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Violencia espiritual: un peligro que acecha a las comunidades religiosas

Machismo, autoritarismo y silencio en la iglesia, factores que habría aprovechado el Pastor de los ricos para abusar de sus víctimas, son tierras fértiles para violencia contra feligreses.

La violencia espiritual, entendida como un abuso por parte de quien goza de autoridad religiosa y la usa para manipular, culpabilizar, someter o maltratar a otras personas, amenaza a las comunidades religiosas al amparo de la cultura machista, el autoritarismo y el silencio.

Este tipo de abuso, que habría sido utilizado por Carlos Chavarría (conocido como el Pastor de los ricos) para perpetrar delitos sexuales contra feligresas de la iglesia Generación 3:16 que dirigía, pone en riesgo a cientos de miles de personas, especialmente mujeres, que forman parte de las comunidades de fe.

En 2019 Chavarría fue acusado por ocho mujeres de la congregación. Hoy enfrenta un juicio por abusos sexuales, tentativa de violación, violación calificada y corrupción agravada. El debate público del caso inició el pasado lunes en el Tribunal Penal de Heredia y se extenderá hasta mediados de agosto.

El uso de la violencia espiritual por parte del pastor (separado del cargo en 2019) para cometer los abusos señalados, es uno de los argumentos que se esgrimen en el juicio contra Chavarría.

Mientras tanto, mujeres sobrevivientes de la cultura de abuso en la mencionada iglesia, así como de otras organizaciones religiosas, junto a profesionales y activistas, coinciden en el peligro que representa el uso de la “autoridad religiosa o espiritual” por parte de líderes de congregaciones.

La abogada Barbara van Nierop fue miembro de Generación 3:16 desde 2003 hasta 2014. Tras una serie de notas contactó a UNIVERSIDAD para dar a conocer su historia y desmentir a quienes han afirmado que lo que Chavarría daba “eran simples consejos” – como afirma el testimonio del cantante Arnoldo Castillo, citado en el expediente judicial-, “cuando en realidad exigía una sumisión absoluta”.

Poder, machismo y abuso

Según van Nierop, el primer paso de la violencia espiritual en dicha congregación es apartar a las personas de sus familias, amigos y hasta cristianos de otras iglesias.

Ella contrajo matrimonio con Rafael Leandro, hermano de uno de los testigos convocados por la defensa de Chavarría. Desde el inicio, asegura, el pastor le dijo que dejara de trabajar para ocuparse del hogar y de los hijos. A su esposo “le iba lo suficientemente bien, y ese era uno de los secretos para un matrimonio feliz”. Casi todas las mujeres se quedaban en casa, dependiendo económicamente de sus esposos y con varios hijos, otra recomendación del pastor.

Durante los años que estuvo casada con Leandro soportó abusos y agresiones. Estando embarazada del tercer hijo, recibió una golpiza que la llevó a pensar en el divorcio. Como en otras ocasiones, cuenta, se lo comentó al pastor (Chavarría), pero “Me dijo que le diera tres meses más, que él estaba seguro de que Dios intervendría. Me manipulaba haciéndome sentir culpable por mis hijos, por Dios, por mi falta de fe”.

En años siguientes, recuerda, el maltrato contra ella continuó y comenzó hacia sus hijos. Finalmente, gracias al apoyo de su familia, decidió separarse. “Al contarle a Carlos, me dijo que me moriría de hambre que no fuera tonta y se puso del lado de él”. Ya separada, continuó la violencia, esta vez patrimonial, y aún entonces, el pastor le insistía en no divorciarse y no pedir pensión. Redactó su propio divorcio y le dejó todo, dice, con tal de que firmara.

Tiempo después, abandonó la congregación y huyó a Francia con sus hijos, donde no solo derrotó la acusación de secuestro interpuesta por su expareja, sino que un juez de familia le quitó incluso los derechos parentales a Leandro.

Como Barbara y las ocho denunciantes de Chavarría, miles de personas han sobrevivido a las situaciones de abuso y violencia en nombre de la fe.

Otro ejemplo reciente de este tipo de violencia es el caso contra Naasón Joaquín, líder de la iglesia Luz del Mundo, quien lleva más de un año detenido en Estados Unidos esperando ser procesado por 23 delitos, como violación de menores, extorsión y posesión de pornografía infantil. La Luz del Mundo cuenta con más de 15 mil templos en más de cincuenta países, incluido Costa Rica, donde hay una veintena de sedes.

Para cometer estas conductas abusivas, los líderes dicen que actúan “siguiendo dirección divina, por tener el don de recibir instrucciones especiales de parte de un dios, por ser una persona ungida santa”, explica Sharo Rosales, activista por los derechos humanos de las mujeres desde comunidades y organizaciones basadas en la fe.

La violencia espiritual, explica, sucede cuando alguien aprovecha su “rango espiritual superior para someter a sus víctimas”, de quienes conoce hasta sus intimidades y quienes han sido adoctrinadas para “una obediencia ciega a un dios, a través de sus siervos ungidos cuya autoridad es incuestionable”.

La especialista mencionó además que “existen iglesias y sectas donde se predica abiertamente que los hombres son superiores y llamados a ser líderes, mientras que las mujeres deben ser calladas, sumisas y obedientes”, sostiene. Y es que la autoridad del hombre y la sumisión femenina se enseña en cientos de iglesias de distintas denominaciones.

Ana, vecina de Guadalupe, fue con su exnovio – cristiano bautista – varias veces a su iglesia en Coronado, donde un verano la invitaron al “retiro de mujeres”. Dijo que sí. Ya en el campamento, les contaron el tema de la semana: la sumisión.

Aguantó tres de las prédicas, antes de protestar e intentar retirarse. “No soy menos que nadie por ser mujer, no voy a someterme a nadie”, recuerda haberle dicho a la líder, quien dijo: “pero la Biblia dice que así debe ser”. Tras extensas discusiones con las mujeres a cargo y una larga llamada con el “pastor de jóvenes”, la dejaron irse.

“Tenía miedo de que me hicieran un exorcismo o algo”, dice la joven, que ni siquiera llegó a ser miembro de la iglesia y que sigue sin entender cómo tuvo que “pedir permiso” para irse de un lugar al que había llegado “voluntariamente”. Si esto sucedió sin ser miembro, Ana no se imagina qué podría haber pasado si hubiera decidido seguir asistiendo, cuando esa fuera su gente más cercana, como era para su exnovio.

El psicólogo Milton Rosales cuenta que el abuso espiritual tiene aspectos que se repiten en otras formas de abuso, como el secreto, la amenaza y el miedo, pero que “hay un elemento diferenciador, porque cuando estás siendo violentado patrimonial, física o sexualmente, tenés alternativas: acudir a las autoridades, o acudir a Dios. Pero ¿qué pasa si acudís a las autoridades o a Dios, donde esperás tener apoyo y protección, y se te revictimiza? Allí la cosa adquiere otros matices y lo hace más grave”.

Rosales explicó que en muchos casos las iglesias han llenado vacíos que dejó la sociedad y los gobiernos, abriendo espacios donde las personas son contenidas, consoladas, donde socializan y reciben arte, música y aprendizaje para ser mejores.

Considerando que uno de los requerimientos de pertenencia a estos grupos es “dejar las cosas del mundo”, se crearon una serie de subculturas con rasgos propios. “Como escribió Martín-Baró, la pertenencia a un grupo se establece a partir de la diferenciación, y así “quienes portan la Biblia se reconocen como hijos e hijas de Dios, como hermanos, a pesar de las diferencias sociales y económicas”. Así, en grupos tan consolidados y que suelen estar bajo el mando de un líder, para quien “empieza a ver cosas”, se vuelve “aterradora la idea de cuestionar el liderazgo porque sabe que puede quedarse en el vacío”.

Rosales fue enfático en que este tipo de prácticas no son atribuibles solamente a las denominaciones cristianas, si no que pueden suceder en cualquier iglesia. Explicó que hay muchas iglesias muy bien manejadas y honestas, así como otras que tienen estas culturas y prácticas, independientemente de si son o no comunidades evangélicas.

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