Forja Joan Manuel Serrat

Decir amigo

Al ponerse el sol un jueves 9 de marzo de 1972, algo como un zumbido colmenar gigantesco rodeaba el Centro de Recreación de la Universidad de Costa Rica. El local estaba repleto de estudiantes, pero afuera había una multitud aún mayor de melenudos con patillas, faldas breves y coloridas, mucha mezclilla ajustada a la cadera y acampanada, camisas abiertas a mitad del pecho, estampadas, todos esperaban desde hacía un par de horas y se habían ido congregando para escuchar a un cantautor cuya voz intimista y rebelde los había cautivado por la radio. Era el inicio de un ritual que se repetiría cada dos años a lo largo de la década y siempre acompañado de un poeta, esta vez era nada menos que Rafael Alberti y su paloma equivocada. Joan Manuel Serrat sentado en un infaltable taburete de bar, asido al mástil de su guitarra, invitaba a aquel público a que se sumase a “La fiesta”.

Hablaba poco, apenas un par de palabras entre canción y canción. Casi siempre el gesto grave incluso en sus canciones de amor. Pero despertó la complicidad del amor íntimo en “Poco antes de que den las diez”, pero también el drama de aquel hombre a quien llamaban Manuel y nació en España, su “Poema de amor”, su “Balada de otoño”, pero también con el sentido profundo de “El titiritero” que de aldea en aldea el viento lo lleva.

“Señora”, el pícaro cupido que desde su voz juvenil enseña que “cuando se abre una flor, al olor de flor se le olvida la flor”.

El incomprendido amor que despierta un maniquí, la nostalgia de “Penélope” y la contagiosa declaración de identidad de quien nació en el “Mediterráneo”.

Luego un silencio, la pauta marcada por un redoble y su voz solemne: “Dijo una voz popular, quién me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el nazareno”. Así presentaba al gran poeta Antonio Machado.

“Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo camino,

camino sobre la mar”

Aquellas palabras se clavaron en la muchachada que del profundo sentido filosófico pasó al combativo “caminante no hay camino, se hace camino al andar, golpe a golpe, verso a verso”.

Esa experiencia poética, musical, política, filosófica y amorosa era muy distinta a las baladas y canciones que la juventud disfrutaba en las radios comerciales, invocaba muchas lecturas, tomar una posición ante los hechos de la vida, replantearse una ética, sostener las convicciones con valor y defender a ultranza la libertad.

Dos años después volvieron los protagonistas a su cita puntual en la universidad.

Esta vez, conmovió hasta las lágrimas con ese amoroso e intenso homenaje al poeta Miguel Hernández, de quien este recién pasado 28 de marzo se cumplieron 80 años de su muerte en una cárcel de Alicante donde lo confinó la dictadura de Francisco Franco.

Luego, acudir puntuales a cada cita, cuando se pudiera, cuando él la convocara y nos alcanzase el espacio, y nos alcanzase el bolsillo, o escabullirnos bajo la carpa para asistir a ese mundo maravilloso que nos despliega y nos deja con esa agradable sensación de que, en adelante, después de esa visita, nuestra vida no volverá a ser la misma.

El “noi de Poble Sec”

Joan Manuel Serrat nació el 27 de diciembre de 1943. Desde muy joven le gustó cantar y aunque estudió la carrera de perito agrónomo nunca la ejerció, porque felizmente obedeció a su vocación, a hacer lo que más le gusta, y a nosotros también.

En aquellos años de 1970 la gente joven se había lanzado a la calle, a expresarse a desnudar las mentiras de la historia oficial, de las convenciones y la tradición que servían para “ocultar oscuras intenciones”.

La juventud clamaba por alguien que le hablara con voz de cantautor, de anhelos, de sueños, pero también de compromisos, de lo insoportable que era la injusticia social, del valor de la utopía, de la importancia de los mayores, de la amenaza de destruir el ambiente y de lo bella y profunda que es la poesía.

Así llegó Joan Manuel Serrat, impuso su nombre catalán-castellano con todo y apellido, con sus bellas canciones siempre acompañado de los poetas: Rafael Alberti, Antonio Machado, Miguel Hernández, León Felipe, Ernesto Cardenal, José Agustín Goytisolo, Mario Benedetti.

Él era ese incansable narrador de historias, su público se reunía para escucharlo contar sus reflexiones, sus gustos, sus andanzas. Ya con los años, se había vuelto más locuaz, hablaba más entre canción y canción, y esa otra parte del recital que ofrecía estaba cargada de encantadora magia y de poesía. A veces, con su enorme gentileza y generosidad, traducía al castellano alguna de sus canciones en catalán y se descubría, entonces, que había toda una parte de su obra tanto o más rica que estaba reservada en esa su otra lengua natal.

Ha tenido la generosidad de venir a Latinoamérica de manera constante a lo largo de más cinco décadas, ha cautivado a generaciones. Se ha convertido en un ejemplo de un ser humano consecuente, suspicaz, comprometido y un artista de humanidad tan profunda y potente que lo hace trascender su canto.

Él lo supo hacer…

Suscríbase al boletín

Ir al contenido