Es propio del pensamiento cristiano la idea de que las acciones altruistas son, en sí mismas, las manifestaciones últimas dentro de la acción ética de las personas creyentes y, ciertamente, muchas de las formas de entrega solidaria de las personas (creyentes y no creyentes) contienen en sí mismas un gran valor ético y exaltan los más altos valores humanos y religiosos a los cuales, como sociedad, debemos aspirar.
Aunque este tipo de expresiones pueden resultar deseables, resulta sumamente peligroso que exista una cierta narrativa dentro de la gestión del Estado en donde se le impone a determinados sectores (docentes, médicos, policías, campesinos, trabajadores) un discurso martirial que trata de normalizar la precarización laboral en temas salariales, salud ocupacional y condiciones materiales en donde los trabajadores se desenvuelven.
El, ya muy conocido, llamado a trabajar con “vocación y mística” es una de esas formas narrativas en las que se busca que los trabajadores no consideren de forma crítica las condiciones laborales que enfrentan en la cotidianidad.
Un ejemplo de lo anterior es el hecho de que los docentes de primaria y secundaria son los únicos funcionarios públicos que se ven obligados al uso de sus computadoras personales para el desarrollo de sus actividades docentes, o que, en muchos casos, los celulares personales se convierten en recursos institucionales para la comunicación institucional.
Dentro del gremio policial resulta vergonzoso cómo las autoridades apelan al tema del heroísmo como medio para encubrir la ausencia de recursos mínimos para la salvaguarda de seres humanos a los que se está poniendo en escenarios en donde sus vidas dependen de la presencia de condiciones materiales específicas para su protección (armas, chalecos antibalas, botas).
La última protesta de los especialistas de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) es el más reciente ejemplo de cómo la Junta Directiva de la institución desconoce que, para el optimo desarrollo de los servicios de salud, resultan innegociables condiciones salariales y materiales para que los especialistas de la salud puedan cumplir a cabalidad su servicio a la población.
Abraham Maslow (1908-14970) nos dejó como uno de sus legados más significativos la teoría de las necesidades humanas, las cuales se presentan de forma jerárquica ascendente desde las fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización.
Esta teoría, en su estructura básica, nos recuerda que los seres humanos somos seres históricos, situados temporal, geográfica y económicamente en unas coordenadas específicas y que es desde ellas que iniciamos el complejo de formar nuestra vida personal, social, profesional y existencia.
Desde esta perspectiva, resulta imposible pensar en cómo las distintas infancias y adolescencias, sin las condiciones materiales y sociales que propicien el desarrollo integral, pueden forjarse ellas mismas como seres autónomos y con las destrezas emocionales, sociales y laborales necesarias para la inversión dentro del mercado laboral costarricense.
Desde la perspectiva cristiana solamente puede existir salvación (del latín salvatio, hacer seguro, proteger) en la medida en que toda realidad social, religiosa y económica se sitúe en la órbita del cuido y la protección de la realidad humana, que no es ni más ni menos que una realidad corporal, situada histórica y particularmente frágil. Justamente, esta fragilidad es la que lleva a Maslow a reconocer en su teoría de las necesidades que no es posible hablar de humanidad y su dignificación sin crear las condiciones para cubrir las fragilidades que le son inherentes a su condición y desde las cuales los seres humanos forjamos nuestras historias de vida.
Finalmente, deberíamos preguntarnos si la actual crisis social en los ámbitos de la seguridad, la violencia, el aumento de la pobreza, la crisis de salud mental, así como el aumento en el consumo de sustancias se deben, primordialmente, al hecho de que las instituciones sociales encargadas de generar las condiciones para la vida digna han dado la espalda a sus responsabilidades en nombre de una agenda económica que niega, de hecho, las múltiples dimensiones humanas y solo limita su mirada al culto de una sola lectura antropológica, en donde la única realidad es la del homo economicus.

