Suplementos

Badiou, una filosofía suspendida

El año 1989 fue catastrófico en la accidentada historia del comunismo del siglo XX.

El año 1989 fue catastrófico en la accidentada historia del comunismo del siglo XX. Aquellos camaradas que sostenían la variante soviética advirtieron que tras el espectáculo mundial de la caída del Muro de Berlín que tuvo lugar en noviembre, sus días estaban contados. El fin de la revolución había sido televisado. Y, en efecto, la propia URSS se autodisolvió en diciembre de 1991.

En cuanto a los otros comunistas, aquellos que detestaban la ineficiencia y la dictadura de la nomenklatura soviética, tampoco pudieron evitar que el derrumbe de esta los arrastrara. El dilema consistía en distinguir entre quienes estaban sufriendo una caída transitoria y quienes se encaminaban al basurero definitivo de la historia.

Fue en ese año cuando el célebre pensador y comunista (variante maoísta) Alain Badiou se preocupó también por el destino de la especulación teórica en general, que también creía amenazada, y publicó su Manifiesto por la filosofía. En paralelo al ocaso de comunismo “realmente existente”, un excamarada (pero variante trotskista), Jean-François Lyotard, también teórico y francés, había venido insistiendo desde hacía una década en ciertas nociones que afectaban el corazón de la idea. Lyotard explicaba que el socialismo marxista no era más que otro gran relato moderno que había pretendido explicar todo y ahora se abocaba a la más completa irrelevancia. La caída del Muro de Berlín parecía sellar la suerte de todos los grandes relatos, no solo del marxista, pero especialmente de este.

Un manifiesto en medio de la debacle

Las pérdidas de la izquierda eran en realidad mucho mayores. Porque ese gran derrumbe impactaba también en el discurso teórico en el que, en parte, se apoyaba el relato de Marx. Sus adversarios aseguraban que ese pretencioso cuento emancipatorio había dejado de seducir porque derivó en la opresión. La realidad parecía estar del lado de Lyotard, quien falleció en 1998 y, por tanto, no llegó a comprobar la magnitud del ocaso que vaticinó.

Alain Badiou reaccionó, enérgico, ante esta situación. En su manifiesto, recién traducido al español, sostuvo que el pensamiento teórico sentía responsabilidades por las masacres del siglo XX mientras que otras disciplinas se mantenían ajenas. Esta responsabilización aumentada condujo a una serie de errores. En primer lugar, a una crítica filosófica a la técnica que no tenía relación con la verdadera implantación de esta. Detestábamos la hegemonía de la técnica, pero en realidad no teníamos bastante. Los treinta años que nos separan de esta afirmación nos invitan a revisarla.

El promotor de esa equivocada actitud frente a la técnica –que en el fondo era un resentimiento ante la modernidad— fue uno de los filósofos más relevantes del siglo pasado, Martin Heidegger, quien echaba de menos un mundo rural y arcaico, asegura Badiou. La crítica heideggeriana al nihilismo que domina las mentalidades contemporáneas no logró ser eficaz porque se respaldaba en la nostalgia de unas irrecuperables relaciones entre litúrgicas y pueblerinas.

En contraste, una crítica efectiva debería explorar las relaciones entre el dominio del nihilismo cultural y el imperio real del capital. Todo conduce a la conclusión de que vivimos en una época antiplatónica, ya puesta de relieve por Nietzsche, quien detestaba a Platón y por extensión al cristianismo que, según creía, lo había popularizado. Era una manera de decir que el mundo se había vuelto antifilosófico.

Otros diagnósticos, sin embargo, consideran que fue la filosofía la que se volvió un discurso muerto. Badiou se resiste a ese dictamen fatal y considera que ella no está acabada sino solo suspendida. La disciplina, afirma Badiou, reconoce suturas: en su jerga esto significa que la filosofía mantiene relaciones vitales con otros dominios culturales como la ciencia, el arte o la política.

¿Regresa el socialismo?

Más de un cuarto de siglo después, en una conferencia de 2016, ahora publicada en castellano bajo el título ¿Qué entiendo yo por marxismo?, Badiou resalta la noción de clase social. La política necesita de ella para aclarar intereses, definir objetivos y organizar la acción colectiva. Clase social implica no solamente una mera información sobre la situación personal dentro del espectro de ingresos y patrimonios puesto que de ella se deriva también una actitud política grupal.

El socialismo marxista, que había situado la condición de clase en el centro de su política, configuró una modernidad peculiar surgida de la propia modernidad. Se trata, por cierto, de una teoría, pero eminentemente orientada hacia la práctica. En eso se distingue de la filosofía, sostiene Badiou, pero no se diferencia de otras disciplinas modernas como el psicoanálisis, con el que también comparte la polémica sobre una realidad a la vez distorsionada y revelada por la palabra. Por su orientación hacia la transformación, tanto el marxismo como el psicoanálisis son variantes de antifilosofías, puesto que no se limitan solo a la interpretación.

La paradoja para el antiguo maoísta Badiou es que mientras China se ha convertido en rival del capitalismo y al mismo tiempo en el espacio ideal para la reproducción ampliada del capital sin molestias sindicales, las ideas socialistas reviven en EE. UU. con una fuerza juvenil que nadie podía imaginar en 1989.

Tomado de Ñ

Suscríbase al boletín

Ir al contenido