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Caricaturas entre “signos caba lísticos”

En medio de tanta cursilería y publicidad que atosigan este mes de febrero, la investigadora Ana Cecilia Sánchez nos trae esta historia de amor

En medio de tanta cursilería y publicidad que atosigan este mes de febrero, la investigadora Ana Cecilia Sánchez nos trae esta historia de amor y mensajes cifrados, ocurrida hace casi un siglo, alrededor de un destacado artista de la caricatura periodística costarricense.

En los años 1920, el Diario de Costa Rica anuncia la publicación del álbum de caricaturas de Paco Hernández entre signos de suspenso:

“Se nos olvidaba decir que este Paco que aquí se ve, es el mismísimo autor de las famosas caricaturas dominicales –con signos cabalísticos- que se publican en el Diario de Costa Rica. Se publicarán en un álbum –las caricaturas, no los signos cabalísticos- cuando él, Paquito, tenga tiempo de hacer unos dibujos para unos anuncios; dice que ahora está muy ocupado. Ya se ve: el futbol y… ¡detente, pluma!” (1º de junio de 1924).

En efecto, entre 1923 y 1924, las caricaturas de Paco exhiben discretos signos de su vida personal. Casi secretos e imperceptibles, convocan a aquella jovencita que le había deslizado bajo la puerta del estudio fotográfico un corazoncito negro de tela. Tras el baile de fantasía, ella había ido a retratarse vestida de colombina y más tarde le había enviado en un sobre anónimo uno de los adornos de su falda. Como un guiño de complicidad, el corazoncito aparece dibujado en la próxima caricatura dominical. Días después, enamorado, dibujaría las letras iniciales de su amada: C.R., la mujer que desposaría y cuyas iniciales coinciden curiosamente con las de la patria donde funda su hogar. Ya novios, dos cuadritos entrelazados enuncian su amor.

Así, escondido en la crítica seria y mordaz, Paco remite –cifrado- un mensaje a su amada. Resguardando aquellos primeros galanteos, sus caricaturas político-electorales se transfiguran en una forma de comunicación personal: un punto de confluencia de la esfera pública con la íntima. Sin una ubicación fija, aquellos signos narran -en su lenguaje propio- la primicia de una historia de amor: dulces enunciados de un relato incierto, apenas aludido.

En cierta forma, las caricaturas glosan –y anticipan- la Tesis sobre el cuento del escritor argentino Ricardo Piglia, donde  expone una teoría que podríamos aplicar a la narración gráfica: “Un cuento siempre cuenta dos historias. (…) Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario” (Formas Breves, 2000). La caricatura suele parodiar -e ironizar- sobre episodios de la vida pública, es decir, construye su mundo a partir de otro, que convoca y comenta, pero que sobre todo revela.

Sin embargo, en aquellos años, los dibujos de Paco abrigan otro relato secreto, uno más, dirigido a una interlocutora única, quien aprehende feliz los invisibles guiños. Al hablarle a su amada, Paco inserta el amor en la política y la oralidad en la escritura –como lo hace en sus otras caricaturas- e interrelaciona ambas esferas: la realidad extratextual (fuera del texto) y la intratextual, desde el espacio privado, además del público.

Empero, entre el mundo político que denuncia y el amoroso que construye, no hay causalidad ni lógica. Tampoco los “signos cabalísticos” crean confusión: ajenos al universo mostrado, están presentes en forma silenciosa y secreta (“están aparte”). ¿Será ese relato la verdadera historia que Paco quiso contar y no la que desciframos como esencial? Como un oráculo borgiano, la narración oculta definirá la vida real del dibujante. ¿Juego? ¿Humor? Dos caras de una misma moneda llamada caricatura.

No obstante, el matutino se equivoca: cual juego de muñecas rusas, el Álbum (1924) sí resguarda algunos de aquellos mensajes amorosos y los escolta hasta hoy. Secretos a voces en código icónico: viejos ecos con huellas de gato…

Promocionado como Alegría para grandes y chicos, el Álbum responde a una práctica usual -desde fines del siglo XIX, en el campo de la fotografía de vistas-, pero en él, Paco inmortaliza caricaturas con sus “signos cabalísticos”, según los nombra el Diario en son de chanza y suspenso. El 13 de abril de 1924, a modo de estrategia para interesar al público lector y hacerlo su cómplice, el matutino había escrito:

“Hace días que Paco se ha vuelto enigmático, hasta en sus caricaturas. / ¿Habéis visto, por ejemplo, en esas caricaturas un corazoncito a manera de ex libris? / En ese corazoncito hay mar de fondo. / Pero ahora le ha sustituido por las iniciales C.R. / ¿Qué habrá querido expresar con esas iniciales nuestro estimado colaborador? (…) Que lo averigüen los lectores. Porque nosotros estamos a oscuras”.

Dos años antes, había exhibido la fotografía de “una simpática gitana” (C.R.), entre los nueve retratos que integraron la plana de la información gráfica del Baile de media fantasía (7 de junio de 1922). Todos de Foto Hernández. Ahora sabemos que aquella historia de amor caminó por la prensa y se redondeó con los trazos mágicos de la imprenta…

“Amigo don Cipriano: La caricatura de mañana se la quedo debiendo. Venga por ella a la luna, la de miel se entiende. Acabo de confesarme y no quiero ofender a nadie en un día como hoy. ¡La cosa no es tan chiche como parece! Se lo asegura su affmo Paco”.

Evidenciando una relación muy familiar entre el dibujante, la prensa y sus lectores(as), la nota humorística –una excusa personal: manuscrita, en lenguaje coloquial y firmada por el novio-, acompaña el dibujo de la portada dominical: Camino a la luna…, su propia luna de miel (27 de setiembre de 1925). La imagen captura un instante que simboliza el presente eterno y maravilloso de los cuentos de hadas: “… y vivieron felices para siempre”.

Ocho días después, en abierta persecución, sus mascotas llenarán el espacio entre el titular: “Sin Dios, sin ley y sin amo…” y la nota al pie:

“Durante su viaje a la luna, Paco Hernández dejó a nuestro cuidado sus dos favoritos, pues no hacían falta “lámparas” y los endemoniados animales viven como se ve en el grabado, es decir, como perro y gato” (1º de octubre de 1925).

A la siguiente semana, el matutino bromeará con la ausencia del dibujante en la propia sección y bajo el título: La caricatura de hoy:

El Sol, gran diario de Madrid, suele publicar, de cuando en cuando, en el lugar acostumbrado para su caricatura, una leyenda así: “Hoy no nos es posible publicar nuestra acostumbrada caricatura. El Censor no le ha permitido a Bagaría que saque a la luz del sol sus monos”. / En Costa Rica, que sepamos nosotros, no hay censura: al menos no la hay militar. Sin embargo, de cuando en cuando, nos vemos en la imprescindible necesidad de decir: Hoy no es posible publicar nuestra acostumbrada caricatura. (…) no sabemos cuál Censor le ha venido a tachar los monos a Paquito Hernández de esta fecha. / Pero lo cierto es que él se ha inventado su censura y hoy la ha puesto a funcionar” (8 de octubre de 1925).

Así, el Diario narra el final feliz del cuento y cierra el “relato por entregas”. En setiembre había publicado la crónica de las nupcias Hernández–Romagosa y una nota con el listado de padrinos, encabezado por el presidente Ricardo Jiménez Oreamuno  (25 de setiembre 1925). El día del casamiento, un “Epitalamio” que inicia así: “La boda de nuestro noble y querido camarada Paco Hernández, es para nosotros motivo de profundo regocijo…”. En aquel entonces, el caricaturista era un personaje significativo para la prensa –en tanto medio- y para su público.

El Diario de Costa Rica luce la boda como un acontecimiento de alto nivel, como un modelo. Una crónica social… un relato de amor… un cuento de hadas… “real”. Asimismo, una forma de asegurar el vínculo del público con el matutino: una estrategia comercial como las de hoy.

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