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Doris Lessing, un siglo nada convencional

Controvertida y polémica, Doris Lessing cumpliría, este 22 de octubre, 100 indomables años de literatura y libertad. Comunista,

Controvertida y polémica, Doris Lessing cumpliría, este 22 de octubre, 100 indomables años de literatura y libertad. Comunista, enemiga del segregacionismo racial y feminista, cuando serlo resultaba peligroso, al final de su vida, sus declaraciones sobre el acoso, la ecología y su apuesta por la ciencia ficción, antes de que la distopía se pusiera de moda, renuevan el interés por una autora extraordinaria que fue, ante todo, una superviviente.

Gurú del feminismo en los años 60 y 70, había nacido en Kermanshah, Persia (ahora Irán). Primogénita de Alfred Cook Tayler, un funcionario británico, y de Emily Maude McVeagh, su enfermera cuando fue herido en la Primera Guerra Mundial y perdió una pierna, el nacimiento de Doris fue, según ella misma y como relató en Dentro de mí, una decepción tal que tuvo que ser el médico que asistió a su madre en el parto quien eligiera su nombre, porque sus padres habían rechazado la posibilidad de que pudieran tener una niña.

Pasó su infancia y juventud en Rhodesia (ahora Zimbabue), donde la familia se instaló seducida por el sueño de enriquecerse cultivando maíz. En la granja, su madre le enseñó a leer y le encargó las primeras lecturas por catálogo, aunque sus primeros recuerdos estaban teñidos de resentimiento hacia ella, pues nunca le permitió olvidar cuánto se estaba sacrificando por sus hijos. Pronto la enviaron a un internado y a un convento católico. Tras abandonar la escuela a los 14 años, se independizó y se fue a vivir a Salisbury (hoy Harare, capital de Zimbabue), donde escribió y rompió un par de novelas.

Un acuerdo nada convencional

Embarazada en 1939 de un funcionario llamado Frank Wildom, se casaron y tuvo a su primer hijo, John. Desilusionada de la rutina familiar, entró en contacto con grupos revolucionarios y se hizo comunista, llegando a distribuir clandestinamente el periódico del Partido Comunista de Sudáfrica y a protestar contra las leyes segregacionistas que mantenían el poder en manos de la minoría blanca.

En 1943, nació su hija, Jean, pero poco después decidió abandonar su hogar y a sus hijos para unirse a sus camaradas de partido. Y lo hizo sin remordimientos, pues, como aseguraba años después en numerosas entrevistas, “no podía soportar esa vida. No podía pasar más tiempo tratando de conformarme con algo que odiaba”. En sus memorias escribió que si se hubiera quedado con su familia, habría infectado a los niños con la misma sensación de fatalidad que heredó de su padre y que llevaba dentro de ella “como un gen defectuoso”.

Libre e independiente, en 1943, se casó con un comunista alemán llamado Gottfried Anton Nicolai Lessing, porque, según ella, era su “deber revolucionario” protegerlo en un ambiente de guerra hostil a los alemanes. Tuvieron un hijo en común, Peter, y un plan compartido nada convencional (de nuevo): divorciarse después de la guerra. Consumada, pues, la separación, en 1949 se instaló a Inglaterra llevando a su hijo Peter y el manuscrito a su primera novela Canta la hierba, un relato que conmocionó a la sociedad británica al narrar sin pudores la relación sentimental entre la esposa de un granjero blanco y su sirviente negro. Publicada en 1950, con gran éxito, el año siguiente, apareció su primer volumen de cuentos Este era el país del viejo jefe.

El feminismo del Cuaderno dorado

Autora de decenas de novelas, cuentos, ensayos y poemas, Lessing alcanzó fama mundial en 1962, gracias a El cuaderno dorado, un original relato, vagamente autobiográfico, que contenía una novela breve, Mujeres libres, dividida en cinco partes y separada, según explicó la propia Lessing, “por los cinco periodos de los cuatro diarios: negro, rojo, amarillo y azul. Los diarios los redacta Anna Wulf, la protagonista de Mujeres libres, que lleva cuatro diarios en vez de uno, pues, como ella misma reconoce, los asuntos deben separarse unos de otros, a fin de evitar el caos, la deformidad, el fracaso”, y una vez terminados, surge de sus fragmentos algo nuevo, El cuaderno dorado.

El cuaderno negro trata sobre África y la novela que Anna escribió de sus experiencias allí; El cuaderno rojo narra los días de su partido comunista; El cuaderno amarillo es una novela autobiográfica dentro de la novela más grande; y El cuaderno azul es una especie de diario. El cuaderno dorado, al final, reúne ideas y pensamientos de las otras secciones. Lessing escribió que pretendía que la novela capturara el período caótico y desconcertado que surgió después de que la Unión Soviética renunciara oficialmente al estalinismo. Bajo la presión de las revelaciones sobre los crímenes de Stalin, el movimiento que había sido el pegamento de su círculo social e intelectual se deshizo.

Lessing consideraba que El cuaderno dorado era, ante todo, un triunfo de la estructura narrativa, pero su libro fue visto como una obra feminista, algo que la irritó profundamente. Deslenguada, provocadora e incorrecta, en los años 70 proclamó que “la guerra sexual no es la guerra más importante, ni es el problema más vital en nuestro país”. Y casi 30 años después insistía: “Las cosas han cambiado para las mujeres blancas de clase media”, dijo, “pero nada ha cambiado fuera de este grupo”. Muchas feministas se sintieron ofendidas al leer en su autobiografía sus palabras sobre el acoso: “las mujeres contemporáneas gritan o se desmayan al ver un pene que no les han presentado, se sienten humilladas por un comentario con doble intención, y envían un abogado si un hombre les hace un cumplido”.

Ajenas a sus polémicas manifestaciones, entre sus obras más famosas destacan Martha Quest (1952), Un casamiento convencional (1954), La costumbre de amar (1957), Memorias de una superviviente (1974), Diario de una buena vecina (1983), La buena terrorista (1985), El quinto hijo (1988) y La grieta (2007).

Reflejo moral del siglo XX

Convertida en una estrella nacional, con 76 años, regresó a Sudáfrica para visitar a su hija y nietos y dar a conocer la primer parte de su autobiografía, Bajo mi piel (1994). De vuelta en su casa de Londres, y tras sufrir a finales de los años 90 un derrame cerebral, anunció que ya no viajaría más porque quería dedicar a escribir el poco tiempo que parecía quedarle.

Llegaba la hora de los premios y galardones que, por otra parte, jamás le faltaron (finalista en varias ocasiones del Premio Booker, conquistó el Grinzane Cavour, el Shakespeare, el Somerset Maugham…). Así, en 2001 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras la reconoció como creadora de un imaginativo mundo cotidiano. “Hijos de la sociedad contemporánea, sus personajes (explicaba el acta del jurado), ofrecen un fiel reflejo moral del siglo XX. Especial relieve tienen en ese sentido las mujeres que protagonizan sus relatos”.

Galardonada en 2007 con el Nobel por una obra que “supo capturar lo esencial y la épica de la experiencia femenina, que con escepticismo, fuego y poder visionario ha sometido a una civilización dividida al escrutinio”, llevaba décadas figurando en las apuestas de favoritos al premio, así que, al escuchar la noticia, primero aseguró que “no podría importarme menos”. Luego pidió a los numerosos periodistas apostados junto a su casa que fuesen a comprar champán para celebrarlo.

Severamente enferma, falleció en noviembre de 2013 en su casa londinense, aunque hacía ya un lustro que se había despedido de la escritura casi definitivamente: “Se ha detenido, ya no tengo energía. Por eso sigo diciéndole a alguien más joven que yo, no imagine que lo tendrá para siempre. Úselo mientras lo tiene porque se irá, se deslizará como el agua por un agujero”.

Tomado de El Cultural

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