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El verdadero feminismo

En medio de los comicios electorales de 1914, una joven mujer se mira al espejo de su tocador y recapacita

En medio de los comicios electorales de 1914, una joven mujer se mira al espejo de su tocador y recapacita: “Setenta y cinco mil votantes dice La Información que hay en el país…! Todos esos votantes son para don Máximo [Fernández], don Rafael [Iglesias] o el Doctor [Carlos Durán]. Y ni uno para mí que soy más bonita que ellos”, se lamenta.

Así, la caricatura de portada de la revista Ecos (19 julio de 1913) retoma el tópico de la próxima elección presidencial: la primera en el país con voto directo. En la reforma de mayo (1913), el Congreso había establecido el voto directo para la población masculina adulta casi en su totalidad (lo que explica la relevancia del número de votantes) y desecha el voto secreto y también el femenino. Aunque las luchas -numerosas y arduas- por el sufragio femenino habían iniciado en 1890, será en 1949 cuando se apruebe este derecho. Es decir, 59 años después la mujer asume su condición de ciudadana: el 30 de julio de 1950 vota por primera vez.

La caricatura convoca e interrelaciona tres textos, asociados a la imagen de la joven que se mira en el espejo: los votos electorales, que remiten a la reforma electoral y las luchas sufragistas; el tema amoroso, a partir del ícono de Cupido -dios mitológico del deseo amoroso-; y “el verdadero feminismo”, titular de la caricatura y por ello, guía de lectura.

Así, el espejo le permite a la joven autocontemplarse, pero también reflejar el universo: la Costa Rica de 1913. El espejo convoca su mirada y simbólicamente la de la mujer; asimismo la mirada masculina: la de su autor, Paco Hernández, y la de los lectores de aquel semanario, nacido para intervenir en la contienda, como muchos otros.

El sufragio femenino

En la Costa Rica de aquellos años, la prensa muestra el impacto del movimiento feminista y sufragista extranjero; difunde notas relacionadas con su auge, las reformas electorales y el sufragio femenino en el país, y sobre sus temidas repercusiones en la sociedad patriarcal costarricense; además de las reivindicaciones feministas y la figura de mujeres sufragistas o feministas, como Ángela Acuña Braun (1888-1983), quien, en aquel glorioso 1950, recordará el “árbol de feminismo que planté en mi tierra y que se cubre con abundosos frutos”.

Durante su estadía en Europa (1906 – 1910), Ángela Acuña se identifica con el movimiento feminista y sus luchas por los derechos ciudadanos de las mujeres. “Al emprender mis luchas emancipadoras, en el año 1912 comprendí, con visión clara, que si el voto no resumía toda la doctrina feminista, era en realidad el motor capaz de poner en movimiento conquistas futuras (…) la emancipación familiar, intelectual, civil y económica no podrían conseguirse fácilmente sin haber antes obtenido la política”, señalaría más tarde (Prada, 2005: 168).

Con el fin de iniciar la lucha, gestionó su matrícula en el Liceo de Costa Rica, “colegio de varones, aclaró Ángela, pero donde únicamente podía obtener, en San José, mi Bachillerato en Humanidades”. Si bien desde 1888 el Colegio Superior de Señoritas instruía al “bello sexo”, lo hacía dentro de un concepto de educación “doméstica”: para ser esposa, madre y ama de casa.

En diciembre de 1912, al convertirse en la primera mujer Bachiller graduada en el país, Ángela Acuña abrió la senda a una educación igualitaria: “El talento, como el saber y como la gloria, no tienen sexo”, dirá en 1920 (Calvo, 1989: 98). “No hay sexo superior: hay hombres y mujeres de todos los países que saben ennoblecerlo y distinguirlo…”, proclamará en su discurso ante el Consejo de la Organización de Estados Americanos en calidad de primera mujer Embajadora, en 1958 (Calvo, 222).

Al ejercer su derecho a educarse para servir a la patria (como los estudiantes del Liceo de varones), Ángela incidió en la función asignada a la mujer, restringida al ámbito hogareño. Invitada por el Ateneo de Costa Rica en 1912, con solo 24 años, habló sobre “el papel que a la mujer corresponderá desempeñar en la sociedad moderna, como elemento activo de ella”:

“La campaña por el derecho social de la mujer, que iguala su destino humano al del hombre, está iniciada vigorosamente en los grandes centros intelectuales (…) Hablo de la independencia del espíritu, por el cultivo de las facultades mentales, y del concurso que la mujer haya de prestar al régimen social, como miembro activo de la colectividad humana. El día que haya logrado este fin, habrá resuelto el problema de su vida y de su destino, y derribado las barreras que las generaciones todas habían levantado para encerrarla en un círculo estrecho, que los egoísmos actuales llaman pomposamente santuario del hogar y que los griegos designaban con el nombre galante de gineceo” (Cordelia, #4, nov. 1912).

Asimismo, Ángela es la primera mujer graduada en la Escuela de Derecho del país. Inició sus estudios en 1913 y recibió su Bachillerato en Leyes en 1916. Aunque no podía ejercer el derecho al voto, en 1913 dio su adhesión al Dr. Durán y al partido Unión Nacional y lo acompañó públicamente.

 “El verdadero feminismo”

Procedente de España y recién llegado al país, Paco Hernández debe de haber conocido las luchas feministas europeas y en Costa Rica, los recientes logros de Ángela comentados ampliamente en la prensa. El rostro y la mirada inquisitiva –inteligente- de la mujer del retrato se asemejan extraordinariamente al de la futura abogada.

Más allá de Ángela, el dibujo concentra los atributos de la mujer propios del canon patriarcal: joven, blanca y bella. Asimismo, remite al arquetipo de la mujer latina: cabello oscuro, cintura delgada y caderas amplias.

Coqueta y seductora, “Ella” aparece dibujada dentro del espacio femenino para acentuar la necesidad de ser bella y atraer la mirada. Una guirnalda de laurel, adornada con simbologías amorosas, encierra a la mujer en su tocador y enmarca la estampa como un medallón. La corona proclama su triunfo.

Pese a su belleza y a su afán por serlo, Cupido descansa de su labor de arquero. De espaldas a la joven, el niño alado repite el juego de espejos y exhibe su indiferencia hacia el amor y el matrimonio, fin supremo de la mujer. Sentado en la cinta a ambos lados de la corona, también lee atentamente.

Así, la imagen refleja el “verdadero” feminismo: más allá de los derechos civiles, el sufragismo amenaza la visión patriarcal de la familia. El voto femenino lleva aparejado cambios en la feminidad y en el papel “propio” de la mujer: mirada indagadora, belleza física, vestimenta y pose seductoras amenazan a la mujer virtuosa y hogareña exigida por la sociedad patriarcal.

Por otra parte, al apoyarse en su belleza, el razonamiento de Ella ratifica la pregonada incapacidad para ejercer el voto. El discurso patriarcal se parapeta tras ella: la caricatura se opone en forma “natural” al derecho femenino al sufragio y respalda las afirmaciones de Ricardo Jiménez: “la mujer, por su organización cerebral, es un ser esencialmente sensible y apasionado y por lo mismo es incapaz de guiarse por la idea de justicia, que es la base del buen gobierno de los pueblos. (…) el hogar doméstico y no la plaza pública es el lugar propio para el ejercicio de las actividades femeninas… [La mujer] no debe compartir con los hombres el poder público” (Quesada, 1989: 83). Años más tarde, ante la petición de Ángela Acuña como presidenta de la Liga Feminista –el primer grupo significativo en el país-, un periodista del Diario de Costa Rica, acotará burlón: “no pueden votar las mujeres, los niños y los locos” (7 nov. 1923).

Aquel dibujo de 1913, hoy documenta las luchas de mujeres como Ángela Acuña y Yadira Calvo. La primera fue galardonada en 1982 como Benemérita de la Patria y la última, admiradora de la primera, con el Premio Nacional de Cultura Magón 2012 por su defensa de la equidad de género. Hoy sus voces continúan escribiendo la historia del verdadero feminismo y reinterpretando el lenguaje verbal y visual de la sociedad patriarcal.


Calvo, Yadira. Ángela Acuña, forjadora de estrellas. ECR, 1989

Prada Ortiz, Grace. Mujeres forjadoras del pensamiento costarricense. EUNA, 2005.

Quesada Camacho, Juan R. “La democracia costarricense y su discurso”. En Herencia, vol. 1, #2, 1989.

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