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El remedio y la enfermedad

El daño dejó de ser colateral, parece que el verdadero padecimiento al que nos precipitamos es una crisis socioeconómica global de dimensiones insospechadas e incontrolables.

El daño dejó de ser colateral, parece que el verdadero padecimiento al que nos precipitamos es una crisis socioeconómica global de dimensiones insospechadas e incontrolables. Si el terremoto hizo daño, la ola del tsunami que provocaron las medidas de contención puede ser aún más devastadora.

Está claro, según se desprende de lo que explican reiteradamente los científicos, que el virus no mata, sino que es la reacción del mismo organismo huésped, exagerada, que produce procesos inflamatorios que resultan mortales. Esto parece una metáfora de lo que ha ocurrido con las sociedades y sus gobiernos. El sistema inmunitario no piensa, reacciona, funciona axiomáticamente, pero de los gobiernos sí se espera que sean sensatos y racionales, pero la pregunta es si cuenta con los recursos para hacerlo.

El virus, sin duda, existe, se propaga desesperadamente por el mundo, migra intentando sobrevivir en los cuerpos en los que se aloja. Pero parece que la respuesta inmediata de los gobiernos ha sido aislar a las personas y no al virus. Al no existir vacunas, la única forma de combatir el SARSCov2 está en los sistemas de defensa de los mismos humanos, pero estos no la podrán desarrollar si no se exponen al virus. Aunque a simple vista esto parece una paradoja, no lo es. Mientras las decisiones políticas de los gobiernos sí parecen serlo.

El informe de la GPMB (que reúne a la OMS y el Banco Mundial) A world at risk (https://apps.who.int/gpmb/assets/annual_report/GPMB_Annual_Report_Spanish.pdf), presentado en setiembre de 2019; es decir, tres meses antes del origen de la pandemia, daba cuenta de manera detallada e inquietante de lo que vendría. Pero no logró disparar alarmas, ni siquiera cuando ya el problema había saltado en Wuhan, de que cuando China estornuda, todo el mundo se resfría.

Un buen sistema de salud pública no consiste en la capacidad de atender de forma inmediata y eficiente a una crisis más o menos severa, sino en una cultura de solidaridad que conozca las vulnerabilidades y necesidades de toda la población.

La información crack

La humanidad se quiere alejar del mal, se lava las manos, se confina en su casa, mira al mundo con temor a través de una pantalla. El miedo favorece la sumisión y se nutre de la desinformación. Es una sociedad regida por adictos a la información, pero de una información que es como el crack, de consumo accesible y efecto inmediato, aunque no duradero, lo que hace que el adicto vuelva pronto por más, pero siempre de efecto inmediato y dosis pequeñas. El mensaje corto, sensacionalista, de asimilación inmediata y altísima transmisibilidad es como una información crack sumamente adictiva.

Tendencia

Si los analistas de datos, como lo han demostrado, son capaces de predecir e incluso dirigir los comportamientos de una población aplicando algoritmos, ¿cómo es posible que no hayan utilizado sus destrezas para proteger a las sociedades incluso más poderosas?

No se necesita saber mucho de ciencias políticas para señalar que responder a una al inicio de una crisis con medidas draconianas es propio de la incapacidad política del gobernante y el resultado suele ser nefasto.

La sumisión con que una población acepta el confinamiento responde a su propio miedo, más que al liderazgo del gobernante.

Para satisfacer la demanda del adicto a la información, los medios de comunicación actuales acuden a la opinión del experto. Esta práctica ya venía imponiéndose en las narraciones deportivas, donde invitan a una persona que recita estadísticas, en vez de una persona que analice las estrategias, capacidades y destrezas de jugadores y directores técnicos.

En la crisis presente, mediante explicaciones expertas pero no científicas y la falacia de autoridad que eso conlleva, se sostiene un ambiente de incertidumbre en el cual el miedo se preserva.

Los exabruptos y ocurrencias son esperables cuando una población ha perdido la sensatez tras haber sido insuflada por el miedo, pero la aceptación y naturalización de esa conducta solo servirá para prolongar el estado de crisis.

Prohibido tocar

Ahora, cuando más solidaridad  necesitamos, ya no se puede hablar de tenderle la mano a alguien. El apretón de manos fue vaciado de contenido y el abrazo quedará como un gesto primitivo, mientras los besos son confinados a la intimidad. Lo más normal será sospechar del otro, mantener una distancia prudente, no hablar en voz muy alta y evitar los excesos de la risa.

El miedo a una amenaza invisible empieza a corporizar su objetivo. A algunos se les cayó la mascarilla y se sorprendieron con la ansiedad deleznable, tan lejos de la correspondiente contrición de un viernes santo, por conocer los reportes de muertos de Nicaragua.

Algunos millonarios, cuya edad los amontona en el grupo de riesgo, atienden ansioso una pronta vacuna que salve vidas y al neoliberalismo.

Los tres cerditos y el SARSCov2.

Como en la legendaria fábula, la pandemia del COVID-19 puso en evidencia los peligros de la falta de previsión en los países: uno vendió los activos del Estado para poder impulsar una dinámica económica competitiva basada en la venta de servicios; otro redujo el aparato estatal y se entregó al libre comercio y a regir su economía por el “sano ejercicio de la competencia”; el tercero se mantuvo austero, invirtió en sus instituciones sociales y trató de mantenerlas fuertes, aunque a muchos esto les parecía un gasto innecesario que atrasaba su desarrollo. Pero un día llegó al SARSCov2 y sopló, tosió y estornudó, y aún no sabemos cómo termina la historia, pero la moraleja del cuento la entiende cualquiera.

El eficientismo de la actividad

Algunas personas han sugerido la metáfora de que la sociedad parece haber funcionado como un gran sistema informático, por lo que ante la presencia del virus optaron por el reinicio o reset.

El humano se percata de que ha perdido libertad, aunque no precisa cuánta, en favor de obtener una mayor posibilidad de acción.

Entonces, se podrían aprovechar las medidas de excepción actuales para tomar medidas científicas más que morales o económicas y, por ejemplo, legalizar las drogas o establecer el control riguroso de la comida chatarra y los alimentos procesados que han provocado buena parte de la vulnerabilidad con que la pandemia sorprendió a la población.

En 2016 2,8 millones de personas en el mundo morían anualmente por obesidad según OMS. Lo hechos demuestran que no se le puede dejar al mercado que decida sobre comportamientos sociales que implican la salud pública.

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