A dos siglos de su natalicio, la influencia de Charles Baudelaire en la cultura occidental es fundacional. A costa de su propia vida este escritor francés se ubicó en el centro de la tormenta transformadora que significó la instauración de la vida moderna.
Precursor de movimientos vanguardistas fundamentales de la literatura occidental, advierte los efectos nefastos en el ser humano del discurso de la modernidad.
Su obra inmarcesible continúa esparciendo su inquietante aroma y particularmente en Latinoamérica se proyecta en movimientos decisivos como el decadentismo, el simbolismo y el modernismo, que incluso se bifurcarán en la cultura popular. Baudelaire es una fuente de la creación artística de muchos autores, aunque la mayoría de las veces no se reconozca así.
Su vida personal no fue modelo para nadie, aunque algunos le atribuyan la imagen primigenia del poeta maldito, la cierto es que Verlaine no lo incluyó al definir los miembros de esa categoría, donde, sin embargo, sí estaban muchos de sus deudores y admiradores.
Caos prematuro
Charles Baudelaire nació un 9 de abril hace dos siglos, su padre Joseph-Francois Baudelaire era un ex sacerdote y profesor de dibujo y pintor, tenía 62 años cuando nació su hijo y era funcionario en el Senado, pero murió cuando Charles tenía apenas 5 años. Su madre, Caroline Dufays, tenía menos de 30 años al nacer el niño y, tras la muerte de su marido, se volvió a casar con Jacques Aupick, un militar, con quien Charles tuvo una relación muy difícil. Pese al estrecho lazo afectivo con su madre, desde adolescente su padrastro intentó alejarlo de la familia y corregir su comportamiento rebelde.
Gracias a su buena condición socioeconómica, de joven se entregó al derroche y a una vida de dandi entre la burguesía parisina. Pero ese entorno timorato y superficial pronto le causó repugnancia y se convirtió en objeto de sus burlas y desprecio. Incomprendido y reprendido desde temprano optó por la vida bohemia y el trabajo literario como editor, traductor y crítico y rechazando sus estudios de Derecho y una eventual carrera diplomática.
Tras una larga lucha legal logró recibir parte de la herencia de su padre, la cual derrochó irresponsablemente en dos años de bohemia; la otra parte la administraba un albacea que le entregaba un estipendio. Ebriedad, drogas y prostitución eran su elemento mientras decaía atraído por la sordidez; tras su vida íntima con una prostituta fea y decadente con la que se exhibía adquirió la sífilis, terrible enfermedad que a la postre lo llevaría a la tumba no sin antes toda clase de males.
Su intensidad y rebeldía se plasmaban en poemas sueltos que le brotaban en sus excesos. Pero era muy exigente con lo formal, por lo cual sus creaciones no le satisfacían. Escribió una novela, algo de teatro y varios ensayos. Desde temprano desarrolló una carrera como crítico de artes visuales, música y literatura, por lo cual se le reconoció su talento y generó polémica.
Su rebeldía personal también se proyectaba en su obra que rompía formalmente con las corrientes de su época y le hacían un genio incomprendido para muchos.
Ya sin vínculo económico con su familia, se mantiene con sus trabajos como crítico y como traductor de autores como E.T.A. Hoffman e Edgar Allan Poe, por quien siente gran admiración y empatía.
Los ensayos que publica en distintas revistas y medios no dejan de estar aliñados de ironía y señalan la doble moral de la época moderna.
La fuerte transformación cultural que vive la sociedad europea con su vida urbana como ilusión de progreso será el objeto de las fuertes críticas de Baudelaire.
Genio inspirador
La obra de Charles Baudelaire es un alegato feroz contra la deshumanización y la pérdida de sensatez en que ve caer a la sociedad. Su lucidez lo atormenta mientras denuncia los falsos valores institucionalizados. De ahí que su obra, aún hoy, cautiva a los estudiosos cuyas disciplinas tienen por centro lo humano como la sociología, la antropología, la filosofía, la psicología y desde luego la literatura y las artes en general.
Para él ser humano se debate entre la libertad y la necesidad de pertenencia, esa contradicción es la que atormenta la sensibilidad del artista.
Pese a su oposición al romanticismo, del cual, además, lleva rasgos marcados, tampoco es afecto a los parnasianos, como su amigo Théophile Gautier, ni al misticismo de Gerard de Nerval; no opta por lo bello sino por lo no bello. No está buscando la luz, sino que reconoce la oscuridad.
Su obra cumbre será Las flores del mal que publica en 1857, un extenso poemario que ha trabajado durante años y que él mismo considera que será su mayor creación que no será comprendida sino hasta muchos años después.
Algunos autores lo aplauden como una obra maestra, pero la censura lo declara en contra de la moral pública y lo incautan tras condenar a autor y editor y exigirle suprimir algunas partes y pagar una multa.
En su jardín infernal cultiva su homenaje a lo que no quieren ver los insensibles.
Mientras el coro de los convencionales se deleita en el aplauso que provocan sus pleonasmos, él no, él huele a calle, a noche, a plegaria blasfema, al acallado dolor de la multitud invisible. Maestro de la metáfora, acude con frecuencia al oxímoron para sacar de su esplín al pensamiento aburguesado.
El albatros
Durante un viaje al que lo envía su familia para alejarlo de la vida bohemia parisina, vive una experiencia que lo impacta cuando unos marinos se divierten torturando un albatros. De ahí surgirá uno de sus poemas más conocidos en el cual compara al poeta con aquel animal en su triste condición.
“El poeta es igual al príncipe del cielo
que al arquero y al viento feroz sabe burlar;
en medio del escarnio, exiliado en el suelo,
sus alas de gigante le impiden caminar.”
Hay que ser poeta, aconsejaba Baudelaire, aunque se escriba en prosa. Y precisamente impulsa un nuevo género con sus poemas en prosa al retratar personajes e imágenes de la ciudad que publica en Le Figaró. De su libro Spleen de París el siguiente poema nos acerca a su talento y sensibilidad.
LAS VENTANAS
El que mira desde fuera a través de una ventana abierta no ve tanto como el que mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más rico, más siniestro y más deslumbrante como una ventana alumbrada por una vela. Lo que se puede ver al sol es siempre menos interesante que lo que ocurre detrás de un vidrio. En aquel hoyo negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, la vida sufre.
Mucho más allá del oleaje de tejados, percibo una mujer madura, arrugada ya, pobre, siempre inclinada hacia algo, y que no sale jamás. Con su rostro, con su vestido, con su gesto, con su casi nada, he reconstruido la historia de la mujer, o mejor, su leyenda, y a veces me la cuento llorando.
Si hubiera sido un pobre viejo, hubiera inventado la suya con igual agrado.
Y me acuesto, orgulloso de haber vivido y sufrido en otros distintos a mí.
Quizá me dirán ustedes: “¿Estás seguro de que esta leyenda es la auténtica?” ¿Qué importa lo que pueda ser la realidad situada fuera de mí, si me ha ayudado a vivir, a sentir que soy y lo que soy?