Suplementos

Ernesto Cardenal en mi vida

Todavía profundamente conmovido por el anuncio de la desaparición física –porque su legado en múltiples campos, como la poesía, la política y la teología, le hace inmortal– no me puedo inhibir de pergeñar_algunas experiencias personales que tuve con Ernesto Cardenal.

Todavía profundamente conmovido por el anuncio de la desaparición física –porque su legado en múltiples campos, como la poesía, la política y la teología, le hace inmortal– no me puedo inhibir de pergeñar algunas experiencias personales que tuve con Ernesto Cardenal. Primero lo conocí por sus poemas, no tanto escritos, sino convertidos en canciones protesta, en una versión realizada por un cantautor colombiano, cuyo nombre se me escapa a la memoria. Cuando escuché una versión cantada de sus Salmos en una grabación en cinta, me conmoví hasta las lágrimas; a partir de entonces mi vida cambió, tuvo un nuevo sentido, cual es el de comprometerme, desde una perspectiva de los valores cristianos, en las luchas libertarias de los pueblos de Nuestra América.

Poco después, Ernesto vendría a Costa Rica huyendo de la persecución del régimen somocista; Ernesto nunca había ocultado sus simpatías por el Frente Sandinista, por lo que su comunidad en la Isla de Solentiname, en represalia, fue destruida. Llevábamos a Ernesto a celebrar misa los domingos en los barrios del Sur de San José; en sus sermones decía que el Che Guevara era la versión del Evangelio en nuestro tiempo. Así fue mi primer encuentro personal con Ernesto Cardenal.

Años más tarde lo volvería a ver en Managua siendo Ernesto ministro de Cultura luego del triunfo de la Revolución Sandinista. Lo visité varias veces; sus concepciones sobre el papel del Estado en pro de todas las manifestaciones de la cultura popular, me impresionaron mucho. Como dato concreto de esa época, recuerdo que un grupo de intelectuales de Nuestra América fuimos invitados por el gobierno de los nueve comandantes, a expresar nuestra solidaridad con el pueblo de Nicaragua. Me emocionó hondamente la noche en que Julio Cortázar, García Márquez y Ernesto Cardenal leyeron, bajo el oscuro y calmo cielo de una Managua amenazada por Reagan de invasión, un trozo de una de sus obras. Era una original manera de responder con amor y belleza al odio de un emperador de pacotilla. Vi a Ernesto por última vez, ya anciano y meritoriamente reconocido como una celebridad mundial, en una de sus últimas visitas a Costa Rica.

Ahora Ernesto Cardenal ha dado el salto a la eternidad; para ello no era necesario que muriera físicamente, pues siempre me sigo encontrado con él releyendo sus Salmos con la misma emoción con que los escuché por primera vez al son de una guitarra. Ernesto Cardenal vivirá por siempre en mi corazón agradecido.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido