Suplementos Haifaa Al-Mansour

“Entiendo muy bien lo que significa desafiar a toda una cultura”

Tras el golpe de Estado de 1980 en Turquía, el cineasta_kurdo Yilmaz Güney fue_encarcelado y tuvo que_dirigir por_persona interpuesta su película El camino (1982)

Tras el golpe de Estado de 1980 en Turquía, el cineasta kurdo Yilmaz Güney fue encarcelado y tuvo que dirigir por persona interpuesta su película El camino (1982), que acabaría ganando la Palma de Oro en Cannes. Güney, desde prisión, dio órdenes muy precisas a su asistente para sacar adelante el rodaje. A Jafar Panahi, por su parte, le han prohibido ejercer su oficio de cineasta en Irán. Durante su arresto domiciliario rodó en su propia casa y con un teléfono móvil Esto no es una película (2011) y hoy sigue trabajando en su país de forma clandestina. Con su último filme, Trois visages, un hermoso alegato en favor de la libertad de las mujeres, ha ganado el premio al mejor guion en Cannes. Hasta el mismísimo Youssef Chahine, el gran maestro del cine egipcio, tuvo que ver cómo el creciente fundamentalismo de los años noventa forzaba la prohibición de sus películas más combativas. Hacer cine en países en los que la religión no se ha separado del Estado es una tarea heroica, y la directora Haifaa al-Mansour (Al Zulfi, Arabia Saudí, 1974) lo sabe bien.

Al-Mansour saltó a la fama en 2012 con La bicicleta verde, la historia de una niña llamada Wadjda cuyo mayor afán es que le compren una bici que ha visto en un escaparate y de la que se ha enamorado. Pero sus padres se niegan: está mal visto que las niñas vayan en bici. Así pues, Wadjda decide participar en un torneo escolar de recitaciones del Corán para financiar su deseo con el dinero del premio. Rodar esta sencilla historia, que enamoró al público en festivales de todo el mundo y que cosechó multitud de premios, fue toda una odisea. Para empezar, el cine estuvo prohibido en Arabia Saudí desde 1983 hasta este mismo año, 2018. Le costó cinco años conseguir la financiación y los permisos necesarios para rodar allí (no quería hacerlo en otro país por razones de autenticidad). Una vez obtenidos, por motivos religiosos no podía dejar que la vieran hablar en público con los hombres del equipo, así que daba sus instrucciones desde el interior de una camioneta por medio de un walkie-talkie. A los actores los veía a través de un monitor de televisión.

“Teníamos un permiso del Ministerio de Cultura para rodar en las calles de Riad, pero la policía en aquel momento tenía mucho poder. Las actrices y las mujeres del equipo fueron sometidas a un marcaje férreo. Nos pusieron muchas limitaciones. Nos quitaban las cámaras. Esto, por suerte, ya no ocurre en Arabia Saudí, pero sí era muy normal hace pocos años. Yo fui muy cauta porque teníamos un presupuesto internacional y un calendario que cumplir, y eso me preocupaba mucho”, contó la directora. “La gente de los barrios, en cambio, estaba encantada. Les divertía mucho ver el rodaje. Eran muy simpáticos, incluso en las zonas más conservadoras. Les gustaba ver un poco de vida en las calles”, agregó.

La directora saudí estrenó este año Mary Shelley, una película basada en la vida de la autora de Frankenstein. Algunos críticos han señalado que Al-Mansour ha dado un giro radical en su filmografía al tratar un tema occidental en una cinta ambientada en el siglo XIX y rodada en inglés. Pero no es así. Los temas de Al-Mansour siguen siendo los mismos. La bicicleta verde no representaba otra cosa que la libertad de Wadjda y, por extensión, la de todas las niñas del mundo. En Mary Shelley, narra la historia de una mujer que lucha por vivir conforme a las ideas heredadas de su madre, Mary Wollstonecraft, una de las primeras intelectuales feministas y autora del pionero tratado Vindicación de los derechos de la mujer en 1792. Mary Shelley se esforzó por huir de los convencionalismos sociales de su época y subsistió en permanente tensión con los hombres de su entorno, quienes no aprobaban su modo de vida y torpedeaban sus intentos por publicar su obra maestra. La primera edición de Frankenstein o el moderno Prometeo fue publicada en Londres en 1818 de forma anónima. El nombre de su autora no apareció hasta 1823 gracias al trabajo y a la influencia de su padre en el mundo literario. Ser mujer y querer expresarse a través de la literatura en la Inglaterra del siglo XIX o del cine en la Arabia Saudí del siglo XXI tiene, pues, un claro y triste paralelismo. “Así es, y me alegra que se vean esas similitudes”, corroboró Al-Mansour. “Mary Shelley es una mujer que lucha, que quiere hacerse oír en el mundo y que está rodeada por hombres poderosos que intentan acallar su voz. Pero ella decide ser diferente. Es un personaje que me merece un gran respeto y que he admirado muchísimo”, afirmó.

¿Cómo conoció el mito de Frankenstein? ¿Es un título accesible en lengua árabe?

–Sí existen traducciones al árabe, pero yo de niña conocí la versión más infantil, esa imagen universal del monstruo de los tornillos que aparecía en los tebeos. Estaba familiarizada con la historia cuando vivía en Arabia Saudí, pero no conocí la figura de Mary Shelley hasta que me fui a la Universidad de El Cairo para estudiar Literatura. ¡Y ni siquiera entonces entendí realmente la enorme importancia que tenía! Como tanta gente, yo también la dejé a ella en un segundo plano. Lo que mandaba era el personaje que creó. Luego corregí eso.

Mary Shelley se vio muy influida por las ideas feministas de su madre. ¿Qué papel jugó la suya en su aspiración por convertirse en cineasta?

Yo crecí en un pueblecito de Arabia Saudí viendo películas de vídeo alquiladas. Aquel era mi único entretenimiento. ¡Me encantaba! Y mi madre fue siempre una gran influencia en mi vida. Es una mujer muy fuerte. Nunca se sometió de la forma en que solían hacerlo las mujeres. Ella iba a la escuela con un velo muy ligero. Era especial. Aprecio sobre todo que me inculcara el gusto por el desafío. Ahora entiendo muy bien lo que significa desafiar a toda una cultura y tratar de ser una misma.

Su padre, además, es poeta. ¿Fue eso lo que encauzó su carrera artística?

–Me gustaría decirle que sí, que quería seguir los pasos de mi padre, pero lo cierto es que mis padres querían que yo fuese médica. Sin embargo, no aprobé los exámenes de ciencias. Luego se decantaron por la Ingeniería, pero nunca me he llevado bien con el cálculo. Las matemáticas no eran lo mío. Después mi madre me dijo: “Hija, tienes que ser profesora”. Y fue entonces cuando me decidí por la literatura. Y es algo que agradezco mucho porque en Arabia Saudí no es muy habitual estar expuesto a una cultura universal. Esto expandió mi mentalidad y me otorgó un pensamiento crítico que me ha permitido ser quien soy y encontrar mi propia voz. En cuanto a la poesía, me hubiera gustado escribir y ser como mi padre, pero en ese campo fracasé. ¡Qué se le va a hacer! No tenía el talento suficiente.

Por lo que cuenta, la suya debe de ser una familia muy atípica en su país.

–Mis padres no hablan inglés y, sin embargo, insistieron en que yo viajara para aprender inglés. Esa era una actitud bastante liberal en aquella época. Siempre se empeñaron en fomentar mi educación. Nunca me hicieron sentir que yo debía aspirar a menos cosas por ser una mujer. Nunca me discriminaron respecto a mis hermanos de ninguna forma. Si vives con esa actitud en casa, tienes un gran espacio para crecer. Pero, claro, fuera de casa, en la sociedad, en la escuela, las cosas eran completamente distintas. Una mujer era una ciudadana de segunda clase. Pero tengo que decir que eso ha cambiado bastante en Arabia Saudí.

El cine ha dejado de ser ilegal en su país, pero su película, resumiendo mucho, es una historia de amor tormentosa entre una feminista obstinada (Mary Shelley) y un propagandista del ateísmo (Percy Shelley). ¿Cree que tiene posibilidades de que se estrene allí?

–Pues yo creo que sí, que la van a proyectar. Y no solo esta película. Muchas otras también. La mentalidad está cambiando, aunque obviamente no se estrena todo. Quizás corten escenas de mi película, como por ejemplo los besos. Pero creo que sí, que se estrenará. Editada, recortada, pero se estrenará.

¿No está sorprendida de haber conseguido el permiso de las autoridades saudíes para rodar un guion como ese?

–Pues sí, no se lo voy a negar. Ha sido una gran sorpresa. Yo siempre trato de ser muy respetuosa con la cultura y las tradiciones, pero aquí quiero contar la experiencia de una mujer que se mete en política y eso puede resultar muy polémico en Arabia Saudí. Pero la han aprobado y eso es maravilloso. Me encanta que dejen a las mujeres desarrollarse, crecer, que nos permitan tener más protagonismo.

Recientemente hemos visto ciertos signos de apertura por parte del régimen saudí, como el de reabrir los cines o el de permitir a las mujeres que conduzcan. ¿Qué futuro imagina para las mujeres de su país?

–Tienen un gran futuro por delante. Para empezar, poder conducir les da independencia y libertad de movimiento. También pueden aspirar a un trabajo que les dé independencia económica. Pero tampoco debemos engañarnos: Arabia Saudí es un país de Oriente Medio que sigue teniendo un problema enorme con las mujeres. Vivimos un momento de lucha. Hay muchos ámbitos en los que las mujeres tienen que entrar, pero la resistencia al cambio sigue siendo muy fuerte. Debemos conseguir que la mentalidad cambie y superar todos estos problemas. Sé que ahora mismo no estamos en una situación ideal, pero creo que estamos en el buen camino.

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