El producto comercial en que se convirtió la celebración del amor en las últimas décadas este año parece desteñido y empolvado en los anaqueles. El amor virtual, más concreto que el real, se expresa en coreográficas imágenes que se funden con la anónima afrenta, el exhibicionismo impúdico, el comercial invasivo y las cookies, o se estruja junto al meme y el emoticón, siempre y cuando se cuente con la conexión y el receptor adecuado. El otro amor, el de antes de la telemática, ha sido aherrojado por las medidas biopolíticas sobre los individuos que los estados impulsan para conjurar el miedo, cuando no han tenido la capacidad de controlar la crisis de salud pública. El distanciamiento social, expresión última del individualismo, va más allá, hasta la médula del sujeto, quien no puede abrazar, ni dar la mano, ni silbar, ni cantar, ni bailar, ni sonreírle a los demás, recluido en su sinrazón a una pompa de jabón. Pero la necesidad sexual, que el vivir impone, se abre camino, mientras las expresiones de solidaridad y preocupación por los demás se acomodan a veces en forma de frustración depresiva, por la incapacidad de ejecutarse mientras se respetan las normas individualistas, pero otras veces con un ingenio subversivo desafían los inviernos.
EL AMOR SE QUEDÓ EN CASA
La docilidad con que la mayoría acató las imposiciones no necesariamente las volvió norma. Todos esperan ansiosos que las levanten, volver a la normalidad, aunque sea nueva, desfogar apremios hormonales, ponerse al día, hacer planes, lanzar besos al horizonte. Pero el horizonte parece haber quedado atrás. Hay quienes acuden a juguetes sexuales y pornografía para paliar ansiedades mientras se quedan en casa y quienes apuran privacidades arañadas al acaso mientras su comprensiva burbuja se hace de la vista gorda en el reducidísimo espacio en que está. Algorítmicos encuentros para cita previa, tras tomar una ficha, llenar el formulario con sus datos personales, adjuntar foto reciente y pasar a la sala de espera durante la prudente cuarentena, son el recurso de quien desea resolver de forma más ejecutiva los aplazamientos involuntarios. Los supermercados son de los pocos sitios de socialización, por lo cual ahí rondan los adeptos a la cofradía de Cupido, para provecho de estos establecimientos comerciales que incrementan aún más sus ganancias. Ahora está de moda citar estudios científicos (aunque cuando se le lee con detenimiento están cargados de subjuntivos, suposiciones, muestras minúsculas, especulaciones, comparaciones caprichosas, ocurrencias y demás atentados al rigor científico), pero a algo hay que echar mano en nuestro desesperado afán de certezas. Algunos de esos estudios son optimistas.
EL SACRIFICADO FUE EL AMOR ROMÁNTICO
Dice la antropóloga y bióloga Helen Fisher, una de las más reconocidas investigadoras en estudios del amor, que el amor romántico es un impulso, no una emoción. De los tres impulsos básicos que, según Fisher, “evolucionan del apareamiento y la reproducción: el impulso sexual, el amor romántico intenso y el apego profundo a la pareja”; el primero está encerrado y al acecho, el segundo metamoforseando en neurosis y el tercero es producto de intensas negociaciones entre económicas y quiméricas. Aunque enamorarse ya no se estila, pues están prohibidos los besos, incluso a sapos o bellas durmientes, tener una relación sí es cada vez más apetecido.
EL APEGO A PRUEBA
Algunos otros investigadores, como la psicóloga Hannah Williamson, de la Universidad de Texas en Austin, han hallado que las parejas estables que existían antes de 2020 se afinanzaron y mejoraron, mientras las que eran frágiles se disolvieron o agravaron la conflictividad. Para las parejas estables, tanto las que conviven como las que no, la prueba ha sido intensa. Las que formaban familia, con el teletrabajo, clases virtuales y labor doméstica ampliada, la exigencia de tolerancia, comunicación, planificación, cooperación, vieron puesta a prueba la durabilidad de que estaban hechas las partes y su compromiso. Para las que viven aparte, el cortejo breve se ve chuceado por el compromiso apresurado y distanciado socialmente. Mientras el amor, temeroso, ausculta sus heridas, el azar sacude los dados sobre el tapete de la incertidumbre. Algunos, optimistas, ven un resurgimiento del amor altruista, de ese que suele aflorar ante las tragedias colectivas, y con él mayor preocupación por el prójimo, deseos de una mayor justicia social, mejores ejercicios de convivencia y respeto social. Otros, apocalípticos, atisban la violencia que la crisis económica encajada sobre las espaldas de los más vulnerables trae consigo y la codicia enferma de quienes la mano invisible del mercado les convierte la mierda en oro. Sirva de consuelo este alegato del gran poeta del Siglo de Oro, Luis de Góngora y Argote, de quien este año conmemoramos el 460 aniversario de su nacimiento.
“Déjame en paz amor tirano”
Ciego que apuntas y atinas, caduco dios, y rapaz, vendado que me has vendido, y niño mayor de edad, por el alma de tu madre —que murió, siendo inmortal, de envidia de mi señora—, que no me persigas más. Déjame en paz, Amor tirano, déjame en paz. Baste el tiempo mal gastado que he seguido a mi pesar tus inquietas banderas, forajido capitán. Perdóname, Amor, aquí, pues yo te perdono allá cuatro escudos de paciencia, diez de ventaja en amar. Déjame en paz, Amor tirano, déjame en paz. Amadores desdichados, que seguís milicia tal, decidme, ¿qué buena guía podéis de un ciego sacar? De un pájaro, ¿qué firmeza? ¿Qué esperanza de un rapaz? ¿Qué galardón de un desnudo? De un tirano, ¿qué piedad? Déjame en paz, Amor tirano, Déjame en paz. Diez años desperdicié, los mejores de mi edad, en ser labrador de Amor a costa de mi caudal. Como aré y sembré, cogí; aré un alterado mar, sembré una estéril arena, cogí vergüenza y afán. Déjame en paz, Amor tirano, déjame en paz. Una torre fabriqué del viento en la raridad, mayor que la de Nembrot, y de confusión igual. Gloria llamaba a la pena, a la cárcel libertad, miel dulce al amargo acíbar, principio al fin, bien al mal. Déjame en paz, Amor tirano, déjame en paz.