Forja

La llama perpetua

Conocedora de su belleza morena, cierta muchacha pasaba con frecuencia —hace unos veinte siglos— frente a la casa de un garzo, gallardo mozo, quien frente a la puerta de su taller se solazaba mirándola, hasta que las formas del cuerpo desaparecían en el recodo de un muro de sillares.

Fue durante una tarde veranera, mientras el cabello de la doncella ondeaba al viento y brillaba al Sol, cuando él se aventuró a acercarse y hablarle.

Complacidos se dijeron sus nombres… descubrieron cercanos los ojos brunos los ojos azules… los ojos azules los ojos brunos… Caminaron los días y sus miradas fueron descendiendo por los hombros, los brazos, las manos… hasta que sus dedos se entrelazaron.

Y al llegar el siguiente verano llegó también la celebración de sus esponsales, y un año después la boda, en la que los trigales estaban presentes en el pan, los olivares en el aceite y los viñedos en el vino.

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El regocijo los condujo más tarde a la casa del artesano. Cerraron tras ellos la puerta. Había llegado la noche, pero una antorcha daba su tierna luz al perfil de la muchacha cuya silueta se dibujaba trémula en la cal de la pared.

Ahora… ¿qué hacer? Ambos desconocían el conjuro de las artes amatorias, compañeras ilustres de la soledad de los enamorados. ¿Qué hacer?

El silencio señoreaba en el amable aposento. Entonces susurraron sus nombres en contrapunto con el canto de un lejano pájaro nocturno. Ella, más osada, tendió sus brazos. Él, despaciosamente, la estrechó en los suyos. Entonces sintieron sus corazones como adalides definitivos de sus vidas.

¿Qué les ocurría? Esta conmoción creciente era nueva para ellos. El abrazo se transformó en terneza y la terneza en halago, que se hizo acompañar por un arrullo desconocido. Las manos hacían crujir los ropajes; y si bien aún temerosa, por debajo de las telas, la piel en su tersura suplicaba por ser acariciada.

De pronto emergió, como imprevista ola mediterránea, una de las más prodigiosas mercedes que la Naturaleza legó a sus hijos: el beso. Sus labios se buscaron y se descubrieron en el sabor del amor, al iniciar su viaje a través del conocimiento, la adoración, la pasión y las llamas.

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En breve tiempo habían caminado juntos (qué bella palabra…) a lo largo de parajes poco antes desconocidos. ¿Eran conscientes de ello, gracias a la maravilla que estaban viviendo? No lo sabemos. Somos únicamente relatores de un amor que nos llega hasta hoy.

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El tálamo parecía resplandecer en su llamado… cuando los esposos clamaban por verse libres de vestiduras y galas, indumentos que, lo sentían, no fueron concebidos por Dios.

Después… después, en el suave plumón del lecho, yacían un cuerpo bruno y un cuerpo albar, dos cuerpos magníficos, puros, incólumes, rutas de la avidez de los ojos, las bocas y el tacto.

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Afuera vagaba la soledad por los campos, y en el cielo un viento y una Luna enfriaban la noche azul.

Adentro una mujer, un hombre, un querer y una antorcha, daban su calidez a la alcoba azafranada.

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Como las cumbres de los grandes árboles mecíanse los contornos de los bienamados; como un nido acunado por la brisa. Como un trirreme en un mar proceloso a cada momento más cerca de la tempestad… Oyeron de nuevo aquel pájaro nocturno… De pronto, sin comprenderlo todavía, inesperadamente, sintieron remontarse en una ondulación que crecía… crecía… hasta llegar a ser una ola enorme, una ola colosal que se acercaba con lentitud vertiginosa a una ribera desconocida… Entrevieron por momentos un alucinante acantilado de obsidiana… y la montaña líquida se precipitó sobre el peñasco verde con mil fuegos coralinos haciendo retemblar el litoral…

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Transcurrieron varios minutos de silencio. Sus cuerpos permanecían magníficos, puros, incólumes. El haber conocido el Amor Humano era una fuente de gratitud hacia Dios. Por tercera vez, con un trino más armonioso aún, dejose oír la voz del pájaro habitante de la noche.

Los amantes volvieron a musitar sus nombres:

—María…

—José…

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Tres meses más tarde, bajo un crepúsculo diáfano y una estrella de inaudita magnitud, nacía el niño Jesús.

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  1. S.: Esta nota propone algo que desde ya se conoce va al fracaso más sonoro: Solicitarle al Vaticano que derogue el dogma de la virginidad de María, quien al ser “pura” convierte en “impuras” a TODAS las madres del mundo.   —   Vale.

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