Suplementos

El don de Sergio Ramírez

La figura enorme de Sergio Ramírez Mercado se perfila serena en el paisaje literario centroamericano como esos volcanes que erizan su tierra

La figura enorme de Sergio Ramírez Mercado se perfila serena en el paisaje literario centroamericano como esos volcanes que erizan su tierra haciendo sentir la fuerza profunda que los habita. Álvaro Rojas dibuja en trazos literarios esta semblanza de libros, andanzas y gentes.

Masatepe es un pueblo pequeñito que se parece a Macondo y que palpita lento en las cercanías del volcán Masaya, ese mismo que ahora está en actividad y enciende el cielo de vez en vez en las noches cálidas de Nicaragua. Ya los cazadores no salen en las noches a perseguir venados en las faldas del volcán ni pasan a la tienda a comprar baterías para los focos o municiones para sus armas; ya no existe el cine a cielo abierto donde un niño entre muchos otros se maravillaba con las historias y las imágenes de las películas que venían del exterior. Lo que sí ocurre es que la gente saca sus mecedoras a la calle a las seis de la tarde para ponerse a conversar y muchos se acuerdan de la orquesta Ramírez y de su música, esa que sigue sonando en unos libros que hoy le dan la vuelta al mundo gracias a que su autor decidió abandonar la política para siempre y entregarse a la literatura en cuerpo y en alma.

Antes era fresco, dice una señora refiriéndose al clima del pueblo que está a una altura mayor a la de Rivas, Granada o Masaya. En él, diagonal a la iglesia, en una esquina, está la casa amplia en la que su padre tenía la tienda a la que llegaban los cazadores, donde también vivía su madre, la profesora estricta, a quien probablemente mucho le debe su hábito riguroso de dedicarse todas las mañanas del mundo a escribir y a corregir esos textos que tienen una marca propia, un sello personal, lo que se dice un estilo, construido a fuerza de empeño y paciencia y también gracias a leer a Góngora y a Quevedo cuando la hoja se quedaba en blanco. Textos que pueden ser novelas, memorias, ensayos, cuentos, artículos de opinión para el periódico El país de España, reseñas de libros o de recetas de cocina, en fin, todo aquello que sale de su taller que suele estar ubicado en el barrio Los Robles, de Managua, pero que también se desplaza junto a sus maletas por distintos lugares del mundo.

El camino de Sandino

Luisa Mercado se llamaba su madre y también así se llama la fundación que él abrió en Masatepe para llevarle arte y cultura a los muchachos del lugar, unos muchachos iguales a él, quien un día salió de ahí para irse a estudiar derecho a la Universidad de León, donde escribió sus primeros cuentos y se unió a los movimientos estudiantiles que se manifestaban y organizaban contra la dictadura de Anastasio Somoza García, el primero de la dinastía, el que mató a Sandino, el que murió a manos de un poeta en una fiesta oficial, mientras sonaba un ritmo de mambo, y así fue como Rigoberto López consumó el tiranicidio antes de caer acribillado a balazos. Uno recuerda esa vívida escena en Margarita, está linda la mar como si fuera en la vida real, realizándose con esto el sueño secreto de todo novelista, que sus mentiras se tengan por verdaderas, que la literatura sustituya a la historia.

Pero no se puede hablar de Somoza sin hablar de Sandino, y si el primero de la dinastía mató al General de hombres libres e intentó por todos los medios posibles borrar su memoria de la historia de Nicaragua, la sombra del guerrillero le saltó en la cara a la dictadura y finalmente, la derrocó con una insurrección popular que entusiasmó a gentes de todas partes y a él, al abogado, al escritor de Tiempos de fulgor, al Director de Educa desde Costa Rica, al estudiante de literatura en Alemania, al miembro del Grupo de los 12, lo convirtió en Vicepresidente de la Revolución Sandinista, esa que se hizo con bombas de mecate, como bien dice la canción a Monimbó.

A pocos kilómetros de Masatepe está Niquinohomo, donde nació Sandino, de donde huyó a Honduras a causa de una pendencia siendo aún muy joven, para después pasar a trabajar a México en unas petroleras y regresar a Nicaragua algunos años después para luchar contra la ocupación norteamericana y abrir una opción política distinta en ese país tan cercano a la política interna de los Estados Unidos, como lo recordó Ronald Reagan en los años ochenta del siglo pasado.

Sandino nació un día antes de la muerte de Martí. Como lo cuenta él en Padre e hijo, maestro y discípulo, ese maravilloso ensayo que debería convertirse en novela histórica, en el que narra cómo se quedaron esperando en Nicaragua la llegada del apóstol cubano, el encuentro fallido entre Martí y Darío y la coincidencia ideológica entre José Martí y Sandino, dos hombres que escenificaron algo así como una carrera de relevos en la historia política de América Latina. Y los dos empuñaron las armas, los dos eran antimperialistas, los dos eran demócratas y los dos eran masones.

El baúl de libros de Darío

Nicaragua tiene dos héroes nacionales, un guerrillero y un poeta, cosa pocas veces vista en la historia de los países. Si Sandino, de alguna forma, diseñó el camino para su vida política, Darío está en la base de su vida literaria, siempre lo recuerda, ha escrito mucho sobre él, recita de memoria algunos de sus poemas, se refiere a él como Rubén, como si fueran amigos, como si lo conociera de siempre.

A la edad de diez años, Rubén Darío se maravilló con los secretos que escondía un baúl de libros que descansaba en un rincón de su casa colonial en León. Así lo cuenta en su Autobiografía:

“Eran un Quijote, las obras de Moratín, las Mil y una noches, la Biblia; Los Oficios, de Cicerón; La Corina, de Madame Staël; un tomo de Comedias Clásicas españolas, y una novela terrorífica de ya no recuerdo qué autor, La Caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño.”

Si tuviéramos que hablar del baúl de libros de Sergio Ramírez, este sería de fondos profundos y la lista grande, pero sin duda, en ella estarían las obras de Darío, que de alguna forma es el símbolo de una tradición literaria que a pesar de surgir en un país pequeño y pobre, ha sido reconocida y premiada a nivel internacional. Es la tradición nicaragüense, una de las importantes en Latinoamérica, a la que él, a punta de buenas novelas y buenos cuentos, se ha encargado de continuar y revitalizar con éxito y talento.

En su obra y en su vida, los caminos abiertos por Sandino y por Darío se entrecruzan y retroalimentan. Nicaragua está en su corazón y está en el corazón de sus libros, en los de ficción y en los de no ficción, como El tambor olvidado, maravilloso ensayo sobre la cultura negra en Nicaragua, sus rutas de viaje, su cocina, sus creencias, sus bailes.

La historia de Nicaragua está por todas partes en la obra de Sergio Ramírez, de eso escribe, del pasado y del presente de su país, que tiene mucho para contar tal y como lo ha mostrado tantas veces. Hoy es su cronista más reconocido. Y quién lo iba a decir, todo se le debe a esa derrota monumental que sufrió en las urnas electorales en los años noventa cuando intentó ser Presidente y el voto popular lo castigó, sepa Dios por qué, sacándolo de la política profesional, dejándolo lleno de deudas y abriéndole de par en par las puertas de la literatura, esas que él había cerrado para meterse de cabeza a la Revolución, como lo cuenta en su libro de memorias Adiós muchachos, que es su historia personal de la Revolución Sandinista y de su participación en la vida política.

Y miento cuando digo que esas puertas estaban cerradas, por lo menos nunca lo estuvieron del todo. Mientras fue Vicepresidente de Nicaragua, ¡y en esa época y en aquella locura!, escribió Castigo Divino, una de sus mejores obras, una novela de corte policíaco que marca una diferencia con su producción anterior, ella implica un salto cualitativo en su literatura y abre el camino para todo lo que leeríamos después, y la escribió en las madrugadas, antes de irse a su despacho, que en ocasiones podía ser el país entero y era un país en guerra.

También en esos años, los escritores e intelectuales que llegaban a Nicaragua eran recibidos o lo buscaban a él, era todo un referente. Así pasaron Carlos Fuentes, Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa, Álvaro Mutis y muchos otros, muchos son o fueron sus amigos. Pero, principalmente, por ahí pasó Julio Cortázar y Sergio Ramírez  escribió Estás en Nicaragua, el libro que da cuenta de los distintos momentos vividos y los distintos afectos que la Nicaragua revolucionaria le generó al autor de Rayuela. “Tan violentamente dulce”, es esa frase de Cortázar tan precisa y tan conocida, que circuló por todas partes en un tiempo que hoy parece tan lejano del que se vive.

Pero Sergio Ramírez también ejerce y ha ejercido el periodismo y así lo hizo en esos días. Él entrevistó a Francisco Rivera Quintero, “El Zorro”, guerrillero desde la adolescencia, uno de los líderes de la insurrección popular en Estelí, cuyos combates fueron fundamentales para la victoria sobre la dictadura y para la derrota de la Guardia Nacional. Lo entrevistó por horas para la televisión en 1988 y luego transcribió, corrigió y le dio forma literaria a esa entrevista. Y definitivamente lo logró, porque La marca del Zorro, así se llama el libro, es una joya, no se puede dejar de leer, es una crónica de guerra, es un libro de aventuras, es la biografía de un guerrillero que permite el ingreso de los lectores al espíritu de un pueblo en uno de sus momentos más heroicos. Un espíritu que este escritor que fue vicepresidente, conoce como pocos.

Escritor a tiempo completo

Era el tiempo de volver a la literatura y lo hizo con Un baile de máscaras (1995), su novela sobre su familia, sobre Masatepe y sobre sus tradiciones. Esa fue su primera obra publicada con la editorial  Alfaguara, se la publicó Juan Cruz, el editor y periodista cultural canario. Pero fue con Margarita, está linda la mar que todo cambió. Esa novela sobre el cerebro de Darío, sobre Rigoberto López, sobre la dictadura de Somoza García, sobre los amigos de la casa Prío en León, ganó en 1998 el premio internacional Alfaguara que, entre otras cosas, le otorgaba ciento setenta y cinco mil dólares.

El anuncio se lo hizo Carlos Fuentes, que era miembro del jurado y lo llamó una mañana a Managua; él caminaba entre su dormitorio y la cocina cuando sonó el teléfono y Fuentes le contó todo, además, le dejó una ingrata tarea por cumplir, no decírselo a nadie hasta que el premio saliera anunciado en conferencia de prensa. Ahí su vida de escritor tomó otro rumbo y vinieron sus demás libros, esos que lo han convertido en el principal, o por lo menos uno de los más importantes novelistas centroamericanos y latinoamericanos de la actualidad.

Mientras vivió en San José de Costa Rica en los años sesenta, comenzó a leer a los novelistas que primero fueron sus maestros y después sus amigos. Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y el mismo Carlos Fuentes, de quien siempre admiró, además de sus excelentes novelas, su participación activa en la opinión pública. Y ese es el vínculo que todavía une a Sergio Ramírez con la política, sus artículos de opinión en los que, con una pluma entrenada en mil batallas, arremete contra las dictaduras, contra la concentración de poder en pocas manos, contra lo que él llama el sueño chino de construir un canal interoceánico que atraviese el lago de Nicaragua; escribe a favor de la democracia, de la libertad de expresión, de la literatura como práctica imprescindible en la vida social y también escribe a favor de conservar la memoria y no dejar enterrados en el olvido crímenes y atropellos, como el asesinato cobarde de la activista ambiental hondureña Berta Cáceres a quien le dedica uno de sus últimos artículos.

El perfil

Está por cumplir setenta y cuatro años, vive con Tulita, su esposa de toda la vida, tiene tres hijos y siete nietos, es alto, fuerte a pesar de los años, de primera entrada irradia una seriedad que contrasta mucho con el humor de sus libros y con su generosidad indiscutible. Da la impresión de ser un patriarca inflexible y es todo lo contrario, sin embargo, siempre se da su lugar, corta una conversación cuando ya no le interesa seguirla, escucha atento las preguntas que se le hacen, se da cuenta de un error en la intervención de un entrevistador y a pesar de eso lo perdona y deja continuar la entrevista. Piensa mucho lo que va a decir, es afectuoso y genera eso que provocan las grandes figuras, una incomodidad, un temor de quedar mal.

Ahora también llegan los intelectuales, los periodistas y los escritores a buscarlo a Managua, tal y como ocurre en el encuentro de narradores Centroamérica Cuenta que él organiza y que ya lleva cuatro ediciones contando la de este año. Peruanos, españoles, haitianos, argentinos, centroamericanos, mexicanos, franceses, colombianos, escritores de todas partes llegan hasta Nicaragua solo porque es él quien los convoca. Y ahí se le puede ver, a veces en el escenario de las exposiciones dando una conferencia o dirigiendo una conversación, a veces en las sillas del público poniendo atención como uno más, como cualquier otro y sin embargo es el que ordena todo, el que resuelve los enredos, el anfitrión y el referente del encuentro. De alguna forma, es el mejor embajador que tiene Centroamérica.

Viaja mucho, da conferencias, recibe premios, asiste a las ferias del libro más importantes del mundo, dirige una revista digital dedicada a la literatura, apoya a los escritores jóvenes con vocación de padre o de maestro, principalmente lo hace con los nicaragüenses, pero su ayuda también la sienten otros escritores en Centroamérica, una región donde jóvenes y viejos lo admiran y lo quieren. Desde luego que también existen los que lo hostigan, pero eso es otro cuento, uno que contrasta mucho con el afecto que se siente cuando se camina por las callecitas empedradas de Masatepe y se le pide a la gente una referencia suya. La respuesta siempre es la misma: ¡Sí hombre, claro, así es Don Sergio!

Suscríbase al boletín

Ir al contenido