sucedido en Costa Rica. Informó sobre la muchedumbre de jóvenes que saludó eufóricamente a Juan Pablo II y dio detalle sobre las palabras que pronunció.

El discurso que el papa ofreció a la juventud era sobre Cristo, sobre el amor y el odio, sobre la paz y la violencia: sobre lo humano y lo divino. Con sus palabras, Juan Pablo II insistió en que la juventud debía construir la “civilización del amor” e imaginó el porvenir cuando les dijo: “El futuro de América Central estará en vuestras manos; lo está ya en parte. Procurad ser dignos de tamaña responsabilidad”.

A lo largo de esta visita, la juventud costarricense fue la única de la región que tuvo un espacio en la apretada agenda del papa y en aquel momento, eso generó orgullo en un país que empezaba a imaginarse perpetuamente neutral frente a los problemas de sus vecinos.

¿De dónde venía ese interés por las juventudes?, ¿por qué el papa se reunió únicamente con la juventud de Costa Rica y por qué la imaginó como portadora del futuro de la región?

Global

La República, 4 de marzo de 1983, 10
La República, 4 de marzo de 1983, 10

Cuando Juan Pablo II visitó Costa Rica, el interés por la juventud no era nuevo en la Iglesia católica. La radicalización juvenil de los años 60 había puesto este tema en el centro. Desde 1965 las jerarquías eclesiásticas habían expresado su interés por este sector de la sociedad y habían dedicado las palabras finales del Concilio Vaticano II a la juventud de todo el mundo.

La idea de juventud que perfiló la jerarquía de la Iglesia era imprecisa pero global: generosa, “semejante a Cristo”, llamada a la pureza y la honestidad. Pero frente al contexto, también debía ser una juventud alejada de las “filosofías” que “seducían” a sus mayores, que se según sus líderes, se encargaban de dar vida a la guerra, el odio y la violencia.

Para Juan Pablo II, el vocabulario de la Guerra Fría también fue medular para ensayar definiciones sobre la juventud. Como dirigente máximo de la Iglesia, ciertamente expuso ideas morales, pero sus múltiples discursos sobre la juventud iban mucho más allá e insistían en que la juventud corría el riesgo de creer “en la utopía de una sociedad sin clases”.

Militancia

Cuando las reformas de la Iglesia fueron “traducidas” a la realidad latinoamericana, la juventud también fue un tema medular. En 1968 los obispos del continente optaron por prestar atención a las personas más pobres en la conocida reunión de Medellín. La Teología de la Liberación y las Comunidades Eclesiales de Base fueron la materialización más evidente de esta opción, pero también surgieron estructuras para organizar a la juventud con una amplia libertad de acción.

La creación de las pastorales juveniles se extendió por toda la región, pero la radicalización de esas estructuras hizo que una década más tarde las autoridades dieran un paso atrás. Así, la “opción preferencial por la juventud” tomada por los obispos en la reunión de Puebla de 1979 se acercó mucho más a la visión de Juan Pablo II e ideó normas para el trabajo que la Iglesia debía realizar con las personas más jóvenes de la región.

Contrapuestas a la extendida radicalización juvenil, las normas buscaban crear “juventudes respetables” agrupadas en la Iglesia y dirigidas por religiosos. En Costa Rica, las “pastorales juveniles” reciclaron el vocabulario político de la Guerra Fría e inventaron “fases” para incluir a la juventud. El Eco Católico promocionó sistemáticamente estas organizaciones durante toda la década de 1980, en las que cada joven debía pasar por etapas de motivación y educación católica y culminar en la fase de la “militancia” religiosa.

Nueva Centroamérica

Tal “militancia” no era nueva en Costa Rica. A inicios de la década de 1970 había más de una decena de organizaciones políticas de jóvenes relacionadas con el catolicismo, pero en 1980 la novedad fue el intento por canalizar esa militancia hacia las pastorales juveniles.

Fue así como en la masiva reunión del Estadio Nacional, Juan Pablo II aseguró que la juventud de Costa Rica era la encargada de crear una “nueva Centroamérica” y después de su visita se incrementó todavía más el interés del catolicismo por la juventud. Durante la década de 1980, y frente al conflicto centroamericano, la Iglesia del país trató de particularizar a sus jóvenes y para hacerlo estrechó tanto el concepto de la juventud con el de la paz, que ambos parecían cualidades indisociables.

Esa visión ayudó a consolidar la idea que insiste en que la juventud costarricense de 1980 no tuvo interés por la política, pero la identidad juvenil que imaginó la Iglesia católica estaba muy alejada del contexto y borró otras formas de militancia que convivían con la suya.

Desde los “militantes” de las pastorales juveniles, pasando por quienes salieron de Costa Rica para pelear en Nicaragua, hasta aquellos agrupados en una guerrilla en San José y quienes se radicalizaron por mejores condiciones de estudio, existe evidencia para afirmar que la acción juvenil de la década fue mucho más extendida y compleja. Desde diferentes planos, esto expone identidades juveniles que, frente al contexto regional y nacional de la Guerra Fría, se movieron entre límites de lo profano y lo divino, entre la militancia y el olvido.

*El autor es investigador del Centro de Investigaciones Históricas de América Central (Cihac) y docente en la Escuela de Historia de la UCR. Una versión extendida de este artículo puede consultarse en la Revista de Historia (no. 82) de la UNA.

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