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Archosaurio: al margen de nosotros mismos

Muchos son los enfoques e interpretaciones a los que puede dar cabida la novela Archosaurio del autor costarricense Bernabé Berrocal.

Archosaurio

Bernabé Berrocal

Novela

Editorial Uruk

2017

Muchos son los enfoques e interpretaciones a los que puede dar cabida la novela Archosaurio del autor costarricense Bernabé Berrocal. Queda establecido, entonces, que lo aquí se consigna no tiene carácter definitivo ni categórico, ni siquiera para quien suscribe esta nota. Se trata de una entre tantas lecturas posibles y de ninguna manera agota la riqueza plurisignificativa de esta nueva obra de ficción, que de forma sugerente y original nos enfrenta a nuestras sacralidades idiosincráticas,  tanto a las que atañen a las virtudes humanas como a las del pueblo costarricense.

Sin sutilezas en la caracterización de los personajes y de sus circunstancias, Archosaurio nos conduce a un espacio psicológico en el que habita el delirio furioso de la vida. Se trata de una obra en la que no hay moralejas ni concesiones ni condescendencias, como no las hay en la vida per se. El lenguaje mismo y la técnica narrativa denotan y connotan un tipo de vorágine que desde muy adentro y tal vez desde tiempo inmemorial avanza  imparable, obedeciendo solo a su propia inercia y en pos de su agotamiento. Los personajes a merced de esas fuerzas ajenas pero propias, perfilan sus vidas entre la sobriedad y la embriaguez, entre el sueño y la vigilia, entre la superchería y los hechos, dando vida –una vez más- a la fusión entre tragedia y comedia y poniendo en marcha el carácter de sus historias y de sus desenlaces. En este sentido, en la novela no se hacen distinciones entre el ayer y el hoy, que corren paralelos a lo largo de toda la narración con límites borrosos y confusos: la vorágine fáctica y onírica es en esencia la misma y conduce a diferentes versiones de lo mismo.

Juan Santamaría abandona Alajuela para afincarse en Jacó Beach, llevando en su interior ese fogoso remolino, totalmente desapercibido frente a su propio vórtice y ante los acontecimientos que han de sellar su destino. Se muda con todos sus demonios, fantasmas y reflexiones, exorcizando una infancia de ínfulas épicas que no atravesaron su piel y que en cambio fisuran en tiempo intrínseco el sólido -pero no incorruptible- bronce debajo del cual quedó sepultado un hombre que quizá tan solo se rindió a su propia fascinación por el ardor del fuego, acaso un pirómano que tuvo la suerte de encender la quimera de una nación heroica. En el laxo y vacacional ambiente de Jacó Beach, Santamaría será interceptado por William Walker, quien ya aclimatado en la cultura local será determinante en la vida del desprevenido Juan, desatando el sino del que no lograrán apartarlo sus concisas e intermitentes consideraciones ni sus inquietantes y débiles recelos. Ambos personajes protagonizan esta otra gesta, en un tejido social impregnado de una especie de oportunismo constitutivo y delirante, sin que quede claro si se trata de un déjà vu, de un presagio o de ambos, intercalándose entre sí.

En Archosaurio, se coloca al lector frente a un escenario cotidianamente oculto por el calibre de su aceptación; un escenario en el que el mantra “pura vida” adquiere un significado distinto, tarantinesco, de vida pura en su más primario y prosaico sentido, pues entre el instinto y la subconsciencia es donde por regla general lo humano se constituye: prístino, salvaje, crudo, cruel e incontenible, sin ser desafiado por el escrúpulo resistente, porque este último demanda un esfuerzo sobre-humano de consciente vigilia que no garantiza de por sí un mejor destino y que tan solo estorbaría el paraíso idiosincrático en el que una vez recitado el mantra, todo adquiere un carácter cómodamente banal y hasta pueril.

La tesitura subyacente que le da paso a la novela, podría situarse en cualquier parte, simplemente porque –le demos crédito o no- lo humano, como lo muestra lo acontecido entre Walker y Santamaría, es esculpido esencialmente por los cataclismos que rompen desde los lugares más oscuros de las propias entrañas de los individuos y tiñen los tejidos sociales en los que sus avatares concurren; así lo anticipa Fitzgerald en el epígrafe cuyo sentido funciona como telón de fondo y, al mismo tiempo, como detonante a partir del cual la obra es narrada. No obstante esta indiscutible universalidad, Archosaurio es también una obra costumbrista que corrompe el sentido idílico del relato de nuestras institucionalizadas rutinas; por eso mismo, su lectura sin prejuicios –más allá de las anécdotas- nos obliga  a explorar, si ese otro sentido del “pura vida” es la médula de nuestra identidad individual y colectiva. De ser así, no deberíamos dejar pasar, sin que nos afecte, esa poderosa imagen en la que William Walker, mimetizado más que camuflado, nos hace cruzar la calle tan solo para decirnos al oído: pura vida será el epitafio de este país…

Concluyo, dejando la puerta abierta; de usted depende cruzar ese umbral y sumergirse en las entrañas de Archosaurio.

 

 

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