Una vez pasada la marea discursiva a propósito del otorgamiento del premio Nobel de Literatura al cantautor usamericano Bob Dylan, conviene acercarse de manera más sosegada al acontecimiento y sus diversas aristas.
Tirios y troyanos discutieron sobre la conveniencia o no de la premiación a un tipo que, además de poeta, es compositor y cantante; es decir, músico. Largas parrafadas, ditirambos, diatribas, condenatorias; de todo como en bazar provincial. Tal vez eso fue lo positivo de la decisión académica en Estocolmo: abrir la discusión sobre el alcance de un premio que muchos consideran sacrosanto y símbolo de la excelencia en el planeta.
Lo primero: el Nobel es un premio más, punto. Su valor es estrictamente político, mediático y, claro está, financiero. Lo literario y artístico, incluso lo científico, a veces quedan de lado. Y Dylan no fue la excepción: bajo el marco del triunfo de Donald Tump en Estados Unidos, la academia sueca apostó por la puesta en valor de lo más profundo del arte popular usamericano: su música, su trova, su alma. ¡Enhorabuena! De paso se reconoce a Dylan como culmen de los Beatniks y del profundo movimiento poético underground de ese país.
Lo segundo: Dylan no es el mejor, pero sí un notable poeta; por demás, contracultural. Sus canciones (sus letras específicamente) así lo atestiguan, sobre todo si se entiende que las mejores fueron escritas durante plena guerra fría. Bastan tres ejemplos: Masters of war (Maestros de la guerra, 1963), A hard rain’s a gonna fall (Dura lluvia va a caer, 1963) y Like a Rolling Stone (Como una piedra que rueda, 1965). Claro, algunos hubiésemos preferido el galardón para Leonard Cohen (¡no se pierdan su discurso de recepción del premio Príncipe de Asturias!: “la poesía viene de un lugar que nadie comanda”) o Silvio Rodríguez, ese otro gran poeta/cantautor cubano bendecido por muchos y vilipendiado por no pocos. Pero, ya lo dije, Bob Dylan es Bob Dylan: un ícono de las culturas populares usamericanas.
No obstante, hay un ejemplo que quiero traer a colación para terciar en la “discussia”: Sixto Rodríguez. (Sí, parecido nombre al de su colega caribeño, ¿cierto?). Mejor conocido como Rodríguez (Sugar Man más tarde, debido a la canción/éxito del mismo nombre), este cantautor fue invisibilizado totalmente por el stablishment usamericano y su corrupta industria del espectáculo. De origen mexicano (chicano) y nacido en una ciudad emblemática para la industria y la lucha obrera norteamericana (Detroit, 1942), este hombre de azúcar (lo llamaron Sixto por tratarse del sexto hijo en la familia), a pesar de su reconocido talento, pasó desapercibido. Claro, sus canciones hablan de la violencia que enfrentan los sectores pobres y marginados de las grandes ciudades.
En 1967 (bajo el nombre Rod Riguez) prensó el sencillo I’ll Slip Away en el pequeño sello Impact. No produjo más hasta que en el 70 firma con Sussex Records, filial de Buddah Records. Cambió su nombre profesional a Rodríguez y grabó dos álbumes: Cold Fact (1970), y Coming from Reality (1971). Luego de recibir críticas negativas y por bajas ventas, fue despedido. Sussex cerró en 1975. Entonces renunció a su carrera tras fracasar en el intento de ocupar un sitio en la escena musical estadounidense.
Sin embargo, a pesar de ser desconocido en su país natal, a mediados de los años 70 sus álbumes comenzaron a sonar en países como Sudáfrica, Rhodesia (Zimbabue), Nueva Zelanda y Australia. Luego de agotadas las copias de Sussex, el sello australiano Blue Goose Music compra los derechos para Australia y reedita dos álbumes de estudio más uno de compilación: At His Best, que incluía grabaciones inéditas del 76, tales como Can’t Get Away, I’ll Slip Away (una regrabación de su primer sencillo) y Street Boy. Sin el conocimiento de Rodríguez, logra disco de platino en Sudáfrica, donde alcanza estatus de músico de culto.
Gracias al inesperado éxito, en 1979 realiza una gira por Australia acompañado por la banda The Mark Gillespie Band. Dos conciertos de la gira son editados en un álbum exclusivo para Australia, Alive (Vivo). El título jugaba con el rumor de que había fallecido años atrás. En 1981 regresa a Australia para una gira final con Midnight Oil, tras la cual se retira de la vida pública. Pero en 1991 sus álbumes son editados en Sudáfrica, por primera vez, en CD. La fama que había alcanzado en ese país le era completamente desconocida, hasta que en 1998 su hija mayor, Eva, encuentra un sitio web dedicado a su obra. Y en 1998 hace su primera gira sudafricana. Un documental acerca de la gira, Dead Men Don’t Tour: Rodríguez in South Africa (1998), fue televisado en SABC TV en el 2001. Más tarde se presenta en Suecia de paso a Sudáfrica en 2001 y 2005.
En el 2002 su canción más célebre, Sugar Man, aparece en Come Get It I Got It, álbum mix del DJ David Holmes, lo que le concede nueva y amplia difusión en la radio australiana. (Sugar Man había sido remezclada con You’re Da Man, en el álbum Stillmatic del rapero Nas, 2001). En el 2007 regresa a Australia (gira Rodríguez Australian Tour 2007), tocando en el East Coast International Blues & Roots Music Festival, conocido como Byron Bay Bluesfest, y al que regresa en 2010 (conciertos en Melbourne y Sídney). Finalmente, se realiza una película acerca de su vida, Looking for Jesus. Sus álbumes Cold Fact y Coming from Reality se reeditan en 2009 por Light in the Attic Records. En el 2012 se estrena el documental Searching for Sugar Man, dirigido por el sueco Malik Bendjelloul y ganador del Óscar, el cual permite a miles de personas su re-conocimiento.
Sirva este artículo como homenaje a ese Sugar Man de tez morena y aindiado, obrero e hijo de inmigrantes mexicanos. Un poeta cantor sin sexx appeal y sin linaje pero con un talento y una obra que, si de eso se trata, bien pueden competir con Dylan y muchas otras estrellas del rock usamericano e internacional. Con una diferencia: desde el margen, desde lo profundo; es decir, mucho más radical.
Sí Bob: To live outside the law you must be honest (“Hay que ser honesto para vivir fuera de la ley”).