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Cantar de los cantares

La lectura del Cantar es un asunto que cada cual debe hacer lúdicamente; no hacerlo es privarse de la complicidad que da el deleite.

La lectura del Cantar (traducción de J. Lazarraga) es un asunto que cada cual debe hacer lúdicamente; no hacerlo es privarse de la complicidad que da el deleite.

En términos generales, el Cantar es un conjunto de poemas de amor que resaltan lo erótico (‘placentero’) del amor de pareja en sus múltiples facetas, escrito alrededor del año 400 a. C., cuando Jerusalén estaba sometida a los persas.

El carácter controversial siempre ha acompañado al Cantar. En el año 90 d. C. los rabinos discutían si era un libro canónico o no. Su aceptación, parece, estuvo asegurada porque el pueblo judío gustaba de él y porque su lectura era obligatoria en la celebración de la Pascua. En este sentido, queda asegurada la pertinencia del texto vía la exégesis rabínica. El lugar que ocupa en la Biblia es entre las oraciones y las profecías (en el canon de los LXX). En 1572, fray Luis de León fue acusado por la Inquisición a causa de haber traducido al castellano el Cantar y encerrado en la prisión de Valladolid durante cinco años. El Cantar ha sido y es, por su temática (el amor erótico), tabú.

El Cantar es un texto desobediente, pues, por más ropas que le pongan para cubrirlo –se impone su desnudez-, en él no hay claridad, por ejemplo, respecto del casamiento (unas veces habla de “novios” del mismo modo que trata de “hermanos” [para indicar cercanía, no consanguinidad] sin ningún compromiso que ‘oficialice’ la relación como tampoco el sentimiento de falta por eso) ni acerca de la cuestión de los hijos, tema obligatorio en las bendiciones y poemas de matrimonio (los amantes no viven en la misma casa). Parece, eso sí, que el texto asume el cuerpo retando los límites de la ley y el freno de la pureza.

Ante la idea del cuerpo como pecaminoso, el CC afirma el cuerpo como bendición: los compromisos están en el corazón sellado por el amor, el cual es fuerte como la muerte (8,6).   Delante del cuerpo amado con la metodología de la seducción. ¡Ah¡ ¡Con mucho placer!

Es un discurso amoroso que seduce a quien se deje seducir por el conocimiento a partir de los sentidos. Cada uno de los sentidos enseña algo.

La vista

Este es considerado el sentido del mundo en cuanto tal. Por él se nos hacen presentes las luces, los colores, las formas, además “su contexto, su red de relaciones mutuas”. También la vista nos ofrece el aquí, nos ubica en relación con los otras (personas, seres, etc.). El rostro tiene una especial importancia porque muestra la intensidad de lo que sale de dentro.

En el Cantar leemos (1,5): “Soy morena y bella”, el color oscuro no se torna una fealdad, sino que su piel tostada por el sol de Oriente la hace digna de todo el amor. También es referido como narciso y azucena (2, 1), como un capullo abierto, fresco y perfumado. Pero, prescindiendo del tipo de flor, lo cierto es que la muchacha se siente orgullosa de su cuerpo, que va abriendo y floreciendo desde su juventud hacia su madurez física. El Sarón (2, 1) es la fértil llanura costera al norte de Tel Aviv, de la que Isaías (35, 1-2) menciona su esplendor (vinculado especialmente con el narciso). Es la ‘orografía’ del cuerpo.

Una segunda comparación realza más la belleza morena, visualmente: “como los pabellones de Salomón”, símbolo de la magnificencia del suntuoso rey de Israel, de alguna otra forma se la compara con el reinado de Salomón, edad de oro de su historia. “¡Cómo resaltan tus mejillas (…)” (1,10), las cuales desbordan belleza como joyas. Nada en la amada resulta menos deslumbrante (deseable), porque en su físico no hay defecto alguno. Ella, no obstante “morena”, es como un ‘lirio’ del campo, sencilla pero majestuosa. Contemplarle a ella ineludiblemente roba el corazón en sus miradas: “¡Envuélveme con tu mirada, que ella me conmociona” (6,5). De los pies a la cabeza (7,1-6), la descripción -la regia presencia del ser amado- muestran, por ejemplo, el contorno de las caderas como una joya; el ombligo, un ánfora en que no falta el vino; el vientre, acervo de trigo; los senos, ‘racimo para mí’; la cabellera, púrpura real… “¡Qué bien me has amenizado con tus delicadezas, amor!” (7,7).

El oído

El ambiente se manifiesta por el oído. El sonido también juega un papel clave como afirmación. “Cinta de escarlata son tus labios; y tu conversación, un encanto” (4,3), “El gustarle es delicioso; y todo él, puro encanto” (5,16): la palabra –su garganta- es la suavidad misma, amigo/a y amado/a ideal. Los sentidos transfiguran y oír puede ser una forma de gustar/lamer: “en lo recóndito del desfiladero muéstrame tu figura, hazme oír tu zureo; porque dulce es tu zureo y agradable contemplarte” (2,14). En el CC se afirma el otro en la palabra, pues su palabra pasa por el filtro de la sensualidad, del erotismo. La lectura que se haga de la palabra hablada tiene que ver con la cercanía con que esta acaricia.

El tacto

La efectividad de las cosas, el sentido de realidad, o de la apariencia. Tocar es poseer. Cuando la pena o la alegría nos invaden, el con-tacto consuela y comunica esta; el abrazo y el beso rompen todas las barreras y llegan hasta la intimidad (“Mi amante mete la mano por la abertura, y me estremezco al sentirlo” [5,4]). Los labios de la amada son carnosos, sus cabellos negros y sus dientes, blancos (4, 1-3). Esta descripción valorativa lleva a los pechos de la amada: dos cervatos, mellizos de gacela, es decir, idénticos, propios de una mujer en su juventud. A la vez, ella es huidiza, sin experiencia: nadie la ha perseguido ni acosado ni tocado. “¡Toda tú eres bella, amiga mía; y eres perfecta”! (4, 7). Es un epílogo admirativo. Esto es, “Me enamoraste gemela mía” (4, 9). No se trata de sentimentalismo, sino de una solidaridad afectiva entre los enamorados hasta llegar a la ternura, pero desde el erotismo y la sexualidad. Su cuerpo es un huerto, un cuerpo fértil y voluptuoso. La muchacha confiesa que sus ‘entrañas’ se excitan al sentir la ‘mano’ de su amado hurgando la ‘abertura’ (5, 4). La muchacha se entrega, porque sabe que el ‘huerto’ le pertenece a él y está autorizado a saborear sus frutos exquisitos. Con delicadeza, él hace que ella ceda en la consumación del amor físico. Así, segrega líquidos fruto de la excitación, sus manos destilan mirra (5, 6). “Me pongo a abrir a mi amante. Y mi amante eufórico penetra. Me desvanecí del todo ante él”, en la experiencia del coito. Y es que ella es como un “ejército en formación”.

El cuerpo de la muchacha o las partes íntimas es una planta de la que mana vino/amor (1,2). Su cuerpo es un tóxico. Aclaremos, no solo es viña/vino, también la ha metido en la bodega (2, 3), ‘la casa del vino’. La bodega es el lugar donde se puede ser víctima de un tóxico, hasta que se pierda la conciencia. En la bodega se queda fuera de sí, exhaustos. Por eso la muchacha solicita tortas de pasas, algún tipo de reconstituyente casero que le devolviese el vigor desgastado por su deseo erótico o por la consumación física del amor (2, 5). El amado, por otra parte, es el rey (1,12) [forma metafórica de remarcar la dignidad amorosa], y el ambiente rebosa de aromas y sensualidad. Él es la esencia del amor. En el nardo, la mirra y la alheña, el lector ha de sentirse implicado en el erotismo que se desprende del reposar entre los pechos de la amada (1, 13). Se conjetura que el ‘nardo’ (1, 12) hace referencia a una parte del cuerpo de la amada; no hace falta decir cuál. Cual racimos, el cuerpo de la amada.   Ante la belleza física del cuerpo de su amado, a ella le gustaría estar a su sombra, es decir, experimentar su protección (2, 3), pero, además, le gustaría ‘catar’ el fruto del nuevo árbol. “Llévame aprisa contigo” (1, 4). La pasión acelera el paso: ‘corramos’. El deseo amoroso no soporta verse sometido a nada y menos ser esclavo del tiempo. Ella desea que su jardín difunda la intensidad de sus olores, de modo que el amado se sienta impelido a penetrar en él, vencido por el deseo (4, 16). Con sólo que le mira, lo vuelve loco (6, 5).

El CC alfabetiza, enseña a tocar. Es decir, a tener con-tacto y a saber tenerlo: los dos cuerpos que se encuentran son como dos ejércitos que se enfrentan, la bandera del combate es el amor. De este contacto, ambos sienten el desfallecimiento (2,5). Pero, “y su diestra me abraza”, hace caer en el éxtasis: dormir en los brazos del amado implica la felicidad; la posesión amorosa en el contacto indica la importancia del encuentro y la consumación del amor. Así, “Mi amante es mío, y yo soy suya” (2,16). El papel activo de la mujer es enunciado con claridad en el CC: varón y mujer han de hacer lo propio para el encuentro; no más espectadores, sino actores que vivan sin ninguna vergüenza su sensualidad, de manera solidaria, asumiendo festivamente la dicha de sentir su cuerpo a través del otro cuerpo. El cuerpo no tolera mediadores ni mediaciones.

El olfato

Primitivamente este fue el sentido más importante. Aún hoy los pueblos con una civilización orientada de manera distinta a la nuestra nos aventajan por su olfato. De hecho, es el sentido menos explorado y el de vocabulario más pobre. Pero “el aroma de tus perfumes ¡mejor que el de los bálsamos!” (4,10), esto es, que ningún olor de las más exquisitas especias es mayor que el de sus vestidos. De igual manera, “y el aroma de tu pezón como el de las manzanas” (7,9). El olor de la persona amada es como un incienso que penetra, es acercar el cuerpo para la caricia, para el beso. Huelo luego degusto. [Llama poderosamente la atención que, por ejemplo, los brasileños contemplen el ‘cheirinho’ como una forma de saludo. La palabra cheirinho es un diminutivo que podría traducirse como ‘olidita’ (de oler) y que denota el rescate de la corporeidad a través del olor.] Como otras tantas, no hay olores feos, sino olores diferentes que, para el gusto de unos, son desagradables y, para otros, el anticipo de un banquete.

El gusto

El gusto también fue decisivo para los pueblos primitivos. De resonancia resulta una palabra en su contexto: sabio, etimológicamente, es ‘el que entiende de sabores’, quien ‘sabe’ qué alimentos ‘saben’ buenos y qué malos, la autoridad en materia de alimentos. No es comer por comer, sino comer por el placer.

El festín amoroso es comparado con el banquete de exquisitas comidas y bebidas; en lo festivo y solidario, el amado es un árbol que ofrece rico fruto y generosa sombra a quien come (2, 3ª y 4). Las metáforas usadas muestran el efecto seductor sobre el amado: más deliciosos que el vino, como la miel dulces son sus labios (4,11). En el festín, metáfora para el encuentro nupcial, la amada es recogida por el esposo; con plena confianza entre el jardín, va a probar las comidas y bebidas deliciosas, la miel, la leche, el vino. Todo el cuerpo es comible, bebible.

El beso es capital, porque es una caricia dada con los labios, expresando una vinculación afectiva a una persona. Besar todo el cuerpo es una experiencia lúdico-amorosa que abre a ‘más’ sin llegar nunca a ‘totalmente’. Es un estado, no un lugar: “Bésame con besos de boca, que tus amores son buenos, más que el vino” (1, 2). Y este estado tiene un paralelo espacial, el jardín. La gracia del amor está acompañada por los aromas, la hierba, los sabores, donde el cuerpo muestra sus en-cantos (porque es poema) para describir sin malicia la delicia de los cuerpos. En este jardín se les permite al varón y a la mujer andar desnudos sin avergonzarse.

El CC termina allí donde había empezado: en la exaltación del amor humano y en las delicias del abrazo amoroso. Como dijo el Rabí Aquiba: “El universo entero vale menos que el día en que le fue entregado a Israel el Cantar de los Cantares, pues, aunque todas las Escrituras son santas, el Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos.”

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