Suplementos Gustavo Guerrero

“El reto del futuro es definir la relación entre literatura y nación”

El ensayista y crítico venezolano, consejero literario de literatura hispanoamericana en la editorial francesa Gallimard,

El ensayista y crítico venezolano, consejero literario de literatura hispanoamericana en la editorial francesa Gallimard, reflexiona en Paisajes en movimiento (Eterna Cadencia) sobre los cambios sufridos por la literatura latinoamericana en el cambio de siglo y sobre los retos que plantea el futuro.

Es posible que a muchos no les suene el nombre de Gustavo Guerrero (Caracas, 1957), profesor universitario, crítico literario y ensayista, pero por sus manos ha pasado en las últimas tres décadas lo más granado de la literatura en español. No en vano, Guerrero ocupa desde 1990 el puesto de consejero literario para el ámbito de la lengua española en la editorial francesa Gallimard, por lo que desde hace más de tres décadas asiste desde una posición privilegiada a los procesos de internacionalización de la literatura española y latinoamericana, en los que París ha desempeñado un papel fundamental. En un intento de racionalizar los profundos cambios sufridos por el mundo literario en los últimos años, Guerrero, Premio Anagrama de Ensayo 2008 con una obra sobre Cela, publica Paisajes en movimiento. Literatura y cambio cultural entre dos siglos, un compendio de tres ensayos en los que reflexiona sobre las evoluciones y revoluciones en las letras hispanoamericanas de las últimas décadas buscando continuidades y disrupciones entre el ahora y el pasado reciente a la vez que plantea una hoja de ruta para el futuro.

Aborda este tránsito entre los dos siglos desde tres perspectivas: tiempo, mercado y nación, ¿por qué elige esta tríada?

–Son tres debates claves que se dieron entre los 90 y los 2000 en los cuales participaron todos los ámbitos del libro: el sector editorial, el circuito de los escritores y críticos y el ambiente universitario, muy activo en América Latina. Esto demuestra la importancia de estos temas en ese cambio de siglo.

Habla de la preponderancia del presente en la actualidad, que hace, por ejemplo, que la poesía ya no tenga el peso que disfrutó en el siglo XX. ¿Cómo afecta esta “sociedad del presente” a la literatura?

–La literatura, como muchas de las artes del siglo XX, vivió como arte moderno una dictadura del futuro, y ha habido como un reajuste paulatino de todo esto. Las artes han tenido que aprender a finales del siglo XX tanto a ser lenguajes del presente como a reformular nuestra relación con el pasado. En la actualidad todas las prácticas de la reescritura y recreación del pasado, las estéticas de la repetición, están emergiendo de una manera cada vez más fuerte, creando potentes tensiones con los derechos de autor. Son conocidos y paradigmáticos los casos de Fernández Mallo y Katchadjian con Borges, dos ejemplos de hacia dónde va la literatura, que avanza hacia el punto extremo de reescrituras que sean textualmente los libros que ya existen, como el “Pierre Menard” del propio Borges.

Particularmente en Latinoamérica tiene mucho peso esa relación con el pasado, ¿cómo nos apropiamos de él y dónde está la frontera entre historia y literatura?

–La relación con la historia es un tema tradicional en la literatura latinoamericana desde principios del siglo XX, sí, pero ahora ha ido adquiriendo un peso específico distinto porque el pasado se nos ha alejado un poco. Esa alteridad del pasado, su posición distinta, hace que los escritores que trabajan sobre la historia, como Juan Gabriel Vásquez o el mexicano Luis Felipe Fabre, exhiban el archivo con el que están trabajando un tema histórico. Muestran que para pensar el pasado hay que pasar por otro tipo de mediaciones. Ya no se trata de romper con ese pasado ni de hacer pastiches con él, como hacía la posmodernidad, sino de inventar nuevas maneras de relacionarse con ese pasado a través de la escritura, y allí, la reescritura nos ofrece un abanico de posibilidades tan amplio hoy como lo fue la originalidad en su momento.

UN PUENTE PENDIENTE ENTRE DOS ORILLAS

Entrando en el tema del mercado, habla usted de la creciente sobreproducción de libros, ¿por qué estamos en este punto?

–Por un lado, la digitalización de todos los procesos de edición ha facilitado la producción a nivel técnico, lo que implica el aumento de libros. Pero la calve es que el libro como producto masivo se ha convertido ahora en un objeto cuantitativo. Se utiliza para ocupar un espacio, y esa ocupación del espacio es uno de los ejes de las políticas editoriales de los grandes grupos. Actualmente, la batalla cultural es por la visibilidad, hay demasiados productos culturales. Prima la cantidad frente a la calidad.

Hablando del sector editorial, en los 90 se creyó en la posibilidad de unificar el mercado de ambas orillas y hubo un intento intenso de concentración editorial, ¿por qué fracasó este empeño?

–Hubo un gran voluntarismo y un proyecto ambicioso por parte de Alfaguara. Pero tengo la impresión de que las condiciones de los 60 y 70, las del boom, cuando se creó una comunidad de lectores en ambas orillas para la novela latinoamericana, no se repitieron en los años 90 a pesar de la voluntad que el proyecto global de Alfaguara puso en estimular la circulación del libro. Se trató de recrear aquel mercado, pero se fracasó porque creo que hubo una subevaluación de las dificultades que presentaba reconstruir esa comunidad de lectores, tanto desde el punto de vista político y de la circulación fiscal del libro, como de los mismos lectores. La literatura, desgraciadamente, sigue apareciendo hoy como algo menos accesible que las telenovelas o la música, que ya entonces, y también ahora, circulaban fluidamente entre España y América.

Ahora que la globalización ya es el hecho consolidado que apuntaba en los 90, ¿es quizá el momento de intentarlo de nuevo?

–Se está intentando, pero de manera un poco más gradual. En los 90 todos éramos muy optimistas en todos los ámbitos y hemos aprendido a ser más prudentes. Se está haciendo de abajo para arriba, con pequeñas editoriales como Eterna Cadencia, Sexto Piso, Periférica y otras que distribuyen en América Latina. Las grandes como Anagrama también están ahí, por supuesto. Pero el objetivo es consolidar primero los públicos locales y después ir de lo local a lo global, y no al revés, lo que fue uno de los errores en su día. Sigue existiendo, sin embargo, la ambición de crear ese mercado, capítulo destacado en nuestros programas de cultura hispanoamericana para el siglo XXI.

En oposición a la concentración, han surgido en los últimos años multitud de editoriales pequeñas como estas que comenta, ¿qué ha supuesto este cambio de paradigma para la literatura?

–Esas editoriales pequeñas llevan tiempo reivindicando una legitimidad literaria específica, diciendo: “la literatura somos nosotros”, lo que relanza el debate sobre donde está hoy el valor de lo literario. Las pequeñas editoriales han venido a cumplir el papel que durante el siglo XX tenían las revistas literarias, se han convertido en portavoces de posiciones políticas y estéticas, algo que los grandes grupos, demasiado preocupados por las cifras de ventas, dejaron de representar. Y así, fuerzan a los grandes a tratar de recuperar cierta aura literaria, les obligan a mirar las cosas de otra forma y a incluir a autores de calidad, como por ejemplo, Vila-Matas en Seix Barral o César Aira en Penguin Random House.

PARÍS, OCASO LITERARIO

Ya que hablamos del mundo editorial, usted lleva más de 30 años siendo editor de Gallimard, ¿cómo ha vivido estos cambios?

–Por mi puesto como editor de literatura española y portuguesa pude ver de cerca la evolución de todos los proyectos y he acompañado a muchas de estas editoriales pequeñas desde su nacimiento, como a Eterna Cadencia, Sexto Piso o Páginas de Espuma, porque Gallimard durante muchos años fue abanderada de la edición independiente en Francia. Todavía hoy trata de seguir siendo una editorial que defiende una idea específica de la literatura. Lo más importante ha sido la evolución en la manera de componer los catálogos entre los 90 y la actualidad, que ha sido positiva para la calidad. Hoy las editoriales literarias buscamos un perfil de lector mucho más específico y raro, que compra en librerías independientes. Por eso es tan importante mantener el precio fijo del libro, como ocurre en Francia y México, lo que también es un freno a las políticas neoliberales.

París siempre ha sido clave como punto de expansión de la literatura latinoamericana, e incluso española, ¿ha decaído un poco ese papel?

–Sí. Hasta los 80 París fue una de las grandes vitrinas de la edición mundial. Hoy lo es menos, aunque no ha dejado de serlo de todo, porque un autor traducido del español al francés tiene sin duda muchas más posibilidades de ser traducido a otros idiomas europeos. Una traducción francesa sigue siendo un signo de valor para un título, pero París ya no dicta la pauta de lo que hay que leer o no leer. El mundo anglosajón ha ganado terreno, con premios como el Man Booker, pero tiene la gran desventaja de que es un mercado que apenas traduce, por lo que su influencia es muy ombliguista. En los últimos años ha habido un proceso de concentración del libro extranjero hacia las traducciones del inglés, que cada vez cobran más espacio en detrimento de otros. Por ejemplo, en español el volumen de traducciones ha caído en el último lustro en un 18%.

En el catálogo de Gallimard tienen a todos los grandes de la literatura latinoamericana, de Borges a Vargas Llosa. ¿Cuáles serían sus herederos?

–Es difícil hoy en día encontrar herederos para esa generación latinoamericana. Hay escritores de mucha valía entre las generaciones más recientes, pero tengo la impresión de que van a tardar mucho más tiempo en hacerse clásicos, algo que Vargas Llosa ya era con 30 años, prácticamente. Creo que el tiempo de reafirmación y maduración de estos escritores va a ser más largo. Si tengo que escoger dos nombres de la generación siguiente serían dos escritores fallecidos no hace mucho, Sergio Pitol y Ricardo Piglia, dos figuras ya canónicas en Latinoamérica, pero ya más jóvenes me es imposible. Y en poesía destacaría a Juan Gelman, que yo mismo he incluido en el catálogo de Gallimard.

REDEFINIENDO LA COMUNIDAD

Este tránsito entre dos siglos que analiza, ¿ha finalizado ya o en qué punto nos encontramos de cara al futuro?

–Estas tres cuestiones van a conocer otras evoluciones en los años por venir. En el caso del tiempo, pienso que la manera en la que está marcando a la literatura contemporánea se traduce en todas las crisis de la estética de la originalidad y a la tensión que se crea con el pasado, como una forma de abrir ventanas dentro de este presente que lo quiere devorar todo. Con respecto al mercado, creo que hemos llegado a una situación de compromiso entre las pequeñas y las grandes, pero estos equilibrios son frágiles.

En lo tocante a la nación, no ha terminado el proceso de transformación y creo que es el momento más preocupante de todos, porque la crítica a lo nacional que se hizo en los años 90 se hizo a partir de la globalización, y no tuvo en cuenta a toda la gente que hoy en día ha encontrado en los viejos valores nacionales un refugio para afirmarse. El problema en la relación entre literatura y nación es dónde se va a situar hoy la primera como generadora de comunidad. Las literaturas nunca van a ser nacionales en el sentido nacional del término, pero lo que hay que saber es dónde se van a posicionar los escritores y en qué tipo de comunidad piensa la literatura que escriben.

Tomado de El Cultural



 

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