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En busca de Aztlán

El doctor Edgardo Moreno nos ofrece un recorrido por algunas de las teorías del origen del poblamiento de América a partir de recientes investigaciones científicas.

Fue después de las Guerras Floridas (1456 d.C.), cuyo propósito era la captura de esclavos para ofrecer sacrificios en honor al dios Huitzilopochtli, que el estado Mexica logró su mayor prosperidad. Tenochtitlan, la capital de los mexicas, con cerca de 300 mil habitantes, había alcanzado un poderío militar y económico formidable y un esplendor artístico y arquitectónico sin precedentes.

Cuenta la leyenda que el entonces emperador de los mexicas, Moctezuma Ilhuicamina, y su consejero Tlacaélel se dieron a la tarea de hallar el sitio de origen del pueblo mexica llamado Aztlán, o “el lugar de las garzas”. Aztlán se pensaba muy al norte, y se concebía como una especie de paraíso terrenal, libre de enfermedades y de muerte; en donde la caza y la pesca abundaban y el maíz crecía sin necesidad de sembrarlo.

Tlacaélel, autor de la reforma ideológica más importante en la era de los mexicas, organizó a una caravana comandada por sacerdotes, quienes debían seguir el recorrido marcado en los códices. Estos libros plegados narraban cómo los aztecas de Aztlán -sus ancestros- habían llegado al lago de Texcoco para  fundar Tenochtitlan. Según el mandato divino de Huitzilopochtli, los peregrinos debían establecerse en aquel lugar en donde vieran un águila posada en un nopal con una serpiente entre las garras.

La caravana tenía como misión llevar, plumas, chocolate y telas preciosas a los señores de Aztlán, y contarles sobre las glorias de Tenochtitlan. Así, la comitiva mexica marchó siguiendo la ruta grabada en los códices. Sin embargo, los papiros no precisaban el rumbo después de Tula. Desconsolados, los viajeros invocaron la ayuda de Quetzalcóatl -la serpiente emplumada-, deidad de la ciudad de Tula, quien conmovido,  los convirtió en pájaros para que pudieran salvar los obstáculos y llegar a Aztlán.

Los señores de Aztlán, recibieron a los visitantes mexicas con alegría, y los llenaron de favores y de regalos que debían entregar de vuelta a los gobernantes de Tenochtitlan. A su regreso, los sacerdotes entregaron las ofrendas y narraron a Moctezuma y a Tlacaélel sus aventuras, pero ninguno de ellos pudo precisar el lugar en donde estaba Aztlán, ya que tras pasar por Tula, Quetzalcóatl les había borrado la memoria.

Con la misma entereza de Tlacaélel y los sacerdotes mexicas, los antropólogos, arqueólogos, lingüistas y genetistas de ahora investigan el origen y las rutas que siguieron los antiguos pobladores, así como los asentamientos y el desarrollo de las culturas de la América precolombina.

Los estudios genéticos comparativos entre diferentes poblaciones indican que los nativos americanos -llamados amerindios- provienen de un grupo humano que vivía al este del río Yenisei, un área que va desde la franja de Altai hasta el lago Baikal, en la frontera entre Rusia y Mongolia en Asia Central. Se propone que esos migrantes llegaron a América por un territorio de mil kilómetros de ancho llamado Beringia, el que se formó durante la última glaciación cuando el nivel del mar bajó. Este proceso inició hace 110 mil años y terminó hace 12 mil años. Beringia abarcaba un área que iba desde el oeste del río Lena en Siberia hasta el este del río Mackenzie en Canadá.

Durante el siglo XX la teoría que predominó fue el llamado “Consenso de Clovis” la cual propone que todos los pueblos de América provienen de la cultural primigenia Clovis -llamada así por el primer sitio arqueológico descubierto en Nuevo México en 1929-. El Consenso de Clovis plantea que hace 13.000 años, al término de la última glaciación, tribus provenientes de Asia llegaron a Alaska caminando por el estrecho de Bering para luego marchar hacia el sur por un corredor libre de hielo que pasaba por la vereda del río Mackenzie y que limitaba al este con las Montañas Rocosas en Canadá.

La cultura Clovis  se caracterizó por fabricar puntas de lanza, flechas y hachas de piedra, así como sofisticados abalorios de marfil. Los clovis eran hábiles cazadores y recolectores. Se han encontrado puntas de lanza y flechas clovis dentro de fósiles de mamuts, mastodontes, bisontes, camellos y caballos, prueba de que los clovis depredaban a la megafauna americana. Incluso, hay evidencia de que fueron estos habitantes los principales responsables de la extinción de la megafauna nativa de Norteamérica.

A pesar de su injerencia, existen suficientes pruebas que demuestran que los clovis no fueron los primeros americanos. Una de ellas argumenta que el corredor propuesto para las primeras migraciones, el que pasa por la vereda del río Mackenzie, en realidad era un sitio agreste que no permitía el paso de animales como los bisontes y menos el de los humanos de entonces. Además, se han encontrado asentamientos humanos de hace 14.500-18.500 años cerca de Puerto Montt en Chile, en un sitio llamado Monte Verde. Más recientemente, en el río Bluefish, al norte de Yukon en Canadá, cerca de la frontera con Alaska se encontró un sitio arqueológico con evidencia de ocupación humana de hace 24.000 años.

Un hallazgo destacado cerca del río Sun en la región central de Alaska, fue el llamado  “niño de Beringia”, cuyos restos fueron encontrados en un asentamiento de hace 25.000 años de antigüedad. La evidencia genética obtenida de esos restos y los modelos demográficos, indican que los beringios estaban relacionados con los ancestros de los amerindios. También sugieren que el flujo de asiáticos a Beringia persistió hasta hace unos 25.000 años. Además, hay otros sitios arqueológicos en la costa del este de los Estados Unidos, en México y en Sudamérica que comprueban que existieron poblaciones que tienen entre 14.000 y 25.000 años de antigüedad. Aunque hay reclamos de asentamientos aún más antiguos, estos requieren evidencia científica contundente.

La propuesta más aceptada para explicar la dispersión de los amerindios es el “Modelo de incubación en Beringia”. Esta hipótesis propone que debido a cambios climáticos locales, los migrantes de Asia oriental que llegaron a Beringia hace unos 36.000 años quedaron atrapados en un valle que limitaba al oeste con los glaciares de la cordillera Verkhoyansk en Siberia y al este con los glaciares de las Montañas Rocallosas, en Canadá.

Allí, los habitantes de Beringia permanecieron entre 10 y 20 mil años en un ambiente de tundra, hasta que los glaciares se retiraron y el nivel del mar creció, con lo que cerró el paso para Asía. Esto le permitió a los beringios migrar al sur, “bajar” por la costa del Pacífico, llegar a Oregón y a California, para luego dispersarse al este, al norte, y al sur del continente americano. Fueron los beringios los que finalmente se ramificaron, dando origen a todas las culturas amerindias, incluyendo a los mexicas, también conocidos como aztecas; aunque la mitología hace distinción entre estos dos nombres.

El relato es que los viajeros aztecas de Aztlán se establecieron en Tula por varios años. Entonces surgió una disputa: los seguidores de Huitzilopochtli querían irse, mientras que los de Coyolxauhqui, la hermana de Huitzilopochtli, querían quedarse. En la batalla que siguió, los adoradores de Huitzilopochtli ganaron y cambiaron su nombre a “mexicas”. Es por eso que al pie del Templo Mayor, en el centro de México, descansa la escultura del cuerpo desmembrado de Coyolxauhqui, símbolo de la derrota de los aztecas y de la preeminencia de los mexicas hasta la llegada de los conquistadores españoles, el 18 de octubre en 1519.

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