Suplementos Yasmina Khadra

El libro como alfombra mágica

Yasmina Khadra (1955, Kednasa) publica La deshonra de Sarah Ikker (Alianza), el primer volumen de una trilogía que el autor va a dedicar a la ciudad de Tánger.

Yasmina Khadra (1955, Kednasa) publica La deshonra de Sarah Ikker (Alianza), el primer volumen de una trilogía que el autor va a dedicar a la ciudad de Tánger. El escritor en lengua francesa más traducido, exmilitar del ejército argelino, es uno de los autores más leídos y queridos del mundo. Quizá esa fascinación que despiertan sus palabras, allá donde vaya, viene del hecho de que escribe sin prejuicios, sin tapujos y lejos del academicismo que suele caracterizar el mundillo intelectual francés. Como dice Yasmina Khadra, seudónimo de Mohammed Moulessehoul, es “él mismo”.

“Yo soy siempre el escritor y el militar. No soy yo por un lado y Yasmina Khadra, que escribe, por el otro. Siempre soy el escritor llevado por mi vida y mi experiencia. Jamás he sentido la más mínima dualidad ni que tuviera que elegir”. Por eso, qué fácil es entrevistar a este hombre que te mira a los ojos y cuyo francés es impecable, lleno de ideas profundas y con sentido.

Desde los años ochenta, en los que Khadra empezó a publicar, hasta nuestros días, su carrera literaria ha sido premiada en varias ocasiones. Premio Goncourt de los Estudiantes, ha sido reconocido varias veces por la Academia Francesa y entre sus novelas están Lo que el día debe a la noche, La ecuación de la vida y La última noche del Rais, en la que narraba los últimos días del dictador libio Muamar el Gadafi.

Escrita unos meses después de publicar Khalil, novela en la que adoptaba el punto de vista de uno de los terroristas del 13 de noviembre de 2015 en París, La deshonra de Sarah Ikker nos transporta a Marruecos, de la mano de Driss Ikker, un oficial de policía cuya mujer ha sido violada en su propia casa.

“Quise escribir sobre Tánger porque lucho por un gran Magreb. Quiero que desaparezcan las fronteras entre Marruecos, Argelia y Túnez. Es un mismo pueblo, con las mismas ambiciones y los mismos sueños. Es mi manera de ser magrebí. No hablar exclusivamente de Argelia sino también de Marruecos y Túnez. Además, ¿por qué no podría escribir sobre esta parte del mundo cuando he escrito sobre México, Afganistán, Cuba, o el resto del mundo? Aunque reconozco que mi mayor motivación fue la de hacer feliz a mis lectoras. Soy muy leído en Marruecos y fueron las mujeres de Tánger quienes me pidieron escribir algo sobre su ciudad. Prometí hacerlo y aquí lo tienen”.

La deshonra de Sarah Ikker es también el primer tomo de una trilogía que dedica a la ciudad o a sus personajes, ¿no?

—Sí, sobre la historia de este policía. Tengo ya las novelas en mi cabeza pero no las voy a escribir por ahora. Digamos que tengo otras prioridades. Mi próximo libro no es una novela policiaca.

Es usted un escritor muy prolífico.

—Pues sí, porque me aburro muchísimo en París. A mí me gusta leer y viajar. Creo que la mejor manera de ir de un sitio a otro no es el avión sino la alfombra mágica. ¡El libro!

Uno de los elementos más sorprendentes de sus novelas son esos diálogos en los que los personajes manejan un lenguaje muy característico. En el caso de los policías, Driss pero también Slimane o Rachid, hablan con una crudeza propia del gremio al que pertenecen. ¿Son personajes que parten de su realidad militar?

—Todos los personajes que invento deben ser creíbles y para eso necesitan dar argumentos creíbles. Si es un policía, será completamente policía, en su manera de hablar, de vestirse, de moverse. Soy muy observador y vivo muy cerca del pueblo. Sé perfectamente lo que siente, cómo está de oprimido por la sociedad, cómo puede llegar a verse superado por ciertos acontecimientos. Me meto en esa angustia, en esa violencia, en todo lo que conmueve a un ser humano hoy en día. Y esta obscenidad agresiva, que descubro al observar, ya sea en Argelia, en Marruecos o Túnez, donde sea, siempre es la misma.

La primera escena de su novela es particularmente chocante y determina la visión del lector sobre Driss, que, sin embargo y contrariamente a los demás, se caracteriza por su integridad, ¿no?

—Es una forma de venganza que no consigue materializar porque en el fondo quiere demasiado a su mujer. Vive un momento de desesperanza absoluta que viene del desprecio que siente por sí mismo. La primera escena es un suicidio consciente.

De hecho, más que una novela negra, su obra trata de las relaciones conyugales…

—Pues sí, ya podemos pasar años junto a alguien que nunca se está completamente seguro de conocerlo. Solo descubrimos ese lado que nos permite querer a esa persona. Driss tiene el papel de dejarse querer. Pero cuando llega un momento más violento, de crisis en su matrimonio, se encontrará cara a cara con la realidad.

El tema de la corrupción recorre todo el libro. Hoy en día, nadie pensaría que es propia de Tánger sino del mundo entero.

—Claro. El poder es una vía directa a la corrupción. El dinero y el poder son indisociables. Hoy en día, la soberanía se confunde con la impunidad y al hombre poderoso se le permite todo. Lo terrible es que la corrupción se ha vuelto algo natural. La gente ya no tiene miedo, ni vergüenza de ser corrupta. Hasta algunos se vanaglorian de ello. Hemos perdido la vergüenza, el escrúpulo, la indignación. Hay tres cosas que fascinan al ser humano: el poder, el dinero y la mujer. Hay que luchar para no caer en esas trampas.

Hablando de la mujer, usted hace un retrato de su papel en la sociedad magrebí a través de Sarah Ikker, personaje alrededor del cual se elabora toda la investigación, ¿no?

—El hombre siempre ejerce su influencia sobre la mujer. La considera como un ser subalterno. Sabe que una mujer libre le sobrepasa. Todos sus celos vienen de la grandeza de ella. La mujer es una figura maternal con él. En las parejas no veo jamás a un marido y a una mujer, sino a una madre y a un niño mimado. Hay que respetarla, ponerla en un pedestal, y darle por lo menos la mitad de lo que nos da ya que nunca conseguiremos igualarla ni poder ofrecerle todo lo que nos regala. La mujer es pura generosidad. El único deber de un hombre es ser respetuoso con ella.

Y el deber del escritor…

—Mi literatura es egoísta en el sentido de que escribo para acceder a la sabiduría. Intento construirme a través de mis personajes, ver la debilidad, la flaqueza, la fragilidad… Escribo para estar seguro de que el mejor territorio de un escritor, que la verdadera misión del ser humano es acceder a la sabiduría. Muchas personas piensan que el más noble objetivo es la búsqueda de la verdad pero, para mí, el propósito es encontrar el camino que me conduzca a la sabiduría.

Tomado de El Cultural

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