Suplementos

Elemental, mi querido lector

El oficio de escritor suele ser descrito por los autores según su particular ángulo creativo.

Mis libros

Arthur Conan Doyle

Ensayos sobre lectura y escritura

Traducción de Jon Bilbao

Ed. Páginas de Espuma

2018

El oficio de escritor suele ser descrito por los autores según su particular ángulo creativo. Los hay que optan por aparecer envueltos en un aura de misterio, mientras otros, como el escritor británico Arthur Conan Doyle (1859-1930), simplemente se presentan laborando en el taller de la escritura con el mono de trabajo. Él cuenta cómo el autor, un ser de carne y hueso, desempeña un oficio, se esfuerza por reunir información, rellena cuadernos y cuadernos con apuntes. Luego, viene el redactar la obra, y una vez terminada aparecen los azares de la publicación, el contacto con los editores, la zozobra de saber si la obra alcanzará el éxito. Manera distinta, como digo, de quienes viven la escritura como un acto de pura creación artística; la inspiración, las musas, traen en volandas las palabras, y el artista las moldea auxiliado por su talento personal e individual.

Conan Doyle se hizo famoso tanto por sus excelentes novelas históricas, entre las que destaca La compañía blanca (1891), como por las protagonizadas por Sherlock Holmes, quien junto con Watson forma una pareja de detectives universalmente conocidos. Este libro presenta una faceta suya poco conocida, la de crítico. Comenta aspectos de la creación bien sabidos, como que los libros no se escriben solos, y que el elaborar un texto, un manuscrito, el famoso borrador silvestre de Juan Ramón Jiménez, cuesta tiempo y esfuerzo. Lo interesante es, sin embargo, la persona, la figura del narrador aquí retratada, el escritor que fue médico, y que dedicó una parte importante de su vida a desempeñar su profesión. Doyle era un “atleta robusto y alegre, en absoluto la imagen habitual del hombre de letras” (pág. 59), un ser práctico, que le gustaba trabajar con las manos, en el quirófano o en el barco ballenero donde ejerció de médico. Su destreza valió para que le ofrecieran un puesto de responsabilidad, el de arponero, el cazador del cetáceo. El capitán del barco reconoció en Doyle a un hombre con habilidades naturales, alguien capaz de lanzar el arpón sin fallar, destreza necesaria para mantener la salud económica del armador. Quizás aquí reside la fuerza de su personaje Sherlock Holmes y de su pareja, el doctor Watson, que presenta a hombres que no son unos soñadores ni unos intelectuales, sino personas sumamente inteligentes y habilidosas. Holmes sabe emplear sus poderes de deducción para resolver complicados misterios y crímenes, que conoce de la vida. Ayudado por el doctor Watson, que no solo es un hombre con brillantes ideas, sino alguien con la capacidad de entender la importancia de la presión arterial o cómo hacer un nudo marino.

En este complejo vademécum del escritor, Doyle menciona siempre a sus maestros con reverencia: Walter Scott, Stevenson, Dickens… Subraya la mencionada necesidad de leer, de estudiar, de tomar notas antes de escribir. Luego, relata sus experiencias y los momentos importantes de su vida, lo que supuso para él trabajar de médico en un ballenero, un viaje que hizo a Estados Unidos, país del que quedó prendado para siempre. Comprendió la grandeza de aquel país que luchaba por encontrarse. Es curioso, que mencione los problemas que debían superar, “los peligros de las grandes compañías […] de los multimillonarios”. Parece que el tiempo no pasa.

Una buena parte del libro va dedicado a su personaje Sherlock Holmes, y sobre él ofrece una considerable información respecto de su carácter, su espacio vital, y lo verdaderamente curioso, sobre el personaje que tantos lectores tomaron como ser real, que cuando retira al personaje se ofrecieron a ayudarle. Hay una advertencia para escritores noveles, en las primeras páginas, de enorme interés: “la sal que preserva un libro del deterioro es la exactitud de lo contado”.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido