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El De amicitia de Cicerón

Muchas veces se habla de la filosofía helenística sin dedicar una sola palabra a Marco Tulio Cicerón

Muchas veces se habla de la filosofía helenística sin dedicar una sola palabra a Marco Tulio Cicerón (Marcus Tullius Cicero, 106-43 a.C.), el gran escritor y político romano, cometiendo un agravio con este orador filósofo.

De joven entró en contacto con filósofos estoicos, epicúreos y académicos, los cuales le alentaron el entusiasmo por la filosofía (A. Long). Según la usanza griega, Cicerón combinó la retórica con la filosofía e invitó a todos los romanos que pudieran a dedicarse a esta actividad (Tusculanas.,  II,  2), pues “la filosofía es la madre de todas las buenas acciones”. Pero fue a partir del año 45 a.C., pasados sus sesenta años, que se lanzó a escribir “filosofía a gran escala”, en medio de sus desengaños políticos y desgracia personal. La República había sido destruida y su hija Tulia había muerto. Cicerón creyó que estaba haciendo un favor a los latino parlantes al hacerles accesible la filosofía griega. Profesó una adhesión al escepticismo moderado de Filón de Larisa con una crítica a las doctrinas estoicas, epicúreas y del filósofo sirio Antíoco de Ascalón (N. Abbagnano), con quien estudió en Atenas en el 79/8 a.C. Es decir, le gustaba discutir los argumentos de las distintas escuelas. La filosofía ciceroniana es derivada y ágil, esto es, libre (Tusc., V, 83), un facundo probabilismo ecléctico [epistemológicamente (reivindicando el sentido común y el consenso universal) y éticamente (repudio del hedonismo y una tímida exclusión de la duda académica ya que la virtud se basta a sí misma)] contra el dogmatismo de escuela y el principio de autoridad hasta alcanzar finalmente la norma de la vida bienaventurada, y el mismo Cicerón lo reconoce así. La escritura fue un gran consuelo, incluida su obra Laelius de amicitia (Lelio: de la amistad), compuesta en el año 44 a.C.

El De amicitia es un diálogo “grave” entre Gayo Lelio, compañero de Escipión Emiliano en Numancia y en otras campañas militares, y sus yernos Escévola y Fannio, sobre el ejercicio de la amistad. Pero, ¿qué es la amistad? “Un acuerdo en todas las cosas divinas y humanas, acompañado de benevolencia y afecto”, “cum benivolentia et caritate” (De amicitia, XX). Volviendo al principio de la definición: se trata de un “acuerdo” (consensio) y la “buena voluntad” o “buen querer” (benivolentia). Pareciera que, al agregar “et caritate”, la fórmula enfatiza el carácter sentimental o afectivo de esa benevolencia sobre la cual se funda la amistad. Suprimida la benevolencia, ya no existe la amistad (XIX). Pero, exceptuada la sapientia (sabiduría), “nada mejor ha sido dado al hombre por los dioses inmortales”, lo cual significa que “el acuerdo” a “todas las cosas divinas y humanas” expresa asimismo una transposición literal de la definición estoica de la sabiduría en Cicerón. Nada tan adecuado a nuestra naturaleza como la amistad (XVII), siendo la soledad contra natura (LXXXVIII) y la cual ofrece el “supremo bien” (summum bonum) a quienes la buscan de manera recta y amistosa (LXXXIII).

Para que sea real esa intensidad amistosa (natural y socialmente) la clave es la virtud: “solo entre los hombres de bien (in bonis) puede existir la amistad” (XVIII). El sumo bien es alcanzable a través de la virtud, ella engendra y mantiene la amistad (XX). La amistad brota cuando alguien ve brillar algún signo de virtud en él, entonces el amor nace necesariamente (LXXXVIII). En el amor está la causa principal de esa relación de benevolencia o amistad. Dicho de otro modo, cuando más generoso y benéfico es un hombre, más capacidad de amistad muestran (LI). Se unen, entonces, los buenos a los buenos como por naturaleza y parentesco (L). Así brota una amistad naturalmente bella (P. Laín Entralgo): la que se busca por ella misma y a causa de ella misma (per se et propter se); en la que el amigo se convierte en el doble del amigo (tanquam alter idem); la que mezcla las almas de los amigos hasta que no haya dos sino un alma (ex duobus unum). Cuando esta se da, ella es imperecedera y sempiterna (XXXII y LII). O como dice Cicerón (LXXXVI): “Sin amistad no hay vida digna de un hombre libre”. Por ello, suprimir la amistad de alguien es como “suprimir el Sol del universo” (XLVII).

Estoicamente hablando, la amistad ciceroniana está fundada en la naturaleza (natura) y tiene como supuesto inmediato la sociedad (societas): la comunidad entre todos los hombres en la cual la naturaleza humana se realiza (XX). [El verbo latino utilizado por Cicerón es conviliavit, el cual viene de conciliari y, a su vez, hunde sus raíces en el verbo griego oikeousthai que relaciona el concepto platónico (Lisis) y aristotélico (Ética a Nicómaco 1155 a 20) de tò oikeion, fundamento del amor que debe sentir el hombre por cualquier hombre, la philanthrôpía, y que en el latín ciceroniano se dice caritas generis humani (“o amor al género humano”).] Y volvamos a una cuestión que quedó pendiente más arriba: ¿Quiénes son, en realidad, esos “hombres de bien” (viri boni) en los que brota naturalmente la amistad? Algunos han dicho que los primeros estoicos. Pero la opinión de Cicerón es otra: los viri boni son los hombres honestos, leales, íntegros, generosos, constantes y exentos de arrebatos y malas pasiones (XVIII y XIX). Siguiendo a Aristóteles (Diógenes Laercio, VII, 124), Cicerón apunta que “no hay amistad sino entre los hombre buenos” (amicitia non est nisi in bonis).

Cicerón señala que la amistad no deriva de la utilidad [por flaqueza (inbecillitas) o por pobreza (inopia)] sino esta de aquella (LI); no proviene de la indigencia sino de la naturaleza (XXVII). La pertenencia natural a la especie humana implica la pertenencia a una comunidad que cuida originariamente una común utilidad, en el sentido de que su bien sea comunicable (H. Renato Ochoa): no es ni servirse de los otros sino de acoger al otro en todo lo que tiene de otro, en virtud de lo cual no se habla de una donación de sí mismo sino en la aceptación -del bien- del otro -como propio-. No consiste, pues, en dar sino más bien en recibir. Pero se ve amenazada por el interés, la política, el cambio de carácter por la edad, las rivalidades de toda índole (XXXIII-XXXV); en cierta medida, no basta la sabiduría (sapientia) para mantenerla, requiere de cierta dosis de buena fortuna (felicitas). A los amigos no se les pide más que cosas honestas (XLIV); no renunciar a ella cuando aparezcan las contrariedades (XLVI-XLVIII); elegir a los amigos con cuidado (LX), teniendo claro que no son muy frecuentes los hombres verdaderamente dignos de amistad (LXXIX); evitar la suspicacia excesiva con ellos (LXV); no olvidar que las amistades llegan con la fuerza de la edad y del talento (LXXIV); mostrar respeto a los amigos, porque este es el “ornamento de la amistad” (LXXXII); abrir el pecho al amigo, más aún si este nos abrió el suyo (XCVII); nada de adulación ni simulación, ambos azotes nefastos de la amistad (XCI); aceptar la verdad venida del amigo aunque sea ingrata (XC). En general, Lelio finaliza diciendo tras muchas ideas sobre los límites de la amistad que “la vida de los amigos sea pura y que en todo haya entre ellos comunidad” (P. Laín Entralgo). Y agrega una salvedad: si fuera el caso de actuar obligado por deseos “menos justos” con tal de salvarle la vida o el honor, que de ello no se siga una “gran deshonra” (summa turpitudo).

Resulta interesante la propuesta ciceroniana sobre la amistad, pues la comunidad política es más que un contrato social basado en normas utilitarias. Toda comunidad política está fundada en la philía (Ética a Nicómaco I, 4, 1095a), íntimamente vinculada a «la vida buena». La amistad sería la más política de las virtudes y quien es educado en ella  más allá de la utilidad y del placer, educa en la virtud y en la verdad. La convivencia fundada en la enemistad y el enfrentamiento responde a la Ley del Talión, la cual da poder (!) pero deja ciegos a todos los egoístas. La amistad estaría circunscrita dentro del intento ciceroniano por equilibrar los deberes de la vida pública y reivindicar el ocio (otium) de la vida privada, asociando la vida intelectual el disfrute de la compañía de todos aquellos que son verdaderos amigos para que el goce devenga en la autenticidad de las relaciones humanas plenas (P. Grimal).

La pertinencia ética de Cicerón se centra en el potencial de construir relaciones humanas amistosas para la realización humana. En medio de la fragmentación social y política -que vivió Cicerón y que vivimos hoy-, el pensamiento ciceroniano revela la autenticidad y riqueza de posibilidades que ofrece la amistad, en virtud de la cual sería posible una sincera comunidad de amigos más allá de la artificialidad, el cálculo político en el Estado y la sociedad contemporáneas. La muerte de Cicerón, perpetrada por Marco Antonio, es la antítesis dantesca (como no debe ser tratado nadie en comunidad, mucho menos por disentir) de la amistad: sacado de la cama por un centurión y un tribuno, a los sesenta y cuatro años, le cortaron la cabeza y las manos (con las que escribió las Filípicas contra Antonio) y sus despojos fueron exhibidos en Roma en una barandilla en la tribuna.

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