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El catecismo liberal de Vargas Llosa

Con Mario Vargas Llosa se puede discrepar sobre su pensamiento, como lo hacen generalmente sectores de izquierda, que no le perdonan sus constantes y vehementes críticas contra regímenes como los de Cuba o Venezuela,

Con Mario Vargas Llosa se puede discrepar sobre su pensamiento, como lo hacen generalmente sectores de izquierda, que no le perdonan sus constantes y vehementes críticas contra regímenes como los de Cuba o Venezuela, pero no se puede negar que es un agudo observador de la realidad política y cultural de nuestro tiempo. Sus libros y, sobre todo, sus artículos periodísticos, dan fe de este ejercicio permanente que ha mantenido prácticamente desde que se dio a conocer como uno de los más renombrados escritores, en este momento el único sobreviviente, del boom latinoamericano.

Es un escritor prolífico, quizá el más prolífico de su generación. Junto con sus novelas, algunas que podrían considerarse clásicos desde que se inauguró con La ciudad y los perros, ha incursionados en el ensayo con obras como La orgía perpetua, La verdad de las mentiras y La tentación de lo imposible. En 1993, publicó El pez en el agua, un texto testimonial en el que recoge la difícil relación con su padre, su educación en un colegio militar, su formación literaria y la fallida experiencia política en su intento frustrado por llegar a la presidencia de Perú, en 1990, cuando fue derrotado por un gris y autoritario Alberto Fujimori. Y más recientemente, Conversación en Princeton (2017), en el que analiza el origen y desarrollo de algunas de sus obras mayores de ficción.

Parece que la política junto con la literatura ha marcado su vida, aunque su mayor trascendencia se le debe a su faceta de narrador. Su vida política, que ha marchado paralela a su obra narrativa, emigró de fugaz militante comunista peruano como estudiante universitario, ferviente defensor de la Revolución cubana en su juventud, a posiciones liberales con apoyo abierto a gobiernos de derecha, a la institucionalidad democrática, y rechazo igual de ferviente a regímenes de izquierda con tendencias al partido único, como Cuba o lo que fue la antigua Unión Soviética.

El autor de origen peruano se aventura ahora en un amplio ensayo sobre el origen de su pensamiento liberal con el estudio concienzudo de siete autores. El estudio de esos autores, que analiza en su texto La llamada de la tribu, le permitió dar un giro a su visión del mundo, desde la izquierda a posiciones liberales, según confiesa. Adam Smith (1723-1790), José Ortega y Gasset (1883-1955), Friedrich August von Hayek (1899-1992), Karl Popper (1902-1994), Raymond Aron (1905-1983), Isaiah Berlín (1909-1997) y Jean-François Revel (1924-2006) son los siete pensadores examinados por el autor hispano-peruano.

La frase “la llamada de tribu” se la atribuye a Popper, quien así denominaba “al irracionalismo del ser humano primitivo”. El autor austro-británico considera que no hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional –tribu– cuando el ser humano “era una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderoso, que tomaban por él todas las decisiones”.

“El ‘espíritu tribal’, fuente del nacionalismo, ha sido el causante, con el fanatismo religioso, de las mayores matanzas en la historia de la humanidad”, subraya. Aunque más adelante admite que el liberalismo también ha generado desviaciones en su seno, una “enfermedad infantil”, el sectarismo, “encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales”.

Aunque considera a estos autores la fuente primigenia de su pensamiento liberal, no siempre coincide con ellos y así lo puntualiza. A quien más observaciones hace es al español Ortega y Gasset, a quien le cuestiona su inclinación al intervencionismo estatal y el no haberse pronunciado con “rotundidad” sobre el resultado de la guerra civil española (1936-39) y la dictadura de Francisco Franco (1939-1975), aunque matiza y termina justificándolo. Considera que el franquismo, igual que la izquierda por otro motivo, tampoco le perdonó su laicismo.

“Los errores de Ortega –indica– no fueron los de un cobarde ni los de un oportunista; a lo más, los de un ingenuo que se empeñó en encarnar una alternativa moderada, civil y reformista en momentos en que esta no tenía la menor posibilidad de concretarse en la realidad española (…). Manifiesta el dramático destino de un intelectual visceral y racionalmente alérgico a los extremos, a las intolerancias, a las verdades absolutas, a los nacionalismos y a todo dogma, religioso o político”.

También pone en duda su crítica a la supuesta “intervención extranjera”, crítica sobre la realidad española en tiempos de la dictadura franquista, una especie de conspiración que sentía desde el exterior. “Aceptarla equivaldría a justificar la supresión de la libertad de expresión y de opinión con el argumento de la seguridad nacional”, puntualiza.

Junto a los abundantes elogios, a Hayek, por ejemplo, critica una opinión recogida en The Times (agosto de 1978) y El Mercurio (abril de 1981), cuando llegó a afirmar que “bajo la dictadura militar de Pinochet (1973-1990) había en Chile mucha más libertad que en el Gobierno democrático de Allende, lo que le ganó una merecida tempestad de críticas, incluso de sus admiradores”. El autor de La guerra del fin del mundo lo refuta y considera “difícilmente compatibles” para un demócrata opinar que “una dictadura que practica una economía liberal es preferible a una democracia que no lo hace”.

Resulta novedoso el análisis que hace Karl Popper, cuya obra “magna” considera que es La sociedad abierta y sus enemigos (1945), que le llevó cinco años de trabajo. Señala que este libro rastrea, desde sus orígenes, las ideas que han dado impulso y sustento a las doctrinas enemigas de la libertad humana. Esta tradición “historicista”, según analiza Vargas Llosa a Popper, comienza con Platón, “se renueva en el siglo XIX y se enriquece con Hegel y alcanza su pináculo con (Karl) Marx”, pero sin dejar por fuera a Aristóteles, fundador del “verbalismo”, una lengua “pomposa que no dice nada” y que “legó” a Hegel, “quien la multiplicó a extremos pavorosos”. “Dentro de la telaraña de palabras con que Hegel armó su sistema –dice– se encuentran los fundamentos de aquel estado totalitario –colectivista, irracional, caudillista, racista y anti-democrático– concebido originalmente por Platón”.

“La doctrina liberal –asegura– ha representado desde sus orígenes las formas más avanzadas de la cultura democrática y es la que ha hecho progresar más en las sociedades libres los derechos humanos, la libertad de expresión, los derechos de las minorías sexuales, religiosas y políticas, la defensa del medio ambiente y la participación del ciudadano común y corriente en la vida pública”.

Un buen estudio, con la prosa muy rica de un escritor experimentado, para quien se quiera acercar al pensamiento de estos autores que, querámoslo o no, han incidido de alguna en la vida política, intelectual o económica reciente de la humanidad.

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