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Donaldo Altamirano, el artista andariego

Desde su cercanía personal, el escritor Adriano Corrales presenta sendas semblanzas de dos artistas que partieron en el año recién terminado

Desde su cercanía personal, el escritor Adriano Corrales presenta sendas semblanzas de dos artistas que partieron en el año recién terminado, el nicaragüense Donaldo Altamirano y el cuentista costarricense Gerardo Campos.

No recuerdo exactamente cuándo conocí a Donaldo. Pudo ser en la UNAN Managua allá por los años 80, o en Granada en uno de sus célebres festivales de Poesía, quizás en San José. Pero tengo para mí que definitivamente fue en Managua. Lo cierto es que esa confusión se pierde en decenas de encuentros tanto en Nicaragua, Honduras o Costa Rica, donde a fuerza de palabras, abrazos, copas, discusiones, caminatas, recitales, visitas a galerías y museos, reuniones y libros, forjamos una amistad para siempre.

Donaldo fue un artista trashumante. Sus inquietudes estéticas, filosóficas, políticas, poéticas,  vitales, le llevaron por diversas ciudades del mundo. Fue un andariego clásico con una formación académica sólida: graduado en Filosofía en la Universidad de Minas Gerais, Brasil, realizó una maestría en Dialéctica Clásica en la Universidad de La Habana, Cuba; además, manejaba cuatro o cinco idiomas con soltura. Y lo hizo con cámara al hombro, libreta y lápiz al costado. Tomaba notas con su máquina fotográfica y la disparaba con su lápiz. Mejor dicho, boceteaba, dibujaba, retrataba. Son cientos de personas las que conservan en una servilleta o en un papel casual su rostro esculpido por la mano del artista Altamirano.

Y no le bastó con eso. Se escabulló tras algunos heterónimos para ir dando a conocer su infinita obra literaria. Publicó como “Pedro León Carvajal” y “Teofrasto Talavera”. Así conocimos los libros Ya floreció el cadáver (1975), Todos los días de mi muerte (1996) y Fracciones de algún total (1998); todos ellos en prosa poética. En verso nos dejó Donde germina el buen pasto, ilustrado por él mismo. Igual publicó en varios medios periodísticos sus ensayos y notas críticas. Y nos legó una profusa obra inédita que resguarda su familia, la cual esperamos conocer ojalá editada.

A propósito, Donaldo tuvo serios problemas para publicar. Y no era por su calidad que le rechazaban o daban largas a sus textos. No, era por su vertical posición en todos los asuntos del arte, la literatura y la vida: siempre fue un crítico serio, analítico, recio. No se dejaba amedrentar ni por el poder en todas sus expresiones, ni por la farándula que pulula en ciertos recintos de eso que denominan “alta cultura”. Ello le acarreó el silencio y el rechazo de editoriales, editores, críticos y periodistas. Igual sucedió con galeristas, museógrafos, curadores y marchantes; toda esa fauna que se aglutina alrededor de lo que llaman “arte contemporáneo”.

Sí, este artista (pintor, dibujante, grabador, escultor, fotógrafo, caricaturista) y escritor (poeta, narrador, ensayista, cronista, articulista, periodista) no era fácil. Nunca ofreció dádivas ni alabó a ningún personaje con el ánimo de que le editaran un texto o se mostrara su obra artística. Mucho menos para que se las compraran. Tampoco se guardó sus opiniones políticas, ideológicas, estéticas, las cuales evacuaba con ecuanimidad, sorna y acidez, según la ocasión o el candidato de turno. Así, el poder político en su país le fue arrinconando e incluso le jugaron duras y trágicas pasadas con su familia, lo que no amilanó su actitud combativa, pero sí su salud psíquica y espiritual, por tanto física.

Por todo lo anterior, cuando Xenia Mejía, su esposa y reconocida artista hondureña, me avisó (me encontraba en España) que el hermano nicaragüense, asentado en Honduras, había fallecido en Minneápolis, USA, tardé mucho rato tratando de digerir la infausta noticia. ¡Fue un hachazo! Hacía poco ambos habían estado en Costa Rica y en casa con motivo de la Bienal Centroamericana de arte; y su voz, sus gestos, sus andares, estaban muy frescos para comprender que ya nunca más lo vería ni sostendría aquellas maratónicas conversas aderezadas con su fisga, erudición, estupenda memoria, acidez y profundo humor. Tampoco experimentaría más esa alegría de vivir tan propia de Donaldo y tan contagiosa, tanto en las buenas como en las malas. Ni su imperceptible ayuda para conocer con mayor amplitud a sus dos grande ídolos y amigos sempiternos, paisanos inevitables: Rubén Darío y Carlos Martínez Rivas, sin duda los más grandes maestros de la poesía centroamericana.

Donaldo/Pedro/Teofrasto Altamirano, fue un poeta, narrador, artista visual, fotógrafo, crítico, filósofo y andariego. ¡Poeta andariego en todas sus facetas! Nos lega una obra amplia y profunda que habrá que reordenar y revisitar (ardua tarea para su familia). Fue un hombre más que inquieto: rebelde, revolucionario, imaginativo, iconoclasta. El poder establecido en su país lo arrinconó en los últimos años casi hasta el horror. No le perdonaron su integridad y visión humanas ni su sinceridad política y ético/estética a prueba de balas: un ejemplo a seguir. El tiempo habrá de hacer justicia sobre este viajero de las letras, las imágenes, las ideas y las palabras.

Por ahora te deseo buen viaje querido Donaldo. Un abrazo grande y un brindis largo por nuestra amistad y nuestras correrías. ¡Salú y poesía!

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