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El regreso de un forastero

El tema del doble y su tratamiento literario no fue ajeno a la sensibilidad de Twain, autor de clásicos como Las aventuras de Tom Sawyer,...

44 EL FORASTERO MISTERIOSO

Mark Twain

Traducción de Esther Cross

Novela

Tusquets Buenos Aires

294 págs.

2018

El tema del doble y su tratamiento literario no fue ajeno a la sensibilidad de Twain, autor de clásicos como Las aventuras de Tom Sawyer, El príncipe y el mendigo o Las aventuras de Huckleberry Finn, entre otros títulos que lo consagraron como el padre de la literatura norteamericana. La alteridad, los cambios de roles, el gótico mundo de Missouri, con su humanidad dividida por la cultura blanca y la cultura negra, impregnaron sus experiencias y su literatura. Pero en esta historia intentó abordar el tema del mal, y hay que recordar sus decepciones morales, el progresivo rechazo a la religión y una serie de pérdidas familiares para comprender el empeño con que intentó narrar el regreso de satán en una clave paródica, híbrida de misticismo y picaresca, a lo largo de tres versiones distintas que lo ocuparon por trece años y dejó inconclusas en el momento de su muerte.

LAS VERSIONES

Samuel Langhorne Clemens adoptó su nombre literario del argot entre los pilotos que conducían los vapores por el Mississippi, oficio que desempeñó en su juventud. Los vapores necesitaban dos brazas de profundidad para navegar el río y son las dos marcas que indica el seudónimo de Mark Twain. Hijo de un juez que murió cuando Samuel tenía once años, comenzó a trabajar muy joven como tipógrafo, fue piloto de río, miliciano confederado, buscador de oro en Nevada, encontró la mayor fortuna en el periodismo y la escritura, fundó y fundió una editorial y perdió gran parte de su dinero detrás de patentar inventos científicos, pese a lo cual pudo rehacerse y pagar sus cuantiosas deudas.

En 1870 se casó con Olivia Langdon, perteneciente a una progresista familia de Nueva York involucrada con el abolicionismo, los socialistas y los derechos de las mujeres. Conoció el éxito, la celebridad y la dicha, y a medida que fue acercándose a la vejez, la muerte de dos hijos, la esposa, una pequeña nieta, lo llevaron a desear irse con el regreso del cometa Halley en 1910: “Vine al mundo con el cometa Halley en 1835. Vuelve de nuevo el próximo año, y espero marcharme con él”. Y así lo hizo.

Presbiteriano, con el correr de los años derivó a posiciones cada vez más críticas que se encargó de atemperar en sus conferencias públicas, pero se reiteran en los textos que dejó escritos. “Si nuestro Creador es todopoderoso para el bien o para el mal, no está bien de la cabeza”, escribió por la época en que trabajaba sobre The Chronicle of Young Satan, primera versión del regreso de un sobrino de Satanás al pueblo de Eseldorf, Austria, en 1590. El muchacho, con capacidad de predecir el futuro y de intervenir en el destino con soluciones radicales, sume a la aldea en una serie de tragedias colectivas mientras un sacerdote áspero y cruel, llamado Adolf, en nombre del bien multiplica los horrores.

Twain abandonó esa versión y volvió a intentar un regreso del sobrino de Satán, esta vez identificado bajo el nombre críptico de “Nº 44, Nueva Serie 864.962”. Lo puso a correr aventuras en Estados Unidos junto a sus ya célebres personajes, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, pero nuevas dudas lo indujeron a descartar esta versión conocida como Schoolhouse Hill y retomar el mundo austríaco medieval, hacia 1490, bajo el título 44 El forastero misterioso. Antiguo relato hallado en un jarro y contado a boca de jarro.

La versión quedó sin publicar al momento de su muerte y solo seis años más tarde, en 1916, con la anuencia de su hija Clara Twain, devota de la Ciencia Cristiana, el albacea, Albert Bigelow Paine recoció la primera versión y la última, suprimió el 25% del texto, adjudicó a un astrólogo los horrendos crímenes del cura Adolf y publicó la obra como El forastero misterioso. La versión original de Twain no se dio a conocer sino hasta 1969, por los académicos de la Universidad de California, y es la que regresa ahora en la edición de Tusquets.

LA PARODIA

La restitución del texto no despeja las dudas sobre si la obra debe ser considerada concluida o sin terminar. Son muchos los cabos sueltos en la trama y se diría que el interés se resiente en demasiadas páginas, en parte porque Twain optó por narrar una parodia delirante, y es de rigor que cuando puede ocurrir cualquier cosa, todo lo que ocurre no ocurre de verdad para el lector si no se sujeta a una lógica precisa.

Lo que tenemos es una novela de enredos en un castillo de Eseldorf, donde funciona una imprenta que debe confeccionar una partida de Biblias para unos monjes. Pero el arribo del joven 44, su aparente ingenuidad y, sobre todo, su escandalosa indiferencia frente a las reglas del sentido común, despiertan de inmediato el rechazo de la mayoría de los tipógrafos, que comienzan a desplegar toda clase de maldades dirigidas al misterioso personaje. Poco a poco 44 comienza a revelarle sus poderes al narrador de la historia, adjudicados subrepticiamente a un mago que integra la comunidad, y la trama se convierte en un aquelarre de mezquindades que ponen en juego la duplicidad del alma humana, su fragilidad moral y sus confusas justificaciones. El tono es picaresco, el humor es el de la sorna, y en su mayor pretensión Twain despliega una serie de especulaciones alrededor de la dualidad entre la conciencia y la vida de los sueños, el inconsciente y las pulsiones más recónditas, dando vida a personajes duplicados y al enfrentamiento de las dimensiones antagónicas de una misma identidad.

Lo que resulta indudable es que como Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, Twain tenía una percepción de las serias limitaciones del racionalismo para dar cuenta del destino humano, y dudaba de sus promesas, como de la fe religiosa que a fines del siglo XIX parecía languidecer. Solo que el inglés había dado en 1886 una obra concentrada que con el tiempo se haría emblemática, y él no lograba articular una percepción similar con el estilo ligero, provocador y bromista en el que había brillado. Lo intentó, es evidente, con el resto de sus fuerzas, sin mayor suerte. Como realización, la obra está malograda, pero aquí y allá emergen los destellos de la inteligencia y el talento que justifican la curiosidad.

Tomado de El país Cultural

 

 

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